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El Halo de la Desesperación 30

Es inverosímil el grado de hipocresía y maldad al que se ha llegado, pues los seres humanos rechazan en la luz lo que más añoran hacer en las sombras. Y, encima de eso, todavía se atreven a pregonar una supuesta moral que debe regirnos como sociedad. Si esto fuera cierto, entonces ¿por qué existen la pedofilia, la violación o las guerras, entre otras aberraciones? Y, lo más interesante, ¿por qué están involucrados en ello quienes tanto pretenden defender dicha moral?

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Para mí, un presidente, un sacerdote o un empresario no valen nada desde el momento en que conforman su patrimonio aprovechándose del trabajo de los demás. En fin, son solo personajes secundarios en este teatro llamado el nuevo orden mundial donde los títeres son tomados como líderes.

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Todos los cantantes, actores y deportistas no son sino una consecuencia más de esta tergiversada y putrefacta matrix donde ser imbécil es el mayor símbolo de admiración. O, ¿no es absurdo que estos seres amasen fortunas mientras hay millones que no tienen nada qué comer ni qué vestir? He ahí una de las grandes absurdidades de la sociedad moderna, entre muchas otras más.

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Basta hacer una profunda y sincera reflexión para percatarse de que nacer en este mundo está lejos de ser una bendición o algo por lo que debamos sentirnos agradecidos. De hecho, pareciera que la existencia en este infierno terrenal no es sino un castigo arrojado por alguna sarcástica e incongruente divinidad sin ningún tipo de piedad o respeto hacia nosotros.

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Existir… ¿Hay acaso algo de bueno en ello? ¿Puede alguien dar crédito de que realmente tiene o no sentido hacerlo? Y, aun en caso de que lo tuviera, ¿cambiaría eso en algo nuestra infinita miseria? Sino, entonces ¿para qué aferrarnos a tanta crueldad y podredumbre? ¿Por qué no terminar de una vez por todas con los infames dolores de este mundo en ruinas y cubierto de la peor suciedad: la humanidad?

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Llegó el momento en que todas las personas se me antojaron brutalmente estúpidas y sumamente adoctrinadas sin importar de quien se tratase. No solamente porque no cuestionaban nada y seguían los patrones establecidos al pie de la letra, sino porque había en ellos algo; algo repugnante que también, por desgracia, estaba en mí. Sí, y ese algo tan deplorable y atroz no era otra cosa sino humanidad, una absurda e infame humanidad que cada vez se tornaba aún más asquerosa e insoportable.

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