La destrucción de este mundo funesto no podría ser más oportuna, pues solo así emergerá de las profundidades una existencia auténticamente divina. Sería una locura querer la continuidad de las cosas tal y como son actualmente; tal acto sería el de un retrasado o el de un ser sumamente corrompido por la miseria y el sinsentido. Y es que, ciertamente, ¿a quién le convendría que este mundo horripilante prosiguiera como hasta ahora? A quien, sino precisamente a aquellos que lo gobiernan todo desde las sombras y que se ocultan detrás de organizaciones religiosas, políticas, militares, sociales o de cualquier otra índole. Este teatro de lo absurdo ya ha proseguido demasiado tiempo alimentándose de la ignorancia y la brutal irrelevancia que emana de los corazones carcomidos de sus ominosos títeres. Hasta ahora, a todos les ha parecido adecuado que algo así se preserve; pero todos ellos no podrían estar más equivocados y no podrían ser más asquerosamente humanos.
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Había salido esa noche con la fatal esperanza de no volver nunca a esta deplorable y deprimente habitación donde me hundía en el alcohol y las drogas; y es que solo así podía mitigar un poco la intrínseca necesidad de quitarme la vida. Había salido para entregarme al vicio, a la locura y a la mágica esencia de aquellas mujeres exóticas con tacones elevados y cuerpos delirantes. Quizás en sus bocas de cínica pretensión no hallaría la solución a mis dilemas existenciales, pero al menos entre sus piernas podía olvidar por unos instantes que yo, lamentablemente, aún no estaba muerto. ¡Oh, qué magnificencia la de sus bellos espíritus manchados de caricias ajenas! Casi siempre me pasaba que incluso ni siquiera podía o quería penetrarlas, simplemente quería quedarme toda una hora entre sus brazos… Sí, una hora sintiendo aquella alma sangrante cuyo sufrimiento se unificaba con el mío. Una hora en la cual todo se sentía bien, aunque, en realidad, todo estuviera terriblemente mal. Y una hora en la cual podía olvidar que yo, pronto y sin mayor consideración, ya me tendría que matar. Algo en mi interior estaba hecho para la muerte, no para la vida; y los labios de aquellas perfectas mujeres me hacían recordar cuánto amaba y odiaba al mismo tiempo mi trágica y siniestra existencia humana.
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Abandonar cualquier esperanza, no creer en nadie, no esperar ya nada; mas, sobre todo, no anhelar ya un futuro. Esa es la manera de vivir menos dolorosa que pueda existir y acaso la única. Quien intente oponer su voluntad a la del tiempo, el destino y la existencia misma terminará en un manicomio o en una prisión sin lugar a duda. La vida es un acto de constante resignación, por no decir humillación, ante el cual no podemos sino desternillarnos. Ya ni siquiera enconarse nos ayuda, porque solo demostraría cuánto nos ofenden los sucesos tan irrelevantes del día a día. Mientras no aceptemos el encanto suicida como nuestro único guía, sufrir y solo sufrir a cada momento será lo que haremos irremediablemente. Nuestra intrascendencia e ignorancia serán los símbolos que siempre nos cobijarán sin importar lo que sea que hagamos, sin importar si creemos ser buenos o malos. Más allá del bien y el amor, únicamente la muerte tendría sentido para criaturas tan patéticas como nosotros; ¿no es ella en todo caso nuestro irremediable y trágico destino? Uno del que no podemos escapar y que cada vez nos enloquece más y más con su avasallante proximidad…
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No oponerse al flujo, permitir que el río siga su dirección natural. Esa es la verdadera sabiduría que tantos nos negamos a aceptar, porque resulta demasiado ofensiva para nuestro ego. Dejarse caer, tanto en la vida como en la muerte. Vivir con gozo y morir con alegría; ¡ay, para seres como nosotros esto es peor que cualquier herida! Somos adictos al placer, incluso más que al sufrimiento. El primero no tiene fin, el segundo quizá sí. Y aquí en esta execrable pseudorealidad ambos bailan de la mano, siempre coqueteándose mutuamente; aunque sus bocas jamás llegarán a juntarse. Y nosotros los observamos, quisiéramos también bailar con ambos; o al menos con uno. Quisiéramos poder reírnos en cada desgracia y abrazar nuestro ocaso como si se tratase del ser más amado… ¡Mas todavía somos demasiado humanos, acaso más de lo que imaginamos! Todavía divagamos en el sinsentido más profundo y creemos hacer de la razón nuestro principal aliado, nuestro escudo ante la incertidumbre más brutal. ¿Cómo compensaremos todas las mentiras en las que nos hemos cobijado cuando el fénix al fin muestre sus verdaderos colores en un impensable aleteo suicida? Correremos a refugiarnos una vez más en nuestra bestial ignorancia, puesto que solo en ella nos sentimos cómodos y contentos; solo ella es nuestra madre y también nuestro verdugo más aterradoramente silencioso.
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Enamorarse de quien ya está enamorado de otra persona es, para un poeta absurdo, el más complejo y patético enmarañado de sentimientos; puesto que no hay otro final posible que no sean la locura, la desgracia y, en algunos casos extremos (y hermosos), el suicidio. Matarse por voluntad propia y en pleno uso de consciencia, he ahí un acto para el cual la triste y tonta humanidad no está aún preparada y tal vez nunca lo esté. El ser asume estar hecho para la vida, mas se equivoca terriblemente; el ser más bien está hecho para la muerte. ¿Cómo podría una criatura tan efímera, frágil y poco importante creer que su esencia ha sido diseñada para perdurar? Al menos en esta lóbrega realidad, el ser es solo un mal ejemplo de lo que las travesuras de alguna descuidada deidad pueden ocasionar. Bendito sea todo aquel que se aproxima a su ocaso y lo anhela más que cualquier otra cosa, persona o momento. Bendito sea todo aquel que comprende en plenitud que su vida es solo un pestañeo inútil en comparación con la sempiterna dulzura de la muerte. Lo efímero y lo infinito puede que estén más entrelazados de lo que imaginamos, pero para nosotros terminarían por ser lo mismo: solo un trágico accidente del cual hemos querido hacer una doctrina. Pero así es el ser humano, así es como se hunde en sus desvaríos y se atormenta con la irrefrenable nostalgia de un pasado que ya no le pertenecerá jamás.
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La Execrable Esencia Humana