Ni siquiera importa saber quiénes dominan el mundo en realidad, pues es una obviedad que cualquiera en su lugar actuaría de igual manera. El poder, el sexo y el dinero, que son los principales pilares de la pseudorealidad, son capaces de corromper el corazón del que se proclame el más puro.
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Existir se torna tan aburrido cuando caen todos los velos que el adoctrinamiento nos había colocado desde nuestra llegada a esta miserable realidad.
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Entonces todas las actividades se tornan absurdas, todos los pasatiempos ridículos, todas las personas aburridas, todos los lugares banales, todos los placeres efímeros y lo único que queda ya no es otra cosa sino el anhelo de suicidarse. Esa es la desesperación de existir: saber que ya nada tiene ni tendrá sentido y que todo en lo que hemos creído hasta ahora no son sino tristes desvaríos con los que nos hemos autoengañado desde nuestro asqueroso nacimiento para enmascarar nuestra irrelevante existencia humana.
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La existencia del ser ni siquiera debería ser tomada en serio ni considerarse existencia, pues es tan vomitiva y absurda que reflexionar sobre ella no podría conducir a otro camino que no sea el suicidio.
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Las elucubraciones más profundas siempre serán aquellas que nos dejen un peor sabor de boca. De lo contrario, solamente nos estaremos autoengañando de nuevo, tal y como lo hemos hecho todos estos años desde nuestro superfluo nacimiento.
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Lo que pensaba era que ellos no podían entenderlo, por eso era mejor no hablar ni relacionarse con nadie. Los patéticos seres que habitaban esta infame realidad aún no estaban listos para percatarse de que todo cuanto eran y hacían carecía de sentido. Y, por ello, era mejor dejar que se entretuvieran un poco más con la retahíla de falacias que confeccionaban su miserable e intrascendente existencia, al menos hasta que la muerte milagrosamente les abriera los ojos.
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Libro: El Halo de la Desesperación
