A veces, me pregunto si realmente las personas necesitan ser adoctrinadas y controladas por élites o razas superiores, pues pareciera que incluso sin estos elementos la humanidad es por defecto una raza hecha para la esclavitud y la estupidez. Quizá por eso se puede creer fácilmente que hemos sido abandonados a nuestra suerte en este triste planeta, porque hemos fracasado como algo valioso o permanente. La muerte es una bendición inmerecida, solo una finitud que aguarda para poner fin a nuestros dolores y aburrimientos. Y la vida a la que tan patéticamente nos aferramos puede no ser sino la culminación de todas las falacias en las que hemos tan risiblemente caído como ratones en una trampa evidente y ruin. Para nosotros, no puede haber otra manera de sentir que no sea la propia; nuestra naturaleza egoísta nos perseguirá hasta la tumba. Si esto puede ser lo más maravilloso o lo más lamentable en el alma humana es algo que no se puede determinar con certeza aún. De esto solo podemos rescatar una cosa: quien no puede ver en su propia dicha o miseria algo hermoso, estará condenado a buscar en otros tiempos, lugares o personas aquello que solo podría encontrar en su cielo o infierno. Y esto, con toda seguridad, es la manera más segura de perderse a sí mismo en la tragicómica laguna de supuestas verdades y enseñanzas de todo tipo que ofrecen por doquier y en gran variedad los ominosos tentáculos de la enloquecedora pesadilla llamada existencia.
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Hoy ha sido otro de esos días donde lo único en lo que pienso es en cuánto odio este mundo y a las personas, así como en matarme y en la inexistencia absoluta. Ya van varios días así y las sensaciones no cesan; de hecho, es algo tragicómico, pues ya ni siquiera recuerdo hace cuánto fue el último día que no fue así. Sí, ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que sonreí sinceramente o que las lágrimas no fueron mi única compañía en las tenebrosas madrugadas. Esta incomodidad, empero, no puede ser del todo mala o incomprensible. Para mí, no existe ya otra manera de sentirse y de experimentar la vida. Quien no desea mentirse más a sí mismo debe necesariamente estar dispuesto a todo tipo de contradicciones internas, agonía sin fin y desesperación recalcitrante. Y, como todo espíritu que ha decidido renunciar a la compañía de otros para seguir únicamente la voz de su destino, la soledad y la libertad dejan de ser conceptos aislados que se entrelazan en torno al anhelo suicida y el aroma de las flores muertas. Esto es un renacimiento para aquel que puede ver cuánta sabiduría hay en el infinito sufrimiento del mundo, mismo que, a su manera, vive y revive una y otra vez en su corazón de poeta y en su espíritu inmaculado.
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¡Cuánto deseaba ahogarme! ¡Ahogarme para siempre en el dulce y exquisito océano de la muerte! ¡Ahogar mi nauseabunda esencia en un singular abismo de donde no pudiera volver a emerger jamás! ¡Ahogar todo lo que fui, soy y seré en un último impulso suicida! Desgarrar mi vientre, mi mente y mi alma en tantas piezas que no puedan volver a unirse ni siquiera bajo el influjo de lo divino y lo demoniaco. Mil gritos se producen en mi interior, cada uno con su propia imagen y eco; mas todos convergiendo hacia esa integración final del yo, aquello que se asemejaría más a un dios. ¡Tonterías, sonidos de impasible confusión existencial! Todavía es demasiado pronto para esto, para abandonar el sufrimiento carnal y pensar en algo que refulja con los colores menos percibidos. Acaso esa quimérica perspectiva se ha quedado tatuada en mi alma tras los eclipses del pasado impertérrito, de lo único que no puede modificarse sin importar las variables que se involucren. Cada emoción, tormento y sonrisa serán descompuestas y mezcladas otra vez; de tal modo que no podríamos diferenciar ya si aún vivimos o si la muerte nos ha conquistado ya.
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Me rindo… Me es imposible tolerar, amar o sentir compasión por seres tan ruines, imbéciles y absurdos como los humanos. Lo único que quisiera es odiarlos, masacrarlos y torturarlos hasta que sus mundanas almas entraran entre gritos pavorosos a un infierno peor que este. Solo y eso nada más merecen los horripilantes seres que infestan este plano sin sentido alguno, que se corrompen ante la más mínima pizca de sexo y poder, que esconden la mirada cuando la verdad parece querer confrontar su oscuridad manchada de esperma y sangre. No cabe duda de que las cuevas han sido ya ultrajadas y todos estamos afuera, esperando por el nuevo ciclo del sol negro y las nubes sonrientes. En estos cánticos de muerte y locura nos hemos atrevido a existir, aunque nunca nos hemos atrevido a intentar ser nosotros mismos todavía. Demasiadas leyes absurdas, doctrinas de falsedad y destrucción interna, lóbregos desvaríos de mentes absolutamente enfermas de compasión. En cada uno de estos pensamientos solo gobierna la tristeza de existir, de experimentar en plenitud el cruel y nauseabundo espectro de lo humano y todas sus metamorfosis hacia el vacío.
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¿Cuál es la fórmula para no enloquecer en esta putrefacta realidad humana? ¿Alguien conoce el secreto para evitar la autodestrucción mental padecida cada día por el infinito despliegue de miseria que impera en esta nefanda civilización? ¿Dónde se pueden hallar esos símbolos que habrán de iluminar nuestro tenebroso descenso hacia la perdición espiritual e interna? ¿Es el tiempo nuestro aliado o nuestro asesino? ¿Es nuestra sombra real o únicamente una percepción del caos encapsulada dentro de nuestra humana consciencia? Tantas preguntas aún sin resolver, tantos dilemas torturando la esencia execrable y vomitando esferas de colores irreconocibles en la inspiración delirante de los dioses blasfemos. Y, pese a todo, el ser aún sueña con mundos enjoyados y dimensiones atípicas en donde pueda encontrar aquello que en este mundo le ha sido prohibido desde el principio… Palabras y versos bonitos para acumular más odio en contra de nuestro más inmanente yo, para alucinar con un futuro en donde el amor y la libertad puedan no costarnos el alma entera.
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Definitivamente hubo un error cuando se creó al ser… ¡Uno no, miles de ellos! Es más, la creación del ser fue completamente un error; algo realmente lamentable ante lo cual ninguna excusa serviría de consuelo. El desasosiego producido por esto podría deprimir a cualquiera: dios o demonio, hombre o mujer, pecador o santo. La dualidad se torna indiferente cuando el origen resulta una aberración accidental del caos; una atemporal entelequia de la cual nada ni nadie puede escapar sin importar qué método se utilice. Las leyes de esta pseudorealidad inclusive parecen estar diseñadas para llevar este aprisionamiento hasta el infinito, para trastornar nuestras consciencias con una enfermedad psico-espiritual que ni siquiera sospechamos en nuestra cotidiana e insulsa existencia. A veces, algunas sustancias, placeres y encuentros oportunos podrían conferirnos ciertas fallas en la ilusión sempiterna, pero jamás nos permitirían vislumbrar el místico engranaje detrás del cual se oculta un horror existencial para el cual aún no estamos preparados y acaso jamás lo estaremos. Somos un error, pero, por suerte, uno que se extinguirá demasiado pronto y del modo más inverosímil y triste.
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Manifiesto Pesimista