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Pernoctación ficticia

Por la noche, pernoctando en una tumba vacía, rememoraba aquel momento cuando todo era un pedazo de cielo encerrado en una diminuta burbuja; tan etérea y suspendida en un mundo sin sentido, pero donde fulguraba algo de eso llamado por los humanos vida. Supongo que cuando muera estarás triste, aunque quisiera que no lloraras, pero es probable que debas hacerlo. No sé qué día al fin terminará esto, tengo la sensación de que mañana simplemente no resistiré más y saldré de esta maltrecha silueta ficticia para nunca más volver a mí. Entonces todo lo que he sido perecerá; morirá solo un humano más, olvidado por la banalidad de la existencia, amargado por una vida que jamás apreció ni solicitó… Pero tal vez cobijado y esperanzado de sonreír cuando la muerte lo despierte y en la eternidad cese su melancólico soñar. Palabras e ilusiones que colisionan en esta crisis existencial y en el caos que atormenta mi respiración con cada paso que doy hacia el olvido.

No creo que esto sea vivir; el mundo se equivoca, como siempre. No quiero aceptar que esta miseria sea la vida y eso es lo que me fastidia e incinera los deseos de proseguir, de soportar mi inmanencia insana. La realidad es solo una fantasía, un cúmulo de argucias que, en conjunto, intentan vestirse con la desesperada figura de la verdad. Quisiera acabar de una buena vez con esta broma, averiguar el porqué de aquello que no presenta explicación alguna para permanecer. Dormir para ya no despertar se ha tornado en mi inmarcesible anhelo, el único que acaso mantengo aún en este oprobio efímero y en esta moribunda ceguera de bestial contradicción. Acaso sea yo un pesimista de lo peor, un apóstol de la pestilente nada que en la tragedia ha hallado su exégesis suprema. No obstante, no creeré jamás en todos los espejismos con que se me intenta convencer, una y otra vez, de aceptar el seguir aquí como si todo fuese a estar eventualmente bien.

No me parece que esto sea justo, no entiendo cómo los humanos pueden seguir y hacer como si nada pasara en esta repugnante y nauseabunda civilización en la cual me siento obligado a aparentar estar vivo. Todo lo que sé con certeza es que estoy harto de mí mismo, de esta humanidad de porquería que fluye por mis venas y a la cual tengo el disgusto de encontrarme por doquier cuando miro fuera de mí con tremebundo y fatal impulso. ¡Qué repugnancia siento al existir! Sí, al saber que ya no hay marcha atrás y que solo me resta ahogar mi alma en el manantial de lo prohibido con la esperanza de olvidar lo que me es imposible redimir: el hecho de que alguna vez, probablemente, estuve vivo. Todo se ha tornado ahora absurdo, un pantano de agonía donde me hundo cada vez de manera más grotesca y donde mi esencia se ve arrastrada hacia los abismos sin que haya algo que pueda hacer para evitarlo. Y quizá sea solo esa la ineluctable señal de que esta inhumana pernoctación debe culminar ya…

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Repugnancia Inmanente


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