Los contemplaba siempre que podía, pues, cuanto más refugio parecía necesitar, mejor mis palabras los habrían de reconfortar. Ellos pasaban siempre tan de prisa; siempre sin tiempo para conversar, respirar o siquiera vivir. Nunca fue mi intención interrumpir sus caminos, pues bien sabía lo turbulento y asfixiante que llegaba a ser el tiempo en esta mefítica sociedad. Tampoco solicitaba toda su atención ni su cariño, mucho menos entendimiento ni amor, porque también sabía que no debía solicitar algo que, sencillamente, ellos no podían brindar. Y ¿por qué no podrían? ¿Es que acaso no estaban ya suficientemente arruinados y no eran lo bastante miserables soportando una malsana ilusión que asumían cual si fuese la vida misma? Muy posiblemente era porque ningún ser en el actual estado de vibración podía verdaderamente comprender los matices que fulguraban en el aura de otra entidad similar. O tal vez la situación se explicaba meramente por la inexistencia de esta en la realidad.
Lo que me sorprendía sobremanera era la resignación con que aceptaban pertenecer a aquello que jamás podría albergar su esencia; se enfrascaban en batallas interminables que no eran las suyas, peleaban por entidades que estaban tan lejos de apreciar sus heridas y de acariciar sus corazones entristecidos y marchitados. Pero yo los miraba, siempre tristes y desconsolados, solitarios en lo profundo y sonriendo en lo mundano. Todos corrían hacia un sitio que jamás los albergaría, añoraban lo que para ellos estaba más que vetado y se aferraban a su decadencia sin importar cuan lacerada estuviese su alma. En algunas ocasiones intentaba apoyarlos y susurrarles; asimismo, absurdamente creía que ellos harían lo mismo, aunque jamás llegué a estar más equivocado en mi infinita y sutil abstracción. El llanto y el sollozo despedidos hacia el crepúsculo solo iluminaron la obvia verdad, ilustraron lo vacío del ser en su absoluta inmundicia.
Fue así como dejé de suspirar porque me notaran, fue aquel el instante en donde culminaron los embriagantes sueños de hacerles despertar. Y hasta ahora, aquí frente a ellos, percibo su incapacidad para discernir mi silueta, pues están demasiado ocupados en sus banales pensamientos e involucrados en situaciones superfluas y condiciones terrenales. ¿Cómo se explica que este mundo, este aquí y ahora, prosiga con su insípido ritmo siendo que ya nada tiene en él sentido? ¿Por qué continuar frente a ellos si me ignorarán por siempre? ¿Acaso hay todavía alguien que pueda valorar mi compañía y a quien mi dolor y mi sentir puedan interesarle? Supongo que no, pues en esta lóbrega espesura suicida es cuando decidí que ya no quería nunca más llamarme existencia. Tendría que suicidarme, solo así ellos valorarían mi ausencia. Cuando a la muerte me hubiera entregado, el dolor en sus corazones sería demasiado. Entonces y solo entonces la verdad, por fin, se habrá revelado.
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Repugnancia Inmanente