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La Execrable Esencia Humana 36

Me hallaba hastiado y asqueado de la humanidad, especialmente de la mía, pues todo en ella era tan superficial, mundano y patético. Había llegado a ese punto donde requería de una nueva definición de lo que era existir sin ser parte de esta insoportable y absurda realidad.

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La verdad es que me cansé de buscar algo más allá de la execrable esencia humana, porque entendí que cualquier sendero conduciría a la misma incertidumbre mientras no me suicidase. Además, sería absurdo pretender que seres tan banales y mediocres como nosotros tuviesen alma, espíritu o algo parecido. Por lo tanto, lo mejor era olvidarse de ser uno mismo mediante cualquier vicio o bagatela hasta caer en el abismo eterno, hasta participar en el ritual de la sublime muerte y saborear, al fin, un poco de justicia divina.

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¡Estaba harto de todo, al límite de mis fuerzas! Y es que ya no podía salir a las calles ni toleraba estar aquí un día más. En verdad ya no soportaba a la humanidad, tampoco a mí. ¿Qué opciones tenía entonces? ¿Qué se suponía que debía hacer? Si abandonaba esta pestilente habitación, tendría que salir al mundo, mezclarme con aquellas repugnantes criaturas llamados humanos y asquearme, como tantas otras veces, de la horrible realidad. Sin embargo, si me quedaba una noche más encerrado con la navaja, la única cosa que me restaría por hacer, bien lo sabía, sería quitarme la vida. ¡Que así sea, pues! ¡Que mi irrelevante y nefanda existencia culmine esta mismísima madrugada y no otra!

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En conclusión, ese era mi problema… No podía seguir existiendo así: sin respuestas a mis interminables dudas, sin un ápice de verdad que calmase mi inmanente sufrimiento. Incluso, si se me dijese que todo era irrazonable, tal y como sospechaba, pues eso ya sería algo, pero no. Todo lo que imperaba en esta infame pseudorealidad era una incertidumbre infernal e imposible ya de tolerar, acompañada de una profunda nostalgia por algo que probablemente ni siquiera existía. Y la tristeza que este cruel escenario me producía ya ni siquiera era suficiente para hacerme derramar una lágrima, aunque sí para cortarme las venas un poco más y un poco mejor.

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No obstante, la auténtica farsa de la existencia era que se sostenía sobre numerosas mentiras y máscaras debajo de las cuales solo se hallaban el vacío y la absurdidad, pero nunca la armonía de la verdad ni la más mínima posibilidad de poesía verdaderamente suicida. En última instancia, los poetas éramos los más engañados y los que mejor mentíamos a otros y principalmente a nosotros mismos. Aunque no se debía culpar a nuestras melancólicas almas por ello, sino que más bien debería exorcizarse a nuestros semejantes por arrojarnos a tan desconcertantes calabozos de despreciable y agónica confusión.

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Quien ha llevado una existencia sumamente ridícula, como la mayor parte de las personas, no puede albergar ninguna esperanza en la muerte. No será capaz de atisbar la mística belleza y poética magia que se alcanza únicamente mediante el suicidio. Y será porque la vida mundana le ha contaminado tanto que se aferra desesperadamente a ella, aunque se trate tan solo de un vil engaño y un completo desperdicio. ¿Acaso se prefiere esto por encima de lo desconocido y lo que va más allá de nuestro humano intelecto? ¿Qué son todas nuestras creencias y horas perdidas en comparación con la eternidad de aquello que ha sido, es y será hasta que el infinito mismo se derrumbe?

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