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La Cúspide del Adoctrinamiento XXVII

En seguida, los reptiles formaron un símbolo muy raro en el suelo, uno que Filruex recordaba en los dibujos que Emil solía mostrarle, como ese de cierta bandera azul y blanca. Daba igual, pues sus ojos soltaban las últimas lágrimas entre gritos perturbadores de horror y alegría. Y en esa perturbación pudo observar, como última imagen, los rostros humanos de aquellos seres que antes identificase como reptiles. ¿Acaso habían adoptado nuevamente una figura humana? ¿Con qué fin? No tenía sentido alguno. Ahora ya no podía distinguir claramente si los hombres eran los malvados o lo eran los reptiles. ¿Quién era quién? Los estudiantes ahí reunidos bramaban cual animales salvajes al tiempo que los reptiles desgarraban la carne del rebelde, para posteriormente desmembrarlo poco a poco. Primero fue la pierna izquierda, luego la derecha; le siguió el brazo izquierdo, que se complicó ligeramente; posteriormente el derecho. Finalmente, le arrancaron los genitales y la cabeza que, junto con el tronco, permanecieron en el centro de la estrella. Las partes restantes fueron distribuidas entre los estudiantes, quienes las pateaban y las maldecían con una repugnancia enfermiza.

–Este rebelde no merece ser recipiente de una deidad antigua, así que ya no requerimos de su cuerpo. El pobre ingenuo aún creía en esas estupideces de un despertar, ¡vaya que era idiota! Le hacía falta percatarse de la auténtica naturaleza de los humanos –exclamó triunfante el reptil de piel más oscura y de ojos más rasgados.

Entonces, de los restos de Filruex emergió una extraña forma, muy llamativa. Poseía un brillo sin igual, una iridiscencia inefable. Los reptiles se abalanzaron sobre ella y la devoraron, la engulleron por completo. Esto ocasionó un incremento en todas sus facultades, parecían más despiertos y avezados, incluso físicamente lucían más fuertes y vigorosos. El reptil que había tomado el mando tomó un báculo y se colocó unas joyas lapislázuli en el cuello, a modo de collar. Se trataba de aquel que en su forma humana había sido el profesor Paljabin, era él quien realmente estaba detrás de todo. Se acercó al cuerpo del reptil que fuese el director y, con desaprobación, informó a los demás que nada se podía hacer por él, pues algo raro lo había golpeado, algo más allá de una bala. Luego, se dirigió hacia el pedestal y cada uno de los reptiles se colocó a un costado de su silla, formando un círculo. Viró hacia la caterva y dijo:

–Ya casi hemos terminado con todos los rebeldes, solo queda uno. Pero no se preocupen, pues pronto caerá en nuestras manos. Lo trituraremos al igual que a éste, no será digno de ser recipiente. Mientras esperamos, pueden divertirse del modo que mejor saben. Adelante, sírvanse.

De inmediato, los estudiantes se encueraron y empezó la orgía entre toda la universidad. Los humanos no conocían otra forma de otorgar un falso sentido a su existencia sino a través de la reproducción. El hecho de copular y de procrear era una obligación, una necesidad de la cual no podían zafarse. El egoísmo por hacer valer la vida propia era eminente, solo un azaroso y paradójico espíritu omnisciente sabría por qué les era permitido tal acto a seres tan infames. Pero así era el humano, tan solo una vil entidad adoradora de lo más banal y putrefacto, hambriento de sexo, dinero y entretenimiento.

–¿Está bien que hagan eso? –preguntó uno de los reptiles al del báculo.

–Sí, no te preocupes. Es hora de empezar ya, después de tanto tiempo en las sombras. Nos alimentaremos de la lascivia que ellos desprenden al copular y, además, tendremos una producción en masa de nuevos cascarones que el sistema se encargará de acondicionar inmediatamente.

–¡Muy bien! Pero ¿ya es hora de que todo el mundo nos conozca? ¿Es finalmente el tiempo de abandonar el abismo y ser uno con Labbu? –volvió a inquirir el curioso reptil.

–¿Nos conozcan? ¿Acaso bromeas? Al mundo no le interesa conocernos, eso les es indiferente. ¡Al mundo le interesa el dinero y ya! –replicó el mandatario reptil mientras formaba unos pedazos de papel verdes con un cúmulo de energía negativa que surgía de la orgía demencial que los estudiantes llevaban a cabo.

Por otra parte, en la absurdidad de la existencia de los insignificantes humanos, Lezhtik se detuvo cuando aparecieron frente a él los dos árboles extraños de aquel mito contado en la facultad y ahora olvidado, esos bajo los cuáles se decía que un monje solía aparecerse. El corazón casi se le salía del pecho, ya no podía más, había corrido demasiado. Pero sabía que no debía detenerse, pues los centinelas del ojo lo alcanzarían en cualquier momento. Se preguntaba qué habría pasado con Filruex, pero no importaba ya, seguramente algo horrible. Ahora tan solo le atañía hallar un lugar donde parapetarse. Miró en todas direcciones sin sentirse convencido, estaba en lo más profundo del bosque, nada le era favorable. Los pasos de los centinelas se escuchaban cada vez más cerca, el tiempo ya casi se le agotaba; sin embargo, una voz le susurró algo, o al menos así le pareció. Sintió un cosquilleo en el oído y nuevamente aquel susurro.

–Por aquí, pequeño. Por aquí, pequeño capullo… –repetía la voz que susurraba.

–¿Quién eres? ¿Acaso un espíritu? Pero si esa voz es de…

No tuvo tiempo de completar su pensamiento, aunque estaba seguro de que la voz pertenecía a aquella persona. Se dirigió hacia donde el susurro, el cual se detuvo justo donde se encontraban los dos árboles. Entonces éstos comenzaron a refulgir con una iridiscencia bucólica, como aquella otra vez. Parecía todo como un sueño, pero ¿qué podía ser más loco e inverosímil que una raza de extraños reptiles haciéndose pasar por humanos y aliándose con sectas secretas que intentaba dominar el mundo? Nadie le creería nunca, pero ¿qué más daba? Sin otra opción, cruzó por los árboles de iridiscente fulgor y lo último que recordó fue cómo se desvanecía a través de una espiral infinita… Cuando despertó, le dolía un poco la cabeza. Estaba en el bosque, pero lucía algo distinto de la forma en que él lo recordaba. Había un riachuelo cuya agua era cristalina y fresca, lo cual supo tras enjuagarse el rostro para saber si no estaba soñando. Las flores tenían un aroma muy dulce, pero tampoco empalagoso. Los animales parecían feroces, pero tampoco daban señas de querer atacar. El agua daba la sensación de fluir, pero tampoco pasaba. ¿Qué demonios estaba ocurriendo entonces? Algo paradójico en ese lugar le inquietaba, algo no concordaba.

–Ya sé, debe ser por el tiempo –exclamó con asombro–. ¡Aquí no existe el tiempo!

–Y eso ¿qué importa? –cuestionó una voz demasiado sutil, totalmente preñada de una sabiduría milenaria.

Lezhtik viró, pero nadie estaba ahí. Solamente el eco de aquella voz tan profunda y hermosa invadía el idílico paisaje en donde se encontraba ahora.

–¿Quién es? ¿Quién está ahí? ¿Acaso eres un espíritu?

–No, no lo soy. ¿Cómo podría ser yo un espíritu? –respondió la voz etérea, luego continúo–. Pero tú ¡sí que lo eres! Puedo ver claramente tu aura.

–¿Mi aura? ¿De qué rayos hablas?

–No te preocupes, usualmente no es algo que deba verse. ¿Por qué has venido aquí? –cuestionó la sabia voz.

–Pues esperaba encontrar alguna respuesta, la verdad es que no sé en dónde estoy.

–Ya veo, aquí no hay respuestas para el que no quiere escuchar. ¿Tú quieres?

–Supongo que sí.

–Pareciera que no quieres, no te notas seguro. Cuando uno escucha, debe ser con todo su ser. Escuchar es lo que hace falta en el mundo, tan solo entender.

–¡Quiero escuchar! –afirmó Lezhtik con decisión.

–Caíste en la trampa, te has exaltado.

–¿Qué? ¿Cuál trampa?

–Perdiste tu impasibilidad por algo tan nimio, pero es natural. No vienes aquí para quedarte, solo de paso. ¿Acaso estás buscando al maestro? ¿Al monje que se perdió en los árboles?

–Es una historia que se cuenta en mi mundo, no sé si sea cierta o no.

–Y tú ¿qué crees? La fe es un mero asunto subjetivo, una cuestión inherente ante cualquier efecto sustancial de los elementos exteriores que intentan perturbar las oscilaciones de la ecuación que representa tu interior.

–Creo que eres raro, tu forma de ser me ha intrigado.

–Impasible, siempre. Recuérdalo: impasible, ante todo. Si logras serlo, habrás ganado el mayor tesoro de cualquier cielo, pues la divinidad, al final, será solo de unos cuántos.

–Entonces ¿puedes llevarme con tu maestro? ¿Está muy lejos?

–No, para nada. De hecho, está muy cerca. Vamos, yo seré tu guía. En el camino, puedes preguntarme todo lo que quieras, pero, cuando lleguemos, deberás callar. Solo el silencio absoluto puede brindar la energía para los estados intrínsecos de la consciencia que necesitan ser purificados. ¡Sígueme, humano!

Y así, Lezhtik no tuvo más opción que seguir aquella voz, la cual parecía provenir del río mismo. Como sea, ya el tiempo no funcionaba ahí, ¿qué más podía hacer sino seguir a la sabia voz? Solo debía ser cuidadoso, todo el lugar parecía tan quieto, tan calmado. Podía apreciar sonidos que antes no, incluso en el bosque donde todo parecía en paz. Ahora, empero, una vibración distinta lo invadía. Una iridiscencia bañaba todo el paisaje y hacía funcionar a la vida misma, era ella misma. Para salir de su mutismo, Lezhtik decidió que comenzaría con el coloquio; o con las preguntas, mejor dicho.

–¿Cuál es el sentido de la vida? –arremetió sin pensarlo dos veces.

–Ninguno, que yo sepa –respondió finalmente la sabia voz–. En todo caso, ¿por qué quieres saberlo? Eres solo un humano, eso debería serte trivial.

–Debería, como bien dices –replicó con cierto tono de reproche el joven, luego miró al cielo y notó que diversos y muy inusuales matices se mezclaban.

–¿Hay algo que te haga pensar que la vida no tiene un sentido? –cuestionó la sabia voz mientras Lezhtik seguía caminando y mirando fijamente el río.

–Todo y nada a la vez. Es complicado de explicar, pero así me parece. Lo que quiero decir es que sería absurdo que esta existencia no tuviera un sentido.

–Pues entonces ya has respondido a tu pregunta. La duda es un componente esencial en los seres de tu especie. La incertidumbre guía en conjunto con el azar, al menos así lo conoces tú. No tienes certeza porque eso solo equivale a un dios, uno que dudas que exista. Mientras no estés totalmente seguro de algo, jamás podrás explotarlo al máximo.

–Eso quiere decir que, si estoy absolutamente seguro de que dios existe, ¿él existirá?

–Naturalmente, pero ningún humano está nunca absolutamente seguro de nada. Las mentes estrechas se cuartean por sí mismas. Tu poder es reducido por su simple esencia, pues no les fue concedido a los de tu especie poder ver más allá.

–Y ¿por eso vivimos en esta miseria? –cuestionó Lezhtik, quien ya se estaba revolviendo con tantos temas de los cuáles la sabia voz no daba respuesta concreta.

–¿Cuál miseria? ¿A qué te refieres con eso?

–A la forma en que se vive en el mundo. Tú sabes de qué hablo, todas las sensaciones y situaciones adversas que hay. Hablo de la pobreza, el consumismo, la desigualdad, la sobreproducción, la esclavitud, la explotación, entre muchas más.

–¡Ah! Te refieres a eso… Debí imaginar que lo preguntarías. Pues bien, nadie dijo alguna vez que el mundo debía ser justo, o ¿sí?

–En eso tienes razón –afirmó Lezhtik con una expresión de ironía muy mal disimulada–. Pero entonces ¿qué hay de los sueños de libertad y de rebelión por un mundo mejor?

–¿Acaso crees tú que los de tu especie merecen un mundo mejor? –contestó con una calma extraordinaria la sabia voz.

–Quizá sí, al menos se podría hacer algo por intentarlo.

–Y, suponiendo que tuvieran un mundo mejor los humanos, ¿no sería eso igual de irrelevante? ¿No son la perfección y la belleza algo superfluo? Piensa en ello, tu mundo seguiría siendo una migaja del infinito.

–Sí, eso es lo que me entristece, saber que no somos más que las sobras de una existencia infame. Posiblemente, sean naturales la tristeza y el sufrimiento que se experimentan cuando se piensa en todo esto. La vida carece de todo sentido, es solo un sufrimiento ilógico, una blasfemia de lo peor…

La sabia voz no se escuchó más por unos momentos, el silencio reinó y solo el sonido etéreo producido por el flujo del agua en el río osó romper con aquel bello lapso.

–Bueno, ya lo sabes. La incertidumbre es algo intrínseco en la mente, no es posible pensar en una existencia cuya certeza sea absoluta. Cuando dejas de dudar, cuando crees que todo está determinado, sea por estudiar alguna ciencia o por una creencia religiosa o filosófica, estás renunciando a tu libertad. La incertidumbre es el principio de la vida, de la rebelión y de la imaginación. El no saber nada también es libertad, una muy gloriosa. Así, puedes hacer lo que te plazca sin preocuparte. ¿Qué más da si hoy te corren del trabajo? Y ¿qué si no comes esta semana o si mueres mañana? ¿Qué importa si el mundo está podrido? ¿Para qué martirizarse con todo eso, mi joven amigo? Todo es absolutamente incierto y absurdo, pero eso es libertad.

–Me intriga tu forma de responder, sabia voz inmaterial.

–Solo soy un reflejo de una percepción más amplia. No existen posturas, tampoco respuestas buenas o malas, solo simples opiniones. Yo no tengo la verdad, tampoco la mentira, solo soy un mensajero de una inteligencia inconmensurable. Recuérdalo, Lezhtik, tú eres tú, y solamente eso. Todo depende del punto de referencia que has elegido para mirar la realidad. Y eso condiciona la verdad en la que has decidido creer, pero ¿qué significa realmente esto? Pues quiere decir, a grandes rasgos, que no existe la verdad. Hay tantas verdades como consciencias, como personas, como distorsiones. Tu verdad te acercará al centro del universo, pero jamás conseguirás el absoluto contacto con lo divino. Así es para todos, así será por siempre. Tú deformas la realidad con base en la perspectiva que has elegido para crear y destruir. Lo único cierto es que tú eres tú… Y así con todo, nada está determinado. Sé que suena como algo obvio lo anterior, pero créeme cuando te digo que casi ningún ser logra entender el poder oculto tras comprender que tú eres tú. Los seres viven siempre influenciados y manipulados, y eso les impide evolucionar. La cúspide del adoctrinamiento no es otra cosa sino lo opuesto a dios. Y ¿quién es dios? ¿Qué es dios? ¡Tú eres dios! ¡Tú eres tú! Jamás olvides eso, humano. Si comprendes la sabiduría y el poder que hay en el fondo de tal sentencia, habrás obtenido la única y sublime libertad.

–Entonces ¿es natural que este mundo esté en la inopia, estupidez y decadencia más pronunciada?

–Es natural si es lo que debe pasar. Te inquieta demasiado el mundo, pero morirás en un periodo menor a un pestañeo del universo. De hecho, toda tu raza lo hará. Ustedes anhelan poder y conocimiento, pero están demasiado limitados, demasiado cortos de tiempo. Ninguna existencia será relevante en sus condiciones, es mejor no pensar en la vida cuando la muerte triunfará finalmente.

–Entonces todo esto me lleva a pensar más profundamente… ¿Para qué vivir? ¿No es todo una mentira solamente? –replicó Lezhtik con cierta angustia y frustración, con el rostro aplatanado–. ¿No es el acto de vivir una mera estupidez? ¿Qué sentido tiene hacerlo si todo morirá y nada será relevante?

–Bueno, eso no lo sé. No he logrado comprender si vivir para ti tiene algún sentido. Cada uno puede decir sí o no, pero, al final, ¿acaso importa? Es decir, ¿qué significaría que vivir tuviera sentido? La misma pregunta debería primero ser analizada, ¿no crees? Ya te he dicho lo que creo, pero supongo que solo un dios podría esclarecer todo lo que absorbe tu energía. Siempre recuérdalo: ¡tú eres tú! ¡Tú eres dios! Tienes en tu interior algo que nunca nadie podrá arrebatarte: la esencia magnificente.

–¡Yo… soy yo! –exclamó Lezhtik, sonriendo como jamás en su miserable y humana existencia lo había hecho. Parecía haber entendido algo de tan sutil discurso.

–Sí, mi pequeño amigo. Y, sin duda alguna, la humanidad se encuentra en un agujero sin fondo, pero ella misma ha querido estar ahí. En lugar de intentar salir, parece hundirse cada vez más y sentirse muy bien en el abismo más sórdido y absurdo. Ya lo sabes también: no puede ser salvado aquel que no quiere ser salvado, es mejor dejar que todo fluya hacia la perdición. Al final, no hay muchas opciones. O aceptas tu miseria o enloqueces, pero tú ya conoces el camino hacia dios: el suicidio –afirmó la sabia voz mientras el cromatismo invadía el arroyo.

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La Cúspide del Adoctrinamiento


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