Quien no se suicida se afirma como un masoquista de primera línea, puesto que ha preferido el sufrimiento de una existencia más que ridícula antes que la hermosa tranquilidad de la muerte. ¡Qué fácil es hablar mal de quien se mata y proclamar que la vida es hermosa cuando uno jamás ha reflexionado nada de manera profunda y artística! ¡Qué equivocadas están hoy casi todas las personas con sus fútiles perspectivas y sus insulsas ideologías! Hace tanto tiempo que perdí los deseos de relacionarme con alguien y que únicamente a la soledad la atormento con mis súplicas y mis quejas sin fundamento. Y en verdad hace tanto que lo único que anhelo con todo mi ser es la muerte y el absoluto desvanecimiento de mi consciencia sin importar si existe o no la reencarnación.
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Acaso el ser es demasiado tonto, necio o ambas cosas; ya que prefiere continuar con su miserable y patética existencia, aunque no sirva de nada, antes que adelantar el suceso más bello que se puede llevar a cabo y que, de modo irremediable, terminará por llegar: su absoluta desaparición. La tragedia de los días pasados y los futuros no deja de atormentar mi mente, aunque pienso que la muerte llegará demasiado pronto y durará demasiado poco como para contarle todas mis desdichas y tristezas. Yo también soy todavía un ser imperfecto, repleto de vicios y defectos que no dejan de deprimirme cada tarde. No sé si debería luchar o rendirme por completo, no sé si debería aferrarme a quien creo ser o renunciar a mí para siempre… Y no sé si esta tarde debería al fin atar la soga a mi cuello o seguir engañándome con todo tipo de juegos, espejismos y personas mediante las cuales pretendo que hay razones para seguir existiendo.
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Cuando llega la muerte es también cuando adquirimos, de pronto, plena consciencia del inmenso error que cometimos al no habernos suicidado mucho tiempo atrás, pues experimentamos como nunca el vomitivo y absurdo carácter de la existencia en su máximo esplendor, pero ya es demasiado tarde, pues ya la muerte ha venido a nosotros y no lo contrario. ¡Vaya desgracia y tiempo perdido! Tantos años preparándonos para el sublime acto suicida y resulta ahora que, sin siquiera intuirlo en lo más mínimo, algo más allá de nuestro control ha arruinado nuestros exquisitos planes… Por eso, cada día que decidimos no suicidarnos siempre debemos considerarlo como un rotundo fracaso.
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La vida, en su definición más pura, no es más que un efímero conjunto de sucesos absurdos y contradictorios cuya intrascendencia hace que el simple hecho de llevar a cabo este acto carezca de cualquier propósito. Nunca comprenderé por qué el ser se empeña con tal maestría en proseguir hasta el final con su tragicómica miseria o por qué sigue empeñado en cumplir todo tipo de anhelos y metas que no son sino irreales y banales caricaturas de lo que jamás podremos ser ni alcanzar. Pero puede que así sea mejor, que el ser se enfrasque en la búsqueda de fantasmas y en la cacería de fantasías que le consuelen falsamente de la cruda verdad.
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Por supuesto que no se nos da a elegir si queremos o no venir a este mundo infame, es un hecho que somos obligados a existir en él. Pues, ¡con un demonio!, ¿qué clase de ser racional y en su sano juicio cometería tan obsceno error? ¿Qué clase de criatura, por muy estúpida que fuera, elegiría experimentar tan recalcitrante y absurdo sufrimiento en esta prisión existencial que tan real nos parece siendo tan solo una completa y vil mentira? La vida, tal y como la conoces, es una ruin imposición ante la que deberíamos sentirnos sumamente ofendidos, asqueados y deprimidos. Nunca sabremos por qué tuvimos que venir a este mundo y quizá ni siquiera haya un motivo; a lo más, la muerte quizá contenga vagos indicios de nuestro funesto paseo por este infierno carnal. Mas ¿serviría de algo obtener respuestas cuando ya nuestros corazones han dejado de latir y nuestras mentes han cesado su sacrílego pensar?
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La Agonía de Ser