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Incongruente ensoñación

¿Vengarán las ensoñaciones el tedio que la existencia ha producido? ¿Será suficiente con el suicidio divino para olvidarme de esta vida nauseabunda que, por accidente, he soportado hasta haberme desvanecido? Ojalá que sí; ojalá que, cuando me suicide, todo terminé ahí y mi ser sea absorbido por el vacío eterno. Porque odiaría mil veces tener que reencarnar, tener que volver a este absurdo teatro de la vida donde todos actuamos con la misma hipocresía y sinvergüenza; donde nos regocija ser viles y estúpidos, renunciar a nuestra libertad en favor de los placeres de una porquería terrenal. Pero la fantasía es buena; la ilusión de la pseudorealidad es sumamente persuasiva, de una fuerza nunca vista. A todos nos termina convenciendo, a todos nos adopta y nos vuelve esclavos de nuestra propia irracionalidad. Marionetas emocionales de un destino irremediablemente fatal, cómicos secuaces de la insustancialidad en la que existen y mueren todos nuestros deseos.

¿No es ese, entonces, el momento de tomar la soga y a nuestro cuello atarla para olvidarnos de tan pestilente humanidad? Sí, debería de ser; pero no, no lo es. Aún somos demasiado cobardes, aún resta en nosotros ese maligno espíritu de corrupción que nos hace querer emponzoñar la vida un poco más. Y, tal vez, sea cierto que, quien de verdad ama la vida, se debe suicidar. Sí, los suicidas son quienes más aman la vida, y por eso precisamente se matan: por amor a la existencia y por respeto a la sublimidad. Mas la humanidad, evidentemente, aún no está lista para vislumbrar esta gran verdad, pues sigue siendo una raza de seres muy bien adoctrinada para seguir patrones establecidos sin cuestionar, para obedecer las absurdas normas que otros seres, igualmente estúpidos, han impuesto con el pretexto de mantener una sociedad funcional. ¡Vaya ridiculez, vaya insensatez! Las lágrimas del cosmos caen sobre mi piel desnuda y hasta las estrellas sangran ante la locura estelar que no deja de atormentar nuestras caóticas mentes.

He ahí el mayor pecado, el mayor sinsentido de un mundo que ya se acabó en su representación más pura de sensatez. Los humanos no se matan por cobardía, pero se nos ha hecho creer lo contrario. Quien se percatase del inmenso absurdo que representa la existencia humana sin duda debería suicidarse, pero no es así. Seguimos viviendo aun sabiendo que es un desperdicio y una incongruencia, ¡qué tontería! Nos gusta ser viles, estúpidos y aferrarnos a la mundanidad; a todo lo que sea una ofensa a la vida en lugar de renunciar a ella. Así, los monos seguirán ensuciando este mundo, creyendo que merecen vivir cuando la única desgracia es que aún seamos demasiado cobardes para aceptar nuestra muerte anticipada. El suicidio, según lo veo entonces, es lo único que deberíamos buscar por encima de todo. El color de la nada será nuestro hermoso carruaje y su conductor llevará nuestro carcomido rostro bañado por miles de sentencias apocalípticas y centelleando con el fuego ahora extinto en nuestro interior. ¡Entonces nada más! ¡Entonces solo despertar y volver a llorar!

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Melancólica Agonía


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