No me interesa ya la humanidad, pues sé que se trata de un caso perdido. Dejemos en paz a esos absurdos seres con sus tonterías y mejor supliquemos porque la muerte nos envuelva esta noche.
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Se trataba tan solo de olvidar que se estaba en este mundo para soportar un día más en él; sí, en este repugnante circo de banalidad sempiterna donde tantos tontos agradecían su miserable e irrelevante existencia.
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Y, a veces, todavía intentaba, ilusamente, convencerme de que la existencia de la humanidad y de este plano insulso tenían algún sentido, pero luego, más pronto de lo que esperaba, sabía que no tenía ningún caso engañarse; sabía que, en el fondo, todo era asquerosamente intrascendente.
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Salía a las calles y miraba con asco a seres cuyas únicas metas eran un automóvil, una mansión, viajes, buenos puestos y, en general, cualquier cosa absurda relacionada con sexo, dinero y entretenimiento. Entonces se trastornaba todavía más el pensamiento decadente con el cual intentaba falsamente justificar la existencia de esta blasfemia universal llamada humanidad.
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Me hallaba al borde del abismo, mirando la inmensa distancia que me separaba de caer y sabiendo los escasos segundos a los que quedaba reducida toda mi vida. Era ahora o nunca: la puerta debía ser cruzada, debía arrojarme al vacío para encontrarme con mi verdadero yo.
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Libro: Encanto Suicida