Cuando nos percatamos de que ningún otro ser, por muy amado que nos sea, podrá darle sentido a nuestra miserable existencia, y que, asimismo, nosotros no haremos lo propio con la suya, entonces se está más cerca de la soledad suicida y, por ende, de penetrar en el halo de la desesperación.
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La pseudorealidad es siempre más fuerte, pues sabe lo que cada uno anhela. Más aún, conoce nuestras debilidades, vicios y obsesiones. En este punto, me atrevo a decir que, mientras no nos matemos, seremos, mucho o poco, esclavos de sus obsequiosas artimañas.
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Creer que el mundo está bien, que la vida es agradable y que se puede ser feliz en esta existencia es gritarle a todo el mundo que eres un pobre imbécil que jamás ha querido cuestionar nada en su putrefacta y mísera esencia.
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Este mundo es horrible y quien diga lo contrario que se quite la venda de los ojos y que se informe de los infinitos casos de violación, pederastia, abusos, extorsiones, homicidios, guerras, narcotráfico y, sobre todo, de las élites que manipulan a los gobiernos, los bancos y las religiones para perpetuar esta absurda y abyecta pseudorealidad que nos domina.
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Esta vida es más bien una tragicomedia de la que somos forzados a tomar parte, pero ¿no se puede acaso ser un poco más rebelde y explorar un poco los caminos de la muerte?
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El Halo de la Desesperación