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El Inefable Grito del Suicidio IX

Así fue como salimos, no sin que antes Isis se sonrojara a tal punto que evitó mirarme durante unos minutos. Una vez fuera tuvimos hambre y decidimos ir a comer algo. Como no conocíamos el lugar pasamos a la pizzería más cercana y eso fue lo que comimos. Nos entretuvimos demasiado, pues no cesábamos de comentar los sentimientos tan intensos y sugestivos que aquellas pinturas nos transmitían. Poco a poco se fue difuminando el recuerdo de esa galería tan peculiar y nos centramos en nosotros. Luego de comer nos dirigimos hacia la feria donde comimos muchos dulces, bebimos bastante refresco y compramos cosas innecesarias; yo estaba embelesado y no tenía control de mis actos. Cuando ya comenzaba a anochecer, y antes de emprender el regreso a casa, nos recostamos en una parte boscosa que se hallaba a la salida de la feria; ahí fue donde todo culminó. Ambos estábamos tirados y mirábamos las estrellas como tontos, como si ese momento fuese todo lo que importara.

–¿Alguna vez te has preguntado si existe alguien especial para ti en el mundo? –preguntó ella admirando el firmamento.

–Supongo que sí, creo que todos en algún momento lo deseamos más que pensarlo. De no ser así, entonces ¡qué cruel es el destino!

–¿Por qué cruel? Muchas personas viven solas y así mueren –replicó sin dejar de mirar el cielo–. Y tú, entonces ¿crees en el destino?

–Creo que sería cruel puesto que todos nos enamoramos alguna vez en nuestras vidas, aunque sea una tontería o por poco tiempo. Y si ese sentimiento no es capaz de conducirnos hacia ese ser especial, entonces tampoco le veo caso que exista, solo traería sufrimiento. Con respecto al destino, creo que es algo misterioso que escapa de nuestro entendimiento, algo que no podemos vislumbrar con ojos humanos.

–Eres muy profundo –comentó mientras viraba hacia mí–. Es como aquella vez en la iglesia, como esa voz y todo lo que ha pasado.

–¿A qué te refieres exactamente?

–A lo que nos ha conducido aquí. Posiblemente sean solo casualidades, pero seguramente también has pensado en ello. Bien pudiste haberte quedado callado en la iglesia ese día, o no ir, pero algo te mantuvo ahí el tiempo suficiente, y también fue ese algo el que hizo que ese día yo llegara tarde y me sentase a tu lado. Ese algo te hizo hablar y a mí me susurró seguirte. Y ese algo es la razón de que ahora estemos juntos. Tal vez eso es el destino, o solo estoy exagerando. No soy alguien muy inteligente en estas cosas, como puedes ver.

–Pues a mí me parece que sí, que eres la mujer más inteligente y pasional que existe.

–¿Pasional? ¿A qué te refieres con eso?

–Que desprendes fuego con tu mirada –afirmé apresuradamente notando que las palabras se me habían mezclado en la cabeza–. Quiero decir, que en ti reside mi destino.

Ambos nos callamos, nos limitamos solo a pensar cuán extraño y absurdo era el encuentro entre dos personas. Tantas posibilidades, tantos desvaríos. Algunos minutos transcurrieron y luego Isis preguntó:

–¿Sabes algo sobre las estrellas binarias?

–Solo un poco. Recuerdo que una vez leí en un libro sobre ellas, son peculiares.

–Cuéntame, por favor. Yo, ciertamente, he escuchado el término, pero nada sé al respecto, y quisiera que tú me ilustraras ahora.

–No sé mucho, pero las estrellas binarias son aquellas que, por ciertas condiciones, se mantienen juntas y así brillan. Lo curioso es que este tipo de estrellas regularmente mueren más rápido que las comunes.

–¡Qué triste! Debo confesarte que tengo miedo de morir sola, y también de vivir así. Es algo que no te he contado, pero mi mayor miedo es sentir que no valgo nada para los demás. Desde que te conocí me he sentido bien y todo se ha transformado, pero no quiero que esto se convierta en una molestia. ¿Crees que yo valgo lo suficiente para ti como para darme un espacio en tu vida?

No podía creerlo, hasta las estrellas parecían caerse cuando Isis profirió aquellas palabras. De ninguna manera podía desaprovechar la ocasión de confesarle mis sentimientos.

–Isis, para mí tú eres y lo vales todo. ¿Cómo podría no ser así? ¿Cómo pensar en la vida sin ti cuando has llegado e iluminado mi penumbra con tu fuego pasional?

–¿Puedes prometerme que, sin importar lo que pase, estarás conmigo cuando más sola me encuentre?

Entonces ambos nos miramos, nuestras bocas no resistieron más y se produjo ese beso tan ansiado para ambos. Debo decir que jamás volví a sentir lo mismo que en aquellos instantes. No me había percatado, pero estaba estúpidamente enamorado de Isis, eso explicaba todo. Y con aquel beso quedaron selladas nuestras almas bajo un destino común. Era como si Isis pudiera recorrer todo mi cuerpo y yo el suyo, pues ambos vibrábamos en la misma sintonía, nuestras almas se fundían en la más dulce mezcolanza. Sentía que moría ante la magnitud de tales sensaciones, nunca había experimentado algo igual. Era como si realmente el bien y el mal se tornasen indiferentes, como si toda la vida se redujera solo a nosotros dos. Nada nos importaba sino pertenecernos, así lo dictaba algo invisible a nuestros ojos mortales. Creo que jamás había tenido un momento tan placentero, me sentía como si hubiera vuelto a nacer. Nos miramos y nuevamente nos besamos en repetidas ocasiones, me encantaba probar su boca y hundirme en su calidez.

–¿Te gusto o por qué me besas de este modo? –inquirió ella sonriendo.

–Por supuesto que sí, me gustaste desde el primer día. La verdad es que desde entonces te he adorado, y ahora no podía contener más mis sentimientos.

–Yo también siento demasiadas cosas por ti, tanto que creo me voy a desmallar.

Continuamos besándonos, sentir el toque de su mano en mi piel era relajador. Yo acariciaba sus cabellos y su rostro, todo en ella me resultaba divino. Cuando llegó la ocasión del poema su cara me parecía la de una deidad suprema mientras sus ojos resplandecientes avanzaban entre las líneas de aquella composición maltrecha. Y a pesar de que, según yo, no era para nada bueno con las palabras, a ella le encantó y hasta me pidió que continuara con tal actividad. Por desgracia, se hizo noche y tuvimos que regresar, lo cual fue rápido. La dejé cerca de su casa y luego regresé a la mía sin poder evitar mi emoción. En el camino de vuelta nos habíamos besado bastante y sentía su sabor recorriendo mi boca. Llegué muy tarde a mi casa, faltaba poco para la media noche. Mis padres no me regañaron como tal, solo dijeron que estaba más extraño que de costumbre y que actuaba como un demente. Al día siguiente Isis y yo oficializamos nuestra relación, al fin éramos novios. Estaba tan feliz que creía se me desbordaría el pensamiento, aunque acaso eso ya había pasado desde hace mucho.

El tiempo pasó volando, y con él me perdí para nunca más volver. Fueron sencillamente las mejores vacaciones que pude haber tenido, pues vi a Isis tanto como nuestras actividades nos lo permitieron. Sentía como si el destino nos hubiese reconfortado un poco después de tan agitadas tempestades, pero la verdadera tragedia apenas estaba por comenzar.

Isis me contó que ella había tenido problemas con su padre, que era pastor. Él quería que ella se dedicara principalmente a la religión y no a la arquitectura. Como su padre estaba educado a la antigua insistía en que ella debía mantenerse virgen hasta el matrimonio, y hasta ahora así había sido. Esto me alegró, puesto que yo me encontraba en las mismas condicionales, y no precisamente por decreto de mis padres o alguna religión. En realidad, había tenido bastantes oportunidades, pero nunca me había animado a hacerlo. Como sea, conocí muchos aspectos de Isis que me agradaron, y otros tantos que me sorprendieron, pero todo en ella era jodidamente perfecto. Supe que era vegana y también estaba unida a una organización que se dedicaba a buscar refugio a animales de la calle.  Sin siquiera percatarnos hasta hicimos planes de los lugares que visitaríamos, de las fotos que tomaríamos, de lo que seríamos en el futuro, siempre juntos. En todo figurábamos como dos estrellas binarias intentando refulgir en el oscuro y tempestuoso cielo donde reinaba lo terrenal.

Entonces comenzaron de nuevo las clases. La escuela era la misma, algunos profesores cambiaron, los compañeros los de siempre, todo igual excepto que ahora tenía una razón para luchar. Asistía a todas las lecciones, pero mi mente estaba muy lejos, posada en el fuego ardiente que en los ojos de Isis ardía con pasión y dulzura. Mis compañeros me notaban distraído y los profesores decían que debía regresar al planeta Tierra, cosa que ni siquiera tenía contemplada llevar a cabo, pues jamás supe cuándo me fui. Y, aunque mi desempeño se veía notablemente afectado, era inevitable no pensar en Isis y en todo lo que representaba en mi corazón.

Fue así como nuevamente conversé con mis tres amigos. Gulphil seguía teniendo problemas con su novia, bastante graves, por cierto. Habían discutido por bagatelas, pues ella siempre se inventaba historias para hacer dramas y ahora hasta le pegaba, lo arañaba y lo mordía; me mostró una horrible cicatriz en el antebrazo derecho. Pobre Gulphil, parecía muy desesperado, su relación era un infierno donde terminaban una semana y regresaban a la otra. Lo peor es que él era incapaz de oponerse a esta situación absurda, pues realmente decía quererla. Ella se emborrachaba, lo engañaba y lo molestaba en todo momento con llamadas para saber dónde y con quién estaba. Se escudaba argumentando que estaba enferma, cosa que Gulphil bien sabía, pues la acompañaba a sus terapias con el psiquiatra. En fin, todo estaba muerto desde hacía bastante tiempo, pero ellos seguían aferrándose a un sinsentido. Esa era la lamentable condición en que mi amigo vivía y, no sé por qué, me sentía identificado con él. Quizá por esto último lo escuchaba y lo consolaba, hasta lo incitaba a luchar por ella e intentar solucionar las cosas.

Por otro lado, estaba Heplomt. Justo cuando pensaba que le estaba yendo bien, descubrí la verdad. Me contó todo acerca de sus aventuras y el gimnasio. Se había acostado con muchas mujeres y se sentía desilusionado, pues el placer que antes lo enloquecía ahora lo había abandonado. Me dijo que hasta había sentido deseos de estar con un hombre, pero de inmediato se arrepintió y me juró que no era homosexual. Otra cosa que le preocupaba era el desmedido consumo de energéticos, bebidas y todo tipo de suplementos que estaba ingiriendo. Sentía extraños cambios y tenía calambres en el cuerpo, hasta su voz estaba distinta, orinaba copiosamente y con un olor raro. No obstante, parecía tener una musculatura muy bien definida para el poco tiempo que llevaba entrenando. Había intentado dejar esas cosas, pero había fracasado desastrosamente. Ahora quería incluso inyectarse quién sabe qué cosa, todo para complacer a su entrenador. Su mayor miedo era que su pene ya no se levantase, pues follar era lo que más amaba en la vida. Yo me limitaba a escucharlo y a desearle suerte, le aconsejaba dejar tantas cosas que se metía en el cuerpo, pero seguramente no lo veía con buenos ojos.

Finalmente estaba Brohsef, aquel sujeto con todas las probabilidades en su contra. No solo era chaparro, de pelo casposo y mugroso, con ropa de abuelo, voz horrible, actitud de discapacitado mental y boca apestosa, sino que también era engreído, lo que faltaba. Por ser mi amigo nunca tuve una discusión seria con él, aunque ahora parecíamos desacordar en todo lo que no fuese la escuela. Al menos en él no se había producido gran cambio, solo que había sido rechazado por al menos tres mujeres durante las vacaciones. Me contó que diariamente observaba los perfiles de las mujeres más guapas de la universidad, hasta había conseguido apoderarse de algunas cuentas y así agregarlas sin que sospechasen. Además, una nueva tendencia le había acometido: la de masturbarse con los cabellos de las mujeres que lo rodeaban. Se la pasaba contando historias tan parecidas a las de Heplomt, solo que, por tratarse de Brohsef, a todos les parecían tonterías. Me contó que una vez casi besaba a Liliana, una de las tantas estudiantes que le gustaban, pero obviamente no le creí nada. Se masturbaba como mínimo diez veces al día y trabajaba los fines de semana para mantener a su madre y a su abuela, pues no tenían apoyo alguno. Su vida y sus conductas eran complicadas, yo me limitaba a escuchar, tal como en el caso de mis otros dos compañeros.

De modo curioso y siniestramente sin sentido, lo que acontecería después jamás lo terminaría de comprender. Aquel semestre mi vida estaba por volcarse en una desdichada masa que, una vez deformada, nunca regresaría a la normalidad. Todo era normal hasta que uno de los primeros días de clase apareció un nuevo estudiante, tan raro que a todos nos desconcertó. Se había cambiado a nuestra escuela para tomar una especialidad, y me pareció muy extraño desde el primero momento en que lo vi. Quizá yo tenía esa rara costumbre de imaginar elementos en los ojos de las personas, y si en los de Isis y Elizabeth observaba un fuego que todo lo consumía, en la mirada del nuevo estudiante observaba todo lo contrario. Había en sus grandes y bonitos ojos, de un azul precioso, una nevada que enfriaba todo a su paso. Sí, en esa mirada solo imperaba el hielo y la quietud. Justamente se adecuaba a su talante y a su peculiar comportamiento esa mirada tan especial, pues era muy callado. Desde el primer momento se mostró determinado como ningún otro, atraía a todas las mujeres y las rechazaba sin siquiera conocerlas. Siempre estaba solo, serio y como reflexionando cosas que nadie podía entender. Parecía abstraerse con mayor profundidad que el resto. Participaba en el taller de composición literaria y se decía que era escritor. Sus cabellos eran muy negros y su piel blanca. Su aspecto refinado, su hermoso rostro y su estatura elevada le hacían sobresalir entre todos nosotros. Parecía estar muerto entre humanos que realmente habían insultado el concepto de vivir, pues sentía que aquel ser no seguía los preceptos que en el mundo imperaban y nos consumían.

Mientras tanto, yo seguía con Isis, aunque nuestra relación se tornó un tanto extraña. Desde luego que la amaba más que nada, pero los problemas, pese a que en realidad no los consideraba así, comenzaron a manifestarse. Yo solía obviarlo todo, pero ella exigía tiempo y se molestaba cuando yo quería un poco de espacio. Me percaté de que siempre conseguía lo que quería a toda costa. Pese a esto, todo siguió bien, salimos y visitamos muchos lugares. Nos encantaban los museos y el teatro, pasear sin sentido y olvidarnos de que el mundo a nuestro alrededor era una estupidez y que este circo de monos contaminados plagaba la atmósfera con su inmundicia. Y, cuando ella sonreía, podía olvidarme de toda la malicia y sonreír también como un idiota, pues sabía que me rodeaba un halo de energía misteriosa y poderosa. Innumerables fueron los atardeceres que vivimos juntos mientras nos besábamos tiernamente.

No podía permanecer mucho tiempo enojado con ella, pues tenía ese fuego que consumía los pesares de mi alma, y que tan indispensable me era para vivir. Vibrábamos como dos locos en medio de un infernal teatro de aburridos cuerdos. Dejé tantas cosas por ella: cumpleaños, reuniones, hasta mi familia, y creo que hasta a mí mismo. Me perdí voluntariamente en la dulce meseta de su sonrisa, y me encantó hacerlo. ¡Qué maravilloso y a la vez terrible me resultaba estar enamorado! Era la enfermedad y la alegría condensadas en una deidad dual que me consumía a cada segundo. Entendía finalmente que el amor era el estigma que daba origen a todos los elementos que me constituían.

Toda mi amargura y mi ira habían menguado, pero ¿por cuánto tiempo? Sentía tantos deseos de morir envuelto en la manta tejida por los sentimientos puros que se habían solidificado en el amor que vibraba intensamente en mi alma. No me explicaba cómo podría algún día extinguirse todo lo que no conseguía entender ni cómo hacer que el amor durase por siempre en este mundo pestilente. Me sentía al máximo estando con Isis, aunque, al mismo tiempo, mis temores acerca del final se incrementaban.

En la escuela ya no me concentraba para nada y, pasadas algunas semanas, noté que el chico nuevo de inmediato arrasó en las calificaciones, incluso mi amigo Brohsef no podía creerlo. Jamás las notas de ese misterioso muchacho descendían, siempre obtenía la perfección. En poco tiempo se convirtió en el mejor estudiante de toda la universidad, tal vez del país; sin embargo, esto parecía darle igual, ni siquiera prestaba atención a las clases, pues se la pasaba leyendo a escondidas libros que nadie conocía. En las horas libres se sentaba y cerraba los ojos, alejado del resto, así permanecía como auténtica estatua y solo unos minutos antes del comienzo de la próxima clase abandonaba lo que parecía ser una meditación muy profunda. Ni qué decir en los deportes, pues era demasiado bueno en todo, era el capitán del equipo de baloncesto. No entendíamos cómo podía hacer tantas cosas y, aun así, tener tan buenas notas.

Lo más enigmático de todo es que no parecía esforzarse, siempre terminaba primero los exámenes y la naturalidad de sus respuestas asombraba a profesores a los cuáles les había tomado años aprender tales cosas. Tenía una memoria increíble y un halo de magnificencia lo circundaba siempre. Por otra parte, sabía dibujar, pintar y tocar instrumentos musicales. Era como si no hubiese una sola cosa que no dominase con facilidad. Todos lo adoraban y le temían, se guardaban de inquirirle cosas, pues siempre permanecía callado y se alejaba a meditar cada que podía. La soledad parecía haberle robado el corazón.

Recuerdo que, en una ocasión, una chica que estaba profundamente enamorada de él le arrebató uno de sus libros. El título de aquel ejemplar nos impresionó, pues se trataba del Bhagavad Gita, uno de los sagrados textos del hinduismo. Desde luego yo lo sabía porque lo vi en un documental, pero los demás creyeron que era magia y se alejaron de él aún más, tratándolo con repulsión. En fin, parecía que un halo de misterio absoluto emanaba de aquel ser, como si no fuese humano. A nadie le hablaba, de nadie se fiaba y por supuesto que tampoco asistía a ninguna fiesta ni se involucraba en cosas grupales. Cabe destacar que siempre trabajaba solo, aun contra la voluntad de los profesores, y, pese a ello, sus trabajos eran los mejores. Era un ser superdotado, uno de esos que ya no hay, que solo nacen cada mil años. Terminó por ser admirado por todos y su mutismo solo engrandecía su figura. Mis amigos Heplomt y Gulphil convenían en decir que era un fantoche, que seguramente tenía todo arreglado, puesto que también parecía tener mucho dinero, al menos el suficiente para tener automóvil propio muy lujoso y vestir elegantemente.

Todo eso era lo concerniente al nuevo estudiante cuyo nombre nadie sabía, pues los profesores solían llamarle por su apellido, que era impronunciable. Incluso su nombre era motivo de discusión, pues él mismo pidió a las autoridades de la escuela que no lo revelaran por nada del mundo. Yo, desde luego, tampoco me le acercaba mucho. Solo recuerdo que un día nos encontramos casi a la salida de la escuela, cerca del estacionamiento. Entonces fue muy peculiar lo que sentí, pues todo mi cuerpo se enfrió como contagiado por su gélida y avasallante mirada. Cuando nuestros ojos se encontraron divisé el rompimiento de infinitos mundos en su interior, como si el cosmos entero fuese consumido y renaciera a cada momento. La visión me aterró y decidí apartar mi mirada, pues me pareció que aquel ser no pertenecía al mundo humano. Algo de celestial y poderoso se escondía en aquel traje con el cuál aparentaba ser uno de nosotros. Esa fue la primera vez que intercambié una mirada y quizás algo más con aquel nuevo estudiante que tan fácilmente nos demostraba nuestra inferioridad en todo sentido.

Así fue como el semestre trascurrió, bajo el yugo del nuevo estudiante y con sorpresivas tormentas que debilitaban mi espíritu. Ya casi cuando estaba por terminar, pasó que aumentaron los problemas con Isis. Empezaron los malentendidos, llegaron los celos, la desconfianza y demás emociones destructivas. Sin embargo, nuevamente nos repusimos y nos levantamos con mayor vigor. Progresivamente todo se convirtió en un ciclo del que difícilmente lograríamos salir. Y, a pesar de todo, seguía deseando sus labios rojos, añoraba su sublime sonrisa y el brillante fuego de su mirada. La visitaba todos los fines de semana y entre semana nos veíamos siempre que podíamos. Mis padres se terminaron por acostumbrar a mi ausencia y yo me sentía feliz, puesto que ya no tenía que soportar estar en aquel calabozo, tolerando el ruido que mis tíos y primas hacían. Indudablemente, pese a los problemas, sabía que Isis era la mujer de mis sueños, el amor de mi vida.

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El Inefable Grito del Suicidio


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