Las personas no son para las personas, nadie está destinado a conocer a nadie. El amor es solo la peor quimera que se haya podido concebir.
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Y así es como el humano logra lo que parecía imposible. Una vez trascendidas las barreras de la muerte, desfragmentado el falso ser que lo acondicionaba y lo unía con el mundo, nada queda ya por experimentar en una existencia tan absurda e injusta donde la libertad es el mayor de los pecados. El suicidio sublime se presenta entonces como un encanto, un dulce melifluo que solo algunos pueden escuchar y apreciar.
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Matarse de este modo significa haber renunciado a la vida tras haber extinguido todas sus posibles formas. La vida no debe ser larga, el tormento no debe continuar, la inopia y la enfermedad humana no deben perpetuarse. La muerte es paz, en ella están contenidos los enigmas del amor y de la gloria, es la edificadora de la justicia y de la rebelión.
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Al suicidarse sublimemente el humano deja su estado mísero y pasa a ser el espíritu mismo cuya liberación lo acerca a ser un dios.
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El suicidio es indispensable para elevar al ser sublime y recogerlo de este infierno, para saciar su divina curiosidad y embellecer su entelequia.
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Triste es el llanto de los corazones marchitos que continúan latiendo por obligación y no por gusto, esos cuyo único sueño es el suicidio sublime.
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Libro: Encanto Suicida