En la sombra de mi soledad encontré más motivos para sobrevivir un día más que en aquellos por los cuáles todo el mundo luchaba, que siempre se reducían solo a sexo, efímero poder y dinero. ¿Es que había, me preguntaba, algo más por lo que los humanos creyeran estar vivos? ¿Es que era ya demasiado tarde para extirparme de las fauces de la pseudorealidad y añorar el óbito supremo? Ya nada me consolaba, ya en ningún lugar me hallaba a gusto y ninguna compañía me parecía suficiente… Únicamente restaba la muerte para un triste demente como yo, para un extraño que jamás comprendió el posible sentido de su vida y que siempre rechazó todo aquello que no fuera su propia senda. Hasta aquí me han traído mis reflexiones más sinceras, hasta este peñasco me han arrojado las lúgubres mentiras de los despiadados arcontes. Es tiempo ya, mis hermanos; es tiempo de dejarse caer y fundirse con el inefable grito del suicidio.
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Por el bien de la humanidad es que indudablemente se debe exterminar a la humanidad. No sé cómo es que alguien puede aún dudar de esto o pretender que no debe ser así. Sería ridículo considerar siquiera que hay razón alguna para evitar el colapso de esta inmundicia carnal, de esta barbarie insulsa. ¡Todo debe fenecer, sobre todo nosotros!
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¡Qué fastidio preocuparse por bagatelas como el amor y la felicidad! No comprendo el absurdo sufrimiento de tantos seres capaces de cualquier cosa con tal de obtener dichos placeres, aunque sean tan efímeros y falsos. Ni hablar, parece que a la humanidad le encanta sumergirse en su propio abismo y olvidarse de cualquier posible sublimidad. Posiblemente no exista ya nada que nos recuerde cómo sería no ser nosotros mismos después de cada construcción mental que la pseudorealidad nos ha impregnado. Todo este tiempo he barruntado siempre lo mismo: no vale la pena vivir, pero quizá tampoco morir. ¿Para qué amar? ¿Para qué ser feliz? ¿Para qué mentirnos tanto? ¿Para qué fingir que aún nos interesa mínimamente conocer a alguien, hacer algo o siquiera sonreír sin prejuicio alguno? Somos unos idiotas que, al fin y al cabo, emprenden cualquier fantasía con tal de no reconocerse en su plena y pura idiotez.
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¿Qué me importa que no me ames mientras puedas unir tu boca y tu cuerpo con el mío? ¿No es esa la máxima expresión humana para entregarse a otro ser? ¿No es el acto de fornicar en sí mismo la única razón para sentirse vivo, el pretexto favorito para adornar de amor lo opuesto a la verdad? De cualquier manera, todo es y será siempre una falacia. Mejor unir nuestros cuerpos y asesinar nuestras almas, mejor experimentar la muerte en un suspiro incandescente producto de caricias enlazadas más allá del tiempo antes que pretender la imposibilidad de una entelequia siniestra. Nosotros lo comprendemos muy bien y sabemos que la perdición está asegurada; hemos ya aceptado nuestro lugar en el infierno y eso nos libera de cualquier posible intromisión. En el ayer, todavía dudábamos; hoy ya no asistimos a otro evento que no sea el de tu boca y la mía devorándose o el de nuestros corazones desangrándose.
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Si fuera mujer, creo que solo me interesaría hacer una cosa en la vida: matar a todos los hombres y fornicar con todas las mujeres. Luego, suicidarme en una orgía de proporciones incuantificables mientras la sangre, el esperma y la lluvia dorada se mezclan en un paroxismo indecible que desfragmenta exquisitamente la realidad.
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Encanto Suicida