Pensamientos LEEH18

Es fácil suicidarse cuando sinceramente se está dispuesto a morir, pero he llegado a colegir que los suicidas siempre conservan, hasta el último momento, una sutil chispa de esperanza y arrepentimiento en aquello que pregonan rechazar con tal atrevimiento. Si se les concediese la oportunidad de retractarse a estos dioses, ¿con qué se solazaría la muerte en su trono azaroso? ¿Con qué satisfaría sus inagotables goces?

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Sabía que no quería vivir, pero tampoco quería morir. Era complicado lidiar con una existencia en la cual ningún camino era realmente seguro, y en donde la idea del suicidio rondaba, noche tras noche, para susurrarme acerca de mi eterno presidio en este intrascendente mundo carcomido.

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El humano es capaz de las más siniestras contrariedades, aunque ello escinda su personalidad en tan distintas y miserables deformidades.

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Al final de este irrelevante pasaje donde reinaban la miseria y la estupidez entre los humanos consumidos por la pseudorealidad y desterrados de la perfección, solo me restaba una cosa que extrañar mientras estuve vivo: la inefable y catártica sensación experimentada al haber exprimido mi sangre y, con ella, haber encontrado mi única amante verdadera, la que jamás se alejó de mi lado y siempre me perteneció desde el principio del martirio: la muerte.

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Sí, solo añoraría repetir el momento en que me entregué a la muerte del modo más divino, en que sus acendrados labios rozaron los míos y pude, tan inhumanamente, desvanecerme para siempre en el manantial perenne del suicidio. El sueño había finalizado, era el momento de sonreír, de morir en absoluto misticismo, de averiguar cómo sería lo único que en toda mi vida tuvo sentido.

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Cuando sueño con asesinar a alguien, siempre espero que sea a mí mismo. Pero no, no tengo tanta suerte. Me preocupa, pues no sé cómo voy a hacerle cuando llegue la hora de mi suicidio.

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Libro: La Execrable Esencia Humana


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