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El Halo de la Desesperación 64

Nunca había respuestas; en realidad, nunca había nada. Todas mis preguntas se ahogaban en el frío crepúsculo de la noche trágica y suicida. Al borde del colapso, sumergido en llanto y con la navaja hundiéndose en mis muñecas, así me hallaba yo en este día fatal. Y, aunque la muerte ya se acercaba para cobijarme, seguía sin obtener una pista que resolviera el acertijo de mi existencia. Fue entonces cuando pensé que morir era tan absurdo y estúpido como vivir, pero entonces ¿qué otra opción tenía? ¿Acaso la desesperación de existir era aún más grande que la vida y la muerte? ¿Acaso el caos no cesaría ni siquiera en el vacío?

*

Un día más, un día menos. ¿Qué más da? ¿Qué más puede esperarse de este mundo insano y de sus repugnantes habitantes? ¿No sería mejor desaparecer de aquí para complacer nuestros más profanos instintos?

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Esa sensación me quebraba, de verdad que sí. Era como tener miles de agujas enterradas en la cabeza, como si mi corazón fuese a escapar de mi pecho salpicando todo el suelo con mi putrefacta sangre. Era como si la realidad ya no fuese algo mínimamente soportable, como si algo se hubiera roto en mi interior. Era como si, desde hace tanto tiempo, ya no perteneciese mentalmente a este mundo.

*

El suicidio era lo mejor, lo único que realmente amaría en esta vida que tanto daño me ha ocasionado. Y, cuando mi sufrimiento me arrojase hacia sus brazos, me entregaría a él sonriendo y con la cara invadida de felicidad.

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¿Qué hacer cuando parece que ya nada resulta interesante en esta existencia tan anodina? ¿Qué especie de remedio podría hacer que mi cabeza se conectara de nuevo a esta estúpida realidad? Necesitaba algo más que una droga, que una solución mágica; necesitaba, en última instancia, matarme de una buena vez.

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El Halo de la Desesperación


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