Si intentásemos descifrar el motivo por el cual las personas existen, no sería otro que la ignorancia y la estupidez. Y sería así puesto que cada elucubración, de ser sincera, estaría encaminada a desnudar la irremediable verdad… ¡Que todo en este mundo, y principalmente sus absurdos habitantes, son tan solo un execrable error y no merece otra cosa sino el óbito eterno!
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Me gustaría más intentar encontrar el estado que va más allá del bien y del mal antes que preocuparme por clasificar los actos de la miserable humanidad que en mí y en el resto impera, los cuáles solo están supeditados a las absurdas imposiciones de una sociedad decadente y nauseabunda como esta. Debo, por lo tanto, destruirme desde dentro para poder reconstruirme sin que nada externo vuelva a emponzoñarme; debo discernir si existe tal cosa como la verdad o si tan solo se trata de un cúmulo de espejismos que convergen en el caos y la muerte.
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Esperé a que la quietud reinara en mi nauseabundo ser para decidir si debía llevar a cabo aquella acción tan delirante y sombría que desde hace tiempo consumía mis pensamientos. Hoy debía ser la noche, pues el siniestro eclipse así me lo indicaba… Hoy, finalmente, purificaría todos mis errores cuando asesinara a aquellos engendros producto de mi sangre: a mi familia. Luego, obviamente, mataría a aquella impía cuyo vientre forniqué sin sentido tantas veces… Y, finalmente, me suicidaría. No podía, en verdad, concebir algo más sublime que este panorama. ¡Todo culminaría esta noche, todos debíamos morir!
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La tragedia acaeció hoy por la noche cuando desperté y me sentí fuera de mi cuerpo, pero experimentando también un placer tan exquisito como excitante. Sé que aquella criatura no era yo, pero la verdad es que en el fondo me encantaba lo que me pedía hacer cuando su voz lograba penetrar en mi alma y conquistar mi razón… Solo una cosa me pedía: asesinar y no parar hasta el melancólico amanecer.
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Entonces horadé en su habitación y tomé sus vidas, desprendiendo su carne de maneras inimaginablemente cruentas; embadurnando mi rostro con el fresco sabor de su sangre y plasmando en mi alma los gritos, lamentos y espantos que profirieron mi esposa y mis hijos cuando reclamé sus miserables existencias y las ofrecí a la dulce esencia de la sublime muerte.
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El dolor de un ser lacerado por su propia existencia era difícil de soportar, más aún que la agonía de haber aniquilado a su familia y de haber violado sus cadáveres una y otra vez. El obsesivo homicida intentaba escapar de sí mismo mediante el alcohol, las drogas y las mujerzuelas, aunque ya ni siquiera las más excéntricas de estas cosas podían brindarle un mínimo suspiro de vida. Ahora, para un ser como él, únicamente restaba el más enloquecedor suicidio…
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Obsesión Homicida