Solo espero morir pronto, porque ya me siento demasiado aburrido de vivir. Necesito, claramente, un cambio de perspectiva; algo más sensato, algo más real, algo que solo el suicidio me podría obsequiar.
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Así termina nuestra historia, una que nunca tuvo un principio, pero sí varios finales; y, tristemente, en ninguno de ellos convergían nuestros caminos.
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Puede ser que existan tantas verdades como personas, claro que sí. Y puede ser también que, al final, todos estemos equivocados, pues, en realidad, no se puede tener certeza de nada. ¿No es ese entonces un motivo suficiente para desarrollar un sinsentido existencial que culmine en la locura o, mejor aún, en la muerte?
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Más poesía suicida para mitigar un poco el absurdo de la existencia, eso era todo lo que me quedaba. Más alcohol, mujerzuelas y pastillas que me hacían olvidar por unos momentos lo brutalmente intrascendente de la vida, en especial la mía. Y por ahí rondaba ya también el suicidio, que fragmentaba los espejismos de mi alma cada noche que decidía no usar la soga, la navaja o la pistola.
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En efecto, aquel hombre tenía razón cuando me decía que debía recurrir a las prostitutas como mínimo tres veces por semana. Al principio no le creí en absoluto, pues era yo un pobre diablo que aún esperaba algo de la vida, del amor y de las personas. Más tarde, me di cuenta de que la banalidad, la vileza y la decadencia son los emblemas del ser, y que de nada sirve negarse a ellos, pues más nos consumirán en el interior.
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Romántico Trastorno