Lo que más desprecio en mí es mi patética esencia humana y la inutilidad con que devora mis ideas. Supongo que tendré que matarme pronto, pues es la única manera que conozco para poner fin a tan deprimente y ominosa condición.
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La idea de morir me embelesaba, pero también me hacía estremecer con infinito terror, pues detestaría tener que vivir de nuevo tras haberme ilusionado con la hermosa y eterna despedida que tanto añoro conocer.
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Por salud he creído que el humano no es real, por enfermedad he sabido que su trivialidad ha trascendido mi imaginación.
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La muerte, para la mayoría, es solo el fin del inmenso cúmulo de estupidez que esparcieron en su inmunda y patética existencia, pues en realidad no son dignos de ella. Sin embargo, para una minoría, tal vez la muerte es la consagración de la verdadera libertad.
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La miseria del ser ha evolucionado a tal grado que hasta lo más virtuoso resulta en él solo una triste y absurda ironía.
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Esta existencia es solo una tragedia: demasiado frágil para exigir mucho de ella y demasiado insignificante para que algo valioso pueda subsistir en su contorno.
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La Execrable Esencia Humana