¡Que se acabe el mundo ahora mismo, antes de que el absurdo que en él impera nos acabe a todos! O quizás es ya demasiado tarde y ya todos estamos acabados por dentro, puesto que la pseudorealidad ha exprimido hasta el último suspiro de nuestras almas dejándonos un vacío imposible de llenar y una tristeza imposible de mitigar.
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Pobres de los seres que infestan este abyecto mundo, de esos que se llaman humanos… Tan adoctrinados y envilecidos están sus corazones que han hecho de este mundo un basurero y de esta existencia un sinsentido; todo lo que son y creen no tiene ningún propósito más allá de prolongar su miseria por un efímero periodo. ¿Por qué debe existir algo así? ¿O acaso nunca ha habido esperanza y siempre hemos estado, desde el comienzo, condenados a la insustancial mundanidad de nuestras patéticas vidas? No sé, solo me parece que no puedo soportar ni un día más en estas condiciones; ¡en verdad necesito matarme ya!
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El mundo es un fúnebre espectáculo de aburrimiento, la vida un pésimo accidente, la existencia un intento fallido de realidad y la muerte la sublime salvación… ¿Por qué no podría ser así? ¿Por qué siempre se asume que estar vivo es lo más adecuado? Tal vez solo seguimos vivos porque tenemos miedo de descubrir que aquello que tanto creemos amar no es sino una aberrante ilusión que, de percibirla en su esencia más fundamental, no podría sino hacernos vomitar una y otra vez.
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Nosotros, los filósofos-poetas del caos, no buscamos dinero, poder ni mucho menos placeres tan mundanos como los que atrapan a la gran mayoría… Aquello por lo que luchamos requiere un mayor ímpetu, pero ese es también el máximo pecado en el ridículo mundo que por desgracia habitamos. No obstante, no nos rendiremos sin importar lo que sobrevenga; lucharemos hasta el final, hasta contemplar con nuestros propios ojos el apocalipsis de toda religión, gobierno y cualquier otra organización. No descansarán en paz nuestras almas hasta no haber saqueado el inferno y no haber incendiado el cielo, pues el caos al final será la única balanza sobre la que se suspenderá la libertad.
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Solo fui la puerta sagrada que se abrió misteriosamente ante tu atormentada alma por un efímero periodo. Ya no eres el ser que entró; ahora te veo salir y eres otro. Sin embargo, te sirvió el proceso en demasía, pues gracias a eso te conociste un poco más a ti mismo. Y es que así pasa siempre: los demás son solo espejos mediante los cuáles podemos acercamos un poco más a la verdad, al yo, a la muerte, a Dios mismo.
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Obsesión Homicida