La creación más perfecta

Ya no sé qué hacer, en verdad que no. Ya no sé si podré seguir viviendo de este modo. No sé cómo combatir esta desesperación infame que viene y se apodera de mi cada día, cada tarde, cada noche. Sumergido en esta tristeza inmanente, en esta oscuridad imperante, así es como transcurre la absurdidad de mi existencia. Sufrimiento abundante el que me hace lacerar mis muñecas, el que me hace divagar en sueños tan destructivos. Cualquier persona o lugar me sabe a nada, cualquier situación pareciera teñida de un gris sepulcral. Y mi sonrisa, antes ya de por sí apagada, ahora ni siquiera muestra un ligero esbozo por volver.

El amanecer, esos rayos del sol que anuncian un nuevo sacrilegio de 24 horas, me deprime tanto que cada noche pienso en suicidarme, pero sin éxito, sin valor. Los frágiles lienzos de tranquilidad ni siquiera puedo percibirlos ya, los breves episodios de supuesta felicidad no significan nada para mí. Y finalmente está aquí a mi lado esa sombra cuya compañía encierra consigo un vacío sin igual: la soledad. ¿Cómo es posible que antes la buscase tanto y que ahora la deteste así? Me aferré a ella durante muchos días, meses, años, siempre encontrando un refugio para evadir la falsa máscara de la vida. Y vaya que hubo entidades femeninas que intentaron arrebatarme de su poder, que intentaron tomar mi mano y sacarme de aquel pantano absurdo. Pero no, la verdad es que no quería.

Pese a todo, me gustaba sentir mis pulmones ahítos de aquella barbarie; me encantaba permanecer en ese estado tan incierto, ahogándome y aun manteniendo la esperanza de vislumbrar nuevamente el arcoíris, de volver a respirar algún día, pero no el banal aire de cualquier otra persona. No sabía cuánto resistiría, no sabía ni siquiera si deseaba que esa soledad tan agradable se retirara alguna vez. Por ella rechacé todas las oportunidades, desprecié todas las manos de ayuda, pues nada me parecía más ridículo que la compañía de otra entidad que no fuera mi amarga, pero hermosa soledad. Entonces te conocí… Y ¡vaya caos que aconteció en mi existencia! Pues parecía que finalmente algo tenía sentido, y ¡lo tiene! Estar contigo es todo lo que quiero ya.

Esa magia con la que tan repentinamente te convertiste en todo lo que yo adoro en este mundo no puedo ni quiero explicarla. Podría decirte miles de cosas, escribirte millones de poemas, contarte cientos de historias, pero la verdad es que todo eso no podría compararse ni siquiera un poco a lo que siento cuando me abrazas y me besas, pues, cuando eso pasa, siento que el tiempo, la vida, la muerte, el destino, la humanidad, nuestros defectos, nuestros traumas, nuestros trastornos, mi tristeza… y absolutamente todo se torna indiferente. Además, me encanta el sabor de tu boca y la dulzura con que tus labios envuelven a los míos. Me encanta cómo acaricias mi rostro marchito y cómo me acercas a tu pecho tan cálido, pues en tales momentos siento cómo todo el miedo y el absurdo de la existencia ceden ante tu exquisita compañía. Y, al mismo tiempo, me invade un mórbido sentimiento de melancolía al saber que algún día podría perderte para siempre, que podría nunca más volver a sentirte tan cerca de mí, tan reluciente.

Tengo tanto temor de no ser yo el amor de tu vida, y, al mismo tiempo, me repito una y mil veces que jamás intentaría detenerte. Pero es que no sé, es que me torturan tantas ideas que mi mente sencillamente no puede evitar considerar. Porque me parece una estupidez creer que existiría otro ser que pudiera quererte y cuidarte como yo lo haría, que podría ver en ti todo lo que yo logro vislumbrar: la más deliciosa y magnífica obra de arte. Pero todas estas obsesiones son solo el reflejo de mi mente trastornada, son solo ese irremediable anhelo que, cada noche, me consume y me sumerge en la agonía de no poder sentirte a mi lado, con esa hermosa alma que solo tú posees. Y entonces ¡qué delirio! Pues es cuando caigo en cuenta de que enamorado de ti estoy, y no poco. Pero no es solo eso, no es solo un momento, una pasajera invención. No es solo un reemplazo, pues antes de ti hubiera preferido una y mil veces a mi maldita soledad que a cualquiera.

Pero ahora, aunque lo niegue rotundamente, no puedo seguir ocultándolo. No, ya no puedo seguir fingiendo que no te extraño y no te necesito con todo mi corazón. Pero también estoy asustado, me mantengo temeroso de acercarme más a ti, porque no sé si realmente yo soy la persona a quien tú quieres, con quien quisieras pasar tu poco tiempo libre, con quien quisieras compartir estos sentimientos suicidas que tanto nos invaden. Sé que parece una locura, pero no podría aceptar que alguien más osara mancillar con su sucia y miserable humanidad tu sagrada e inmaculada alma. Y, el día en que tu vida tome un camino lejos de mí, el día en que tan rápidamente te hayas aburrido de este patético soñador para el que tu amor lo es todo, y que no conoce nada más divino que tus besos ni nada más bello que tu voz, pues ese día, mi eterno e imposible amor, ¿de qué me servirá continuar respirando? Ese día, tenlo por seguro, ¡me cuelgo tan pronto se haya extinguido el último átomo de tu presencia!

Y no sé qué hacer ya, pues antes rechacé a tantas por estar con mi soledad, pero, ahora y en lo consiguiente, rechazaré a todas, y, sobre todo, rechazaré todo lo que la soledad pueda ofrecerme tan solo por estar con una sola mujer… Sí, con la única mujer con la que me casaría por todas las formas disponibles, y por quien cometería todas las locuras posibles; con la mujer más hermosa, tierna, inteligente, deliciosa, adorable, exagerada, pesimista y con el alma más bonita de todas. Con la mujer cuya mera existencia es para mí razón suficiente para no suicidarme y para intentar tantas cosas con tal de verla sonreír. Y, en fin, esa mujercita a quien no cambiaría por nada ni por nadie, y que es para mis ojos la creación más perfecta, pues evidentemente eres tú, e infinitamente solo tú.

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Para mi eterno e imposible amor…

Libro: Melancólica Agonía


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