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Mi única compañía

Hoy no hay ya razones para sentirse mínimamente feliz, para sentirse bien de algún modo ni para experimentar placer alguno. La irrelevancia lo abarca y lo contamina todo con su infinita esencia. Y las escasas migajas de bienestar y supuesta felicidad se desmoronan cada vez más con una rapidez inaudita. Tan solo me queda una cosa: el vacío existencial. Sí, el vacío de mi triste existencia es ya lo único que tengo, la única consolación ante un mundo asqueroso donde he sido encerrado por quién sabe qué causas misteriosas. El decaimiento es absoluto, una extraña melancolía invade mi ser y me recuerda cuán hundido estoy en esta laguna de lobreguez y agonía. Es irónico pensar que hubo un día donde tuve esperanzas de luchar y querer cambiar el mundo, pues es evidente que el único destino de este mundo, absurdo también, es la putrefacción más sórdida. La humanidad debe ser aniquilada a la brevedad posible y sin compasión alguna; esa es la gran verdad oculta detrás de las cortinas del caos.

Las sábanas rojas me envuelven, imaginando que es mi sangre la que las tiñe. Y, ciertamente, así será en poco tiempo, cuando finalmente consiga hacer un buen corte y desangrarme hasta el olvido eterno. Eso es en realidad lo que deseo, lo que me conmueve y me impulsa. Sí, la muerte es el anhelo fulgurante que ha conquistado mi cerebro delirante. La vida ya no tiene nada que ofrecerme con su insipidez y mundanidad, con la intolerable cotidianidad que embriaga diariamente mi alma. El espejo cruje cuando planto mi reflejo, como si ya ni siquiera pudiera sentirme parte de esta realidad, como si desde hace tanto fuera un fantasma que divaga entre una caterva de murmullos siniestros y de corazones fracturados. Debe ser cierto que pronto sonreiré, que ya casi es la hora en que al fin en el panteón descansaré. ¡No, no puede ser! ¡Todavía estoy vivo y quién sabe hasta cuándo lo estaré! Sería más deseable la inconsciencia, la perdición mental y física para adormecerme un poco más.

Así es, hoy ya no queda nada. Ni siquiera puedo experimentar amor u odio, pues el vacío en mi interior crece exponencialmente. Y cada sensación es dirigida hacia el abismo, absorbida y transmutada en una depresiva máscara existencial. Las hojas siguen regadas, aquella poesía suicida que antes significase tanto para mí se ha esfumado. Ya no soy más yo, ya no queda nada por escribir ni nada por plasmar o tergiversar. Ahora mi alma se ha secado, mis emociones están enterradas en un pasado infame. El caos del absurdo impera, las pastillas no diluyen ya las ideas que obsesionan mi mente. Respiro con dificultad, pues la nostalgia me arrastra hacia los brazos de la muerte. El sol se oculta para jamás volver a centellear y todo se funde con el ocaso de una vida en donde la tristeza fue siempre mi única compañía. Nadie más estuvo ahí y así fue mejor, ya que me habría estorbado irremediablemente. La soledad fue mi amante y mi asesina; yo fue su cómplice voluntario y su más delirante poeta.

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Melancólica Agonía


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