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La Execrable Esencia Humana 55

La destrucción de este mundo no podría ser más oportuna, pues solo así emergerá de las profundidades una existencia auténticamente divina. Sería una locura querer la continuidad de las cosas tal y como son actualmente; tal acto sería el de un retrasado o el de un ser sumamente corrompido por la miseria. Pues ciertamente, ¿a quién le convendría que este mundo prosiguiera como hasta ahora? A quien, sino precisamente a aquellos que lo gobiernan desde las sombras y que se ocultan detrás de organizaciones religiosas, políticas, militares, sociales o de cualquier otra índole.

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Había salido esa noche con la esperanza de no volver nunca a esta deplorable habitación donde me hundía en el alcohol, y es que solo así podía mitigar un poco la intrínseca necesidad de quitarme la vida. Había salido para entregarme al vicio, a la locura y a la mágica esencia de aquellas mujeres exóticas con tacones elevados y cuerpos delirantes. Quizás en sus bocas de cínica pretensión no hallaría la solución a mis dilemas existenciales, pero al menos entre sus piernas podía olvidar por unos instantes que yo, lamentablemente, aún no estaba muerto.

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Abandonar cualquier esperanza, no creer en nadie, no esperar ya nada; mas, sobre todo, no anhelar ya un futuro. Esa es la manera de vivir menos dolorosa que pueda existir y acaso la única. Quien intente oponer su voluntad a la del tiempo, el destino y la existencia misma terminará en un manicomio o en una prisión sin lugar a duda. La vida es un acto de constante resignación, por no decir humillación, ante el cual no podemos sino desternillarnos. Ya ni siquiera enconarse nos ayuda, porque solo demostraría cuánto nos ofenden los sucesos tan irrelevantes del día a día. Mientras no aceptemos al encanto suicida como nuestro único guía, sufrir y solo sufrir a cada momento será lo que haremos irremediablemente.

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No oponerse al flujo, permitir que el río siga su dirección natural. Esa es la verdadera sabiduría que tantos nos negamos a aceptar, porque resulta demasiado ofensiva para nuestro ego. Dejarse caer, tanto en la vida como en la muerte. Vivir con gozo y morir con alegría; ¡ay, para seres como nosotros esto es peor que cualquier herida! Somos adictos al placer, incluso más que al sufrimiento. El primero no tiene fin, el segundo quizá sí. Y aquí en esta realidad bailan de la mano, siempre coqueteándose mutuamente; aunque sus bocas jamás llegarán a juntarse. Y nosotros los observamos, quisiéramos también bailar con ambos; o al menos con uno. Quisiéramos poder reírnos en cada desgracia y abrazar nuestro ocaso como si se tratase del ser más amado… ¡Mas todavía somos demasiado humanos! Todavía divagamos en el sinsentido y hacemos de la razón nuestro principal aliado.

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Enamorarse de quien ya está enamorado de otra persona es, para un poeta absurdo, el más complejo y patético enmarañado de sentimientos; puesto que no hay otro final posible que no sean la locura, la desgracia y, en algunos casos extremos (y hermosos), el suicidio. Matarse por voluntad propia y en pleno uso de consciencia, he ahí un acto para el cual la humanidad no está aún preparada y tal vez nunca lo esté. El ser asume estar hecho para la vida, mas se equivoca terriblemente; el ser más bien está hecho para la muerte. ¿Cómo podría una criatura tan efímera, frágil y poco importante creer que su esencia ha sido diseñada para perdurar? Al menos en esta lóbrega realidad, el ser es solo un mal ejemplo de lo que las travesuras de alguna descuidada deidad pueden ocasionar.

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La Execrable Esencia Humana


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