Ya estoy harto de vivir como un vil títere, ¿sería un pecado si hoy duermo eternamente y escapo definitivamente de esta adoctrinada raza que se arrodilla ante un pedazo de papel que se ha establecido como el amo de los mayores crímenes y deseos? ¿Qué razones hay para continuar en una realidad donde bien sabemos que nada mejorará, sino que, por el contrario, se pondrá cada vez peor? Nuestra propia humanidad es nuestro mayor yugo, y uno tan pesado y bestial que intentar desprenderse de él quizá ni siquiera es una posibilidad. ¡Mejor que algo o alguien, lo que sea o quien sea nos mate de una vez y que nos entierre muy profundamente en las entrañas de esta tierra putrefacta para que ninguna especie de reencarnación pueda alguna vez alcanzarnos!
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Sería ideal nunca haber existido, pero ya es demasiado tarde para tales ensueños. Ahora, por lo menos, debo poner fin a este martirio a la brevedad posible; debo dejarme caer en el vacío multicolor de los sueños desgarrados y unirme al único y verdadero destino de cada patético humano: la extinción.
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La humanidad parece más una prostituta enorgullecida de su trabajo que una dama de buen talante avergonzada de su espiritualidad. ¡Ay, el superhombre fue solo una quimérica presunción producto de una mente demasiado ajetreada e ingenua! ¿Cuál superhombre? ¡Puras charlatanerías de un filósofo demasiado humano! Más bien deberíamos buscar el hundimiento en cada ocasión que podamos, pues la autodestrucción y no otra cosa parece ser nuestra única religión.
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¿Es realmente una obligación tener que existir en este mundo donde para nada me hallo contento? Me pregunto quién o qué decidió que yo debía estar aquí; tal vez yo mismo, supuestamente diversas doctrinas de dudosa procedencia. Mas si verdaderamente fui yo quien así lo quiso, entonces debería haberme vuelto loco de remate para atreverme a venir a este vomitivo precipicio. ¡Quisiera viajar en el tiempo y asesinar una y otra vez a ese maldito yo que tomó tan aberrante decisión! ¡Quisiera ahora mismo acuchillar mi reflejo en el espejo y ofrecer mi sangre a mi sombría soledad! Entonces claudico, arrojo muy lejos el cuchillo y me pierdo en una especie de delirio suicida donde la idea y no el acto es lo único que me arropa hasta saludar otro deprimente y nauseabundo amanecer.
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Pero no sé, creo que ya es tiempo de apagar las luces y olvidarme de mí mismo por un pequeño instante; al menos hasta que la muerte me libere de esta falange de seres rotos y de espíritus corroídos. Pido que tal acontecimiento sea pronto, que la saliva de la muerte me escupa lejos de las entrañas de la vida y que mi fúnebre alma sea recogida por el dios-demonio que ríe estrepitosamente cada vez que alguien osa desafiar su mísero destino.
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La felicidad propia solo tiene que ver con el nivel en que uno acepta lo que otros han impuesto como la supuesta felicidad del común. El rebaño y su influencia son demasiado poderosos y alimentan incansablemente a la pseudorealidad con todo tipo de ideologías, emociones y sensaciones repugnantes. El absurdo jamás tendrá un fin, puesto que su origen mismo está implícito en la existencia de todo cuanto ha sido y será. No hay esperanza para aquel pobre inteligente que ha conseguido comprender en un grado suficientemente avanzado el tipo de ciclo ominoso y deprimente en el cual se halla inmerso y en el cual está condenado a peregrinar hasta su intrascendente muerte. ¡Ay, si tan solo los dioses fueran más compasivos con las almas más débiles y torturadas! Pero los dioses existen solo en nuestra humana imaginación y nosotros, seres moribundos y abyectos, existimos solo para vivir y morir sin razón.
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La Execrable Esencia Humana