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La Agonía de Ser 30

No sentía ni un ápice de tristeza por aquellos que se suicidaban, sino todo lo contrario: sentía una profunda lástima por aquellos que continuaban viviendo, especialmente por mí.

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Nuestra existencia no es algo que debamos vivir y agradecer, más bien es algo que deberíamos odiar y extinguir. La realidad, de hecho, no está hecha para nosotros ni nosotros para ella; tan solo somos un ominoso error que accidentalmente ha emponzoñado este mundo, pero cuya intrascendencia e ignorancia no podrían ser más recalcitrantes.

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El día que se consiga la vida eterna, ciertamente, se conseguirá también la inmortalidad de la estupidez en su forma más elevada.

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La existencia, sin importar cuantos autoengaños nos hagamos ni cuantos delirios nos inventemos para imaginar que tiene un sentido, jamás dejará de ser una absoluta pérdida de tiempo. ¿Qué más, pues, puede obtenerse de ella sino un sufrimiento sin razón y miles de dudas que terminarán por trastornar nuestra patética mente?

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La muerte, ciertamente, nos demuestra que todo lo que hicimos, pensamos y experimentamos en la vida no sirvió de absolutamente nada. Así como también nos devuelve aquello que jamás pudimos tener mientras estuvimos vivos: paz.

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Nunca preocuparse por nada ni por nadie salvo por uno mismo y lo que nos ataña más personalmente. Acaso esta sea la máxima que nos puede brindar lo más cercano a una supuesta felicidad, pues, tal y como están las cosas en el mundo actual, el egoísmo y la soledad son los pilares del amor propio.

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La Agonía de Ser


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