Claro que el mundo es ahora un mejor lugar, aunque solo para aquellos que pueden pagarlo. Las mismas atrocidades e injusticias de siempre, pero enmascaradas tras fútiles actos de benevolencia y supuestas organizaciones que luchan por la paz mundial. ¡Qué asco de sociedad! Al fin y al cabo, todo vuelve a tender hacia lo mismo: el grotesco enriquecimiento de cada vez menos a costa del brutal empobrecimiento de cada vez más… La única errata en este circo de lo absurdo fue llegar a creer que, conforme el ser tuviera más ciencia y tecnología, la vida misma mejoraría para todos. El problema no está en la realidad, sino dentro de nosotros mismos: nuestro natural y aciago egoísmo que no nos permite vislumbrar algo más allá del beneficio propio y el materialismo más nefando. Todos somos unos cerdos en el interior, por eso es que hemos inventado doctrinas y leyes para no entregarnos plenamente al caos más enloquecedor. Mas si no hubiera leyes ni doctrinas, ¿no se hubiera ya extinguido el ser? ¿No es en las sombras donde la confrontación interna alcanza su límite? Creo que somos malvados por naturaleza, que nos dominan toda clase de emociones autodestructivas y que la aparente benevolencia hacia otros no es más que pura fantasía y soberbia enmascarada. Quien sea que haya diseñado al ser, sabía perfectamente de todo esto. Y, aun así, decidió proseguir con este funesto espectáculo de horror existencial en el cual nos hallamos todos atrapados de una manera u otra… Escapar de tantas mentiras e ilusiones debería ser nuestro enfoque, pero no. Somos tan miserables y estamos tan acostumbrados a nuestra inmunda miseria que, en contra de todo sentido común, seguimos con el aberrante ciclo de sinsentido y lo incrementamos mediante la ominosa reproducción de más esclavos abyectos como nosotros. ¡Ay! ¡Qué lamentable y patética es la esencia humana! De ningún modo podría concebir que algo superior o divino haya diseñado a este conjunto de monos terriblemente adictos a lo más insustancial y efímero. Pero no hay vuelta de hoja, pues al parecer hemos ya aceptado de antemano cada uno de nuestros desvaríos y ahora solamente aparentamos ser felices mediante cualquier tontería, persona o momento… De la tragedia se ha originado nuestro sufrimiento inmanente y a ella retornaremos cuando el onírico ocaso de nuestro espíritu multicolor deje de sernos ya tan temido e indiferente.
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Tal vez cuando creamos finalmente haber encontrado el sentido de la existencia, careceremos instantáneamente de nuestro anhelado reflejo; nuestra limitada humanidad será nuestro mayor impedimento al intentar comprender lo incomprensible. Hasta que no nos hayamos despojado de todo impulso que nos arrastre de nueva cuenta a este plano sacrílego, la condena se repetirá una y otra vez. El tragicómico carrusel de mentiras nos atrapará como moscas en una inmensa y estúpida telaraña de la cual ya nada ni nadie podrá librarnos durante un largo tiempo. Y en verdad creo que nadie podrá salvarse a sí mismo en tanto no esté dispuesto a asesinar cada recuerdo, momento y deseo que haya contaminado su corazón con toda clase de funestas entelequias; con todo tipo de infernales y melancólicos espejismos carnales. Probablemente, yo ya haya enloquecido desde hace tanto; tanto que no puedo ni siquiera traer a mi siniestra memoria la última vez en que mis letras no sonaron tan sombrías ni mi mirada se hundió tan perfectamente en la sangre que escurre ahora de tus mejillas refulgentes. ¡Soy un impostor más, un bufón cósmico como todos! Sí, como todos los que aparentan todavía tener corazón y que su sonrisa no se rompe a cada segundo con la sonata de la muerte más grotesca. Hemos sido arrojados aquí sin ningún sentido, totalmente en contra de nuestro supuesto libre albedrío. Nunca seremos libres, porque la libertad es algo que nos aterra sobremanera; quizá más que intentar ser nosotros mismos en el sepulcral atardecer donde el bien y el mal dejan de ser una realidad matizada de fantasía. Todavía no hemos aprendido gran cosa, y ¡quién sabe si lo haremos algún día! Lo único que sabemos hacer es reproducirnos absurdamente y enfermar nuestras almas con toda clase de estúpidas ideologías cuyos lamentables postulados solo pueden producirme náuseas. La mayor ignorancia a la que puede entregarse una persona, así pues, es abrazar alguna de las más repugnantes falacias de la pseudorealidad: religiones, gobiernos, corporaciones u organizaciones. En tanto haya dogma, habrá ego implícito; en tanto el ser no comprenda esto, continuará siendo esclavo de su propio destino. ¡Qué irrelevante es la humanidad en su estado más puro! Y puede ser que, con justa razón, quienes sea que la hayan depositado aquí la han abandonado a su suerte por los siglos de los siglos.
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La tristeza humana no es comparable a la que debe sentir cualquiera que quisiera alojarse en nuestro planeta; y creo que, irremediablemente, se suicidaría al primer instante. Yo mismo me sobresalto al concebir todas las ocasiones en las que me he planteado seriamente abandonar esta horrible pseudorealidad sin que me importen las ulteriores consecuencias. Asimismo, me inquieto aún más al experimentar plenamente los desastrosos efectos del instinto de supervivencia. No me queda la menor duda: para matarse, lo primero que debe hacerse es no pensar en ello. ¿Cómo vencerse a uno mismo? Tal vez esa es la única cosa que valga la pena cuestionarse en nuestra ominosa cloaca de podredumbre y depresión, aunque siempre estemos demasiado abrumados para reflexionar seriamente las mejores posibilidades… Siendo del todo francos con nosotros mismos, ¿a qué aspiramos en la vida? ¿No es la muerte nuestra única y auténtica felicidad? Somos esclavos de este ignominioso sistema que nos absorbe el alma diariamente y que seca nuestra esperanza como una triste y diminuta flor en medio del más sórdido e insondable desierto. Vivir es un horror sin parangón; una trágica pesadilla que no elegimos experimentar, pero que nos vemos obligados a soportar sin saber por qué ni para qué. Al menos todavía podemos llorar y lamentarnos por nuestra terrible insustancialidad, por todos aquellos días de bárbara inutilidad en los cuales mejor sería jamás haber estado… La condición primordial para sentirse bien en este sistema absurdo y desolador es cegarse tanto como sea posible; sí, autoengañarse todo el tiempo con cualquier tontería o fútil ideología que, en el fondo, hará exactamente lo mismo que la bebida en el alcohólico o la meditación en el eremita: hacernos olvidar, solo temporalmente, nuestra recalcitrante miseria y nuestra lúgubre soledad.
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Me sentía sorprendido al saber que, por el periodo de tiempo más ínfimo, todos podríamos ser reales por una vez en nuestras vidas; aunque acaso solamente lleguemos a tal estado en la mágica catarsis de la muerte. Mientras nos columpiásemos tan ridículamente en las cuerdas de la vida, nuestra suerte sería solo una mala apuesta. El azar y el tiempo casi siempre se emborrachan juntos y terminan fornicando con nuestra mente; nos trastornan de maneras tan pintorescas como sombrías, sin importar si lo deseamos o no. Somos asesinos de nuestros propios sueños y detractores de cada suspiro que en vano hemos proferido. Estamos tan cansados de nuestra impertérrita miseria, pero nos espanta sobremanera la idea de matarnos. ¡Cuán arraigados estamos en esta existencia infernal! Tanto que, aunque se nos ofreciera el paraíso ahora mismo, probablemente más de unos cuántos lo rechazarían sin dudarlo. El mono parlante es algo repugnante en casi todo aspecto, comenzando por su inherente tendencia a la ignorancia y el poder más efímero. ¿Qué es toda esta lúgubre pesadilla llamada realidad en la que divagamos tan absurdamente! Todo lo que podamos creer siempre será innecesario e incompleto, porque nuestra triste esencia no ha sido diseñada para contemplar el infinito ni lo eterno. ¡Qué lamentable haber sido encapsulados en una forma material que parece más bien una prisión carnal! Y ¿para qué? Solo para sufrir sin límites, para tener que soportar las inútiles pláticas de las personas cuya abrumadora estupidez siempre me desconcierta. No hay esperanza en nada ni en nadie, solamente podemos soñar con el encanto suicida y llorar amargamente en nuestro abismo sin fin. ¡Cuánto nos engañamos todavía! La vida es una sórdida ilusión que somos forzados a experimentar y en donde nuestra miseria nos cobijará hasta el último de nuestros aberrantes delirios. ¡Qué patética es la humanidad! Esta raza jamás debió haber existido y la nada debería siempre haber reinado en la cúspide del supremo manantial galáctico.
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El problema no es si dios existe, el problema es si a Dios le interesa existir. Y la verdad es que su atroz silencio, cruenta indiferencia y hasta cierto sarcasmo siniestro me hacen pensar que en verdad existe; pero que es más caprichoso que mi lamentable exesposa y todas mis amantes juntas. Sí, ese ha sido el error más infame hasta ahora cometido y del que nadie ha querido sacar conclusión alguna: tal vez Dios, como la vida misma, es una mujer; solo que en constante periodo de menstruación… Nosotros somos los tristes peones con los cuales constantemente se divierte, a quienes puede colocar en toda clase de ignominiosas situaciones y con cuya existencia puede hacer lo que le plazca. ¿Cómo se puede hablar entonces de libre albedrío? No elegimos nacer y ahora tenemos que morirnos, ¡qué irrisoria tragedia! Las luces que me han arrojado a la demencia celestial no lucen tan opresivas, pero en sus formas concibo cada uno de mis lamentos ensangrentados y creo que me arrepiento de cada encuentro nocturno con mi sombrío destino. Añoro mi ocaso por encima de cualquier otra cosa, como si solo esperase ese instante del quiebre para sonreír y escupirle en la cara a cada patético títere con el cual por desgracia me he visto obligado a relacionarme. ¡Que todos se vayan al diablo! Quizá yo he enloquecido, quizá no… Lo cierto es que este mundo está acabado y ningún ser superior se ha dignado en eliminarlo siquiera… ¡Tan irrelevantes somos y tan putrefactos son nuestros pasos en el infierno! ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué esperamos para pegarnos un balazo en la cabeza o colgarnos en el paraíso de nuestra inmarcesible rebeldía existencial? Y puede que solamente en esto nos ha sido conferida la última esperanza del espíritu: en la muerte que atraviesa el firmamento de nuestro benevolente y carnal sufrimiento.
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Cualquier intento de cambiar el mundo, por insignificante que parezca, vale más que todo el dinero que hay en él… Aunque al final no sirva de nada, puesto que este mundo ya no tiene ninguna posibilidad de ser salvado. Barrunto que inclusive desde su creación misma, este pandemónium de eviterna desdicha no tuvo de otra más que pudrirse lenta y dolorosamente. ¡Cuánto tiempo perdido en algo de lo que ya no puede surgir sino malevolencia y sórdida crueldad! ¡Cuántas veces no hemos caído todos en aquellas quimeras que hablan de un nuevo mundo repleto de amor, paz y dulzura! Más fábulas para quienes no tienen ya suficiente con qué engañarse; aunque supongo que, desde cierta perspectiva, esto no está del todo mal… Una mentira no es ni buena ni mala, simplemente resulta desagradable para quienes aún buscan someramente la verdad. Pero ¿qué verdad? Quizá solamente la soledad que conduce a la muerte pueda ilustrarnos al respecto, pues parece que es ahí y no aquí donde se revelarán todos los espejos oscuros y donde nuestra inmanente miseria ya no volverá a atormentarnos tanto. ¡Qué asqueado me siento de cada absurdo peón que habita esta nauseabunda y humana dimensión! También y, sobre todo, estoy harto de mí mismo. Debería comenzar a amarme, para eventualmente amar al prójimo… ¿Para qué? Este tipo de enseñanzas solamente funcionan para aquellos perdedores quienes aún tienen fe en este mundo corrompido y en la triste humanidad, no para poetas dementes como yo. ¿Por qué debería amar algo imperfecto en todo sentido y efímero por defecto? No conozco otra manera de vivir que no sea en el límite que desfragmenta la cordura y ensombrece toda luz; ¿cuántos podrían acompañarme? Yo no añoro, empero, seguidores ni aprendices. No me interesa la fama, el poder ni la compañía de ningún mono. Lo que yo añoro no se encuentra en este plano, pero por alguna razón yo sí qué he sido conminado a sufrir terriblemente todas las consecuencias de poseer una forma humana. ¡Qué tragedia ha sido toda mi vida! Ojalá esta deprimente noche de verano tenga al fin el valor suficiente para cortarme las venas, ¡eso sí que me haría sumamente feliz! No quiero volver a saber nada de nadie, mucho menos de Dios.
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La Execrable Esencia Humana