¿No era acaso todo esto solo un vil y miserable engaño? ¿No era esta realidad tan solo una nefanda simulación de nuestra mente? Y ¿qué era el ser? ¿Qué era la existencia? ¿Para qué vivir? Tan solo la incertidumbre reinaba en mi alma, aunada a una insana desesperación existencial que suplicaba por desaparecer cuanto antes y jamás volver a experimentar tan abundante extensión de agonía, miseria y hartazgo.
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Y ahí va el ignorante mono parlante, en su imperante estolidez, a fornicar como un animal y sembrar su repugnante semilla en el vientre de otra ignorante. Y ahí van los dos criminales, caminando felizmente y escupiéndose mentiras mutuamente, sin sospechar jamás del delito sin nombre que han cometido, sin percatarse de que procrear es la más lamentable de todas las tragicomedias humanas.
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Pareciera que algunos individuos no pueden realmente cerrar el hocico por ningún motivo. Y, entre más estúpida es su infame verborrea, más se regocijan en continuar ofendiendo al silencio que los mira con infinito desprecio desde su guarida; tan solo susurrando a la muerte que se apresure en su tarea de silenciar para siempre a tan execrables criaturas.
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Ahora entiendo por qué la humanidad es tan patética y estúpida, y es porque tal es su intrínseca naturaleza. No podemos esperar otra cosa de una raza tan repelente que, a lo largo de toda su abyecta historia, no ha hecho más que cometer una tontería tras otra.
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Vivimos en mundo tan absurdo e irreal donde existen personas tan ilusas que creen conocer a otras cuando ni siquiera se conocen a ellas mismas.
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La Agonía de Ser
