El problema de aquel poeta suicida, que más tarde se convirtió en amante homicida, era la enfermedad de un ser que jamás se sintió atraído por los espejismos de la vida, pues, para empezar, ni siquiera deseaba tener una; mucho menos una tan miserable, tan intrascendente, tan humana…
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La banalidad es el símbolo de los seres que se agrupan en pintorescos rebaños de ignorancia y estupidez, y que perpetúan este deplorable mundo con sus nefandos actos de reproducción. Por otra parte, la locura es el sendero de algunos avispados que deciden continuar existiendo a pesar de saber gran parte de la verdad, y cuyo único desenlace no puede ser otro sino el suicidio.
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Afortunadamente tenemos el suicidio, cuya esencia no se puede explicar de otro modo sino como la catarsis y la elevación más sublime de quienes han alcanzado el estado más divino; uno inasequible en este mundo corrompido y para el cual es menester matarse en cuanto se comprende que todo cuanto existe carece de cualquier propósito.
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Todo lo que se requiere para vivir es engañarse tan determinantemente como para no dudar de la existencia y no cuestionar la realidad, ni siquiera ante la poesía de la muerte.
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Pobres humanos, todo lo que han creado en un sinsentido se ha tornado, todo lo que han creído no son sino desvaríos de seres sin espíritu y todo lo que les resta es pudrirse en su vomitivo mundo hasta que la muerte purifique su miserable destino.
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Obsesión Homicida
