Conversar con una de esas personas que nunca se callan y que siempre tienen algo que decir no es una buena señal… Hablo de esas personas que siempre tienen una opinión, que parecen ser los más grandes sabios en cualquier temática y que nunca permanecen en reflexivo silencio. Esto, desde luego, es un claro indicativo de una persona que muy probablemente está aún más engañada que nosotros mismos. ¡Cuántos de estos gusanos no abundan en la sociedad moderna! Engatusados con las más pintorescas concepciones, partiendo de irracionales conceptos y creyéndose los nuevos mesías. Para ellos, solo aquello que han decidido creer es la verdad absoluta; ¿dónde demonios está entonces su Dios? No lo veo por ningún lado, esto hablando de las marionetas religiosas. Pero es únicamente un ejemplo de muchos más, de muchas tonterías más en las que los monos parlantes se enfrascan neciamente a falta de algo mejor. Parece, empero, que, sin importar la época o la realidad, el ser siempre será incapaz de creer en él mismo y de amarse a sí mismo por encima de cualquier otra cosa, concepción o perspectiva. ¡Qué triste y lamentable me parece todo esto! Este mundo ominoso está más que acabado, más que sumergido en el fango putrefacto donde los muertos vuelven a morir una y otra vez con cero probabilidades de resucitar. ¡El verdadero renacimiento siempre será propio y provendrá de nuestro corazón! Y no del exterior, no de lo que tantos imbéciles nos intentan imponer todos los días. ¡Que ellos se ahoguen en sus propias percepciones distorsionadas e implantadas! ¿Por qué tienen que arrastrar a otros al mismo abismo de sinsentido y miseria? Lo único que deseo ya escapar cuanto antes de este execrable averno, ¿cuándo será cumplido al fin mi onírico ascenso?
*
¿Cómo llegar a ser uno mismo? ¿En qué hallar un sostén que no se derrumbe ante la menor vacilación de nuestro atribulado y melancólico corazón? ¿Cómo encontrar paradójicamente en nuestro triste abismo la fortaleza que habrá de vivificarnos cuando todo en este mundo pareciera destinado a hundirnos todavía más? ¿Cómo intentar sonreír cuando a cada instante la tristeza más sórdida parece escupirnos en la cara y reírse a nuestras espaldas? ¿Cómo tratar de ser feliz cuando el simple hecho de existir pareciera implicar en sí mismo el mayor obstáculo para ello? La respuesta aún no la encuentro, pero no por ello he dejado de buscarla. De lo único que tengo certeza, de hecho, es de que, si abandonara mi búsqueda, más me valdría también pegarme un tiro de inmediato. ¡Qué cosas escribo hoy en día! Y también cuántas mentiras todavía pululan míseramente en mi marchito espíritu; tantas que hasta siento no haber vivido nada hasta ahora. No sé si tan siquiera resta en mí la voluntad suficiente para llorar o matarme esta noche psicótica, aunque ya nada tenga sentido y no quiera volver a despertar jamás.
*
¡Solo sé libre, maldita sea! Es lo único que quiero de ti: libre de cualquier idea, emoción, pensamiento, religión, doctrina, credo, teoría, lugar, momento o persona… Libre de cualquier concepción, perspectiva o juicio; libre de la verdad y también de la mentira; libre del tiempo y del espacio; libre de la vida y de la muerte; libre de ti y de mí… ¡Libre de todo, incluso de la libertad! Porque entonces la contradicción se esfumaría, ¿no? Es que todavía confiamos demasiado en la razón y no hemos aprendido a sentir con el corazón, pero es natural que así sea… La grotesca pseudorealidad así nos ha programado y nosotros así hemos obrado desde que nos hemos reconocido marionetas del dinero, el poder y el sexo. ¿Qué más habría si no? ¿Qué otra clase de placeres o pasatiempos podríamos esperar? ¿A qué otra cosa podríamos aspirar sino a las cosas menos importantes y más terrenales? ¡Eso supuestamente conduce a la felicidad! Cuando menos, a la supervivencia. ¡Ay! ¡Qué lejos nos hallamos de vislumbrar el trasfondo de este siniestro teatro de lo absurdo! Y cada vez nos perdemos más, nos hundimos más frenéticamente en puras fantasías y espejismos. Quizás hemos sido diseñados para abrazar la mentira y no para perseguir la verdad; ¿no podrían ser una misma entidad? ¿No podrían estar tan perfectamente entremezcladas que nuestra humana razón sea incapaz de separarlas? ¿Por qué siempre tendemos a clasificarlo todo con base en nuestros prejuicios? ¡Qué ignorantes somos y seremos hasta el final de los tiempos supremos! No cabe duda: quien creó todo esto (si es que algo o alguien lo hizo), no se preocupó demasiado por dotar a sus ratas de laboratorio de una inteligencia más allá de lo mínimamente indispensable. La existencia es soportable, así pues, solo en la medida en que decidimos cegarnos y hacer de nuestras patéticas y humanas creencias una fuente inagotable de necedad y estupidez sin parangón.
*
Lo siento, es solo que perdí todo el interés en conocer y amar personas desde que comencé a conocerme y amarme a mí mismo. Y fue así porque comprendí que yo soy todo lo que tengo y lo que siempre tendré. No hay ningún dios, no hay ningún amor eterno y no hay ninguna verdad universal. Simplemente está la horrible realidad, el yo y la paradójica soledad. Quien no acepte esto y lo haga consciente en cada aspecto de su existencia, estará irremediablemente condenado a vivir bajo múltiples engaños e infinitas ilusiones. Y creo que ciertamente es así como esta raza infame y absurda ha existido siempre: en las sombras. Difícilmente algo conveniente puede surgir de aquello que por defecto ha sido creado en la imperfección y la inmundicia. Hoy más que nunca la humanidad está al límite, balanceándose en un columpio de perdición absoluta y corrompido malestar. Siempre hemos sido esclavos de la pseudorealidad, pero jamás habíamos renunciado tan rápidamente a nuestra escasa voluntad y nos habíamos entregado tan fácilmente al abismo de locura y depravación. Es este el tiempo de disolvernos, ¿para qué seguir? No vale la pena contemplar ningún nuevo amanecer, pues, de cualquier manera, ¿qué cambiaría? Evidentemente nada, porque a nadie le importa lo que acontezca más allá del último suspiro.
*
A veces pasa que se apodera de nosotros un irrefrenable deseo de no volver a relacionarnos con ninguna persona en ninguna circunstancia. A veces esto puede durar días, semanas, meses e incluso años; a veces, también, puede durar el resto de nuestras vidas. En todo caso, casi siempre (si no es que siempre), la compañía de otros resultará ser un estorbo y algo completamente inútil.
*
La soledad no siempre era lo mejor ni lo más adecuado, pero al menos siempre era más digerible y soportable que la compañía de cualquier absurdo y vomitivo ser humano. Ya suficiente calvario era soportarse a uno mismo todo el tiempo, ¿para qué añadir más tormento a nuestro infierno cotidiano y eviterno? Quizá simplemente porque siempre buscábamos escapar de nosotros mismos en un vano intento por sentirnos amados y comprendidos, ¡vaya deprimente fantasía!
***
Lamentos de Amargura