Entonces supe que toda mi vida había sido un error, que todas las personas que había conocido nunca me habían importado un carajo y que mi muerte no podía posponerse por más tiempo… Siempre me mentí y me contradije tanto, pues siempre fui yo mi propio verdugo. Pero al fin esta noche todo habrá terminado y me sentiré más que feliz de que así sea. No tengo ningún arrepentimiento ni remordimiento, sería demasiado hipócrita de mi parte. Prefiero morir así: solo y en la más insana desesperación, preso en esta cárcel invisible de la cual jamás pude librarme. A veces, el arte y la literatura me ayudaban a evadir un poco todas estas sensaciones destructivas, pero jamás el tiempo suficiente como para hacerme permanecer. ¿Para qué? ¿Para qué demonios seguir aquí? No, ese no era ya el deseo de mi alma atormentada ni tampoco el de mi corazón agobiado por la más abismal nostalgia. Vivía dentro de mí el deseo de muerte, el encanto suicida se apoderaba de mi razón y me hacía alucinar con un éxtasis sensual y místico que terminase por aniquilar mi forma humana y arrojarme a las estrellas más distantes y bellas. Entonces ahí reposaría, ahí terminaría de desangrarse mi espíritu y de desprenderse hasta la última creencia absorbida por error. ¡Qué tragedia haber existido, haber sido tan humano por tanto tiempo! Ya no podía soportarlo más y solo la soga me parecía ya tan adecuada como irremediablemente preciosa; mi cuerpo balanceándose y ya sin vida, ¡esto era ya lo único que yo quería desde hace tanto!
*
Podemos mentir de mil maneras y a cientos de personas, incluso a nosotros mismos. Lo que indudablemente nunca podremos conseguir es aceptar el mayor de todos los autoengaños: que vale la pena estar aquí. En cada una de las ideologías hallaremos, empero, motivos que intente convencernos de lo contrario. Pues yo a todo esto lo coloco debajo de la suela de mi zapato, porque vale menos que mi dedo meñique y que un escupitajo. ¿Qué sabe hasta ahora la humanidad de la vida, la muerte, el tiempo, el infinito, la eternidad, el amor, la tragedia o el arte? El cosmos nos es completamente desconocido y nuestra propia mente se torna en un laberinto infernal de que casi siempre queremos escapar con pavoroso desgarramiento; ¿cómo entonces pretender que se puede averiguar algo más, algo fuera? Aunque supongo que para la existencia esto no es indispensable, porque se existe de todas las manetas posibles: desde la más estúpida y animal hasta la más sublime e intelectual. Al fin y al cabo, quizá solo hay una cosa que nos atormenta aún más que la incertidumbre: aceptar nuestra libertad y amarnos de verdad. Creo que, hasta ahora, no ha habido nadie que haya conseguido unificar estos conceptos en la teoría y mucho menos en la práctica. Y quizá nunca lo habrá, porque precisamente el amarse a uno mismo de la manera más pura y menos humana es, quizá, la tarea final a la que se somete todo espíritu a punto de alcanzar su iluminación definitiva.
*
¿Cómo saber cuándo morir? Pregunta muy fácil de responder: cuando todo a tu alrededor está mal, pero todo en tu interior está peor. Y puede que ni siquiera así nos entreguemos a ese divino y trágico umbral de inexplicable misticismo en el que no queremos mirar todavía y nunca de ser posible. ¿Por qué nos aterrará tanto la muerte si nuestra vida es un completo desperdicio y un atroz error? ¿Qué hay en esto que, sin embargo, nos hace querer permanecer en lugar de disolvernos en el inmarcesible réquiem del vacío? Luego de todas esas noches en mi solitaria y recalcitrante embriaguez, ya no podía aceptar la treta de la vida sin importar lo que sea que se me ofreciese. ¡Demasiado atormentado para seguir existiendo, para volver a existir una vez más! No, ya no debía volver a esto; la decisión estaba tomada y ni siquiera el miedo más bestial podría hacerme cambiar de parecer. Yo iba a morir, ¿por qué no hacerlo por cuenta propia? Si no me suicidaba pronto, todo se pondría cada vez peor. ¿Qué quería yo? ¿Por qué seguía aquí? ¿Cuál era mi anhelo, mi búsqueda infatigable? Tantos símbolos centelleando a mi alrededor, tanta muerte riendo a mis espaldas; y, sin embargo, seguía prefiriendo ser en la vida… ¿Me amaba o me odiaba? ¿Era yo luz u oscuridad? ¿Importaba acaso? Las estrellas pronto se alinearían, mi garganta sangraría y mis palabras no volverían a sonar jamás en el firmamento de mi amarga lamentación final; mi ejecución sería inminente, mi condena y eterna tragedia tendrían sentido únicamente fuera de mí.
*
No sabemos cuán hundidos estamos hasta que ya es demasiado tarde, hasta que ya ni siquiera el suicidio nos parece interesante. ¡Oh, Dios! ¿Habremos entonces al fin perdido la razón como para tolerar esta existencia tan deprimente y ridícula? ¿Es acaso nuestra irreprimible náusea el único sendero a seguir después de todo? ¿Quiénes nos harán sentir que todavía no es hora de renunciar a esta faceta temporal que hemos construido de nosotros mismos? ¿Quiénes somo en realidad sino prisioneros de todo aquello que creemos? Y ¿qué es todo lo que creemos sino nuestros propios monstruos masticando nuestra alma mártir y acongojada? Pero no, ¡puede haber algo todavía! Sí, quizás algo de esperanza en el sublime y centelleante sol que nos representa como dioses encarnados en una tridimensional experiencia fuera de todo sentido. ¿Qué más da lo que los demás puedan creer o pensar al respecto? Si todos ellos nunca lo entenderían, son seres sumamente inferiores y absurdos; nunca sabrían de nuestro vehemente e infernal sufrimiento, de la increíble angustia que carcome nuestro corazón noche tras noche y que nos hace añorar el suicidio tajantemente. ¿Qué deseo más puro, sublime y hermoso puede haber que el de desvanecerse por completo, que el de hundirse profundamente y para siempre en el ocaso de nuestra última y encantadora muerte? Negarse a esto sería el acto de un bufón quien aún no se ha librado de todas las apariencias, quien aún desea seguir relacionándose con las cosas, seres y elementos de esta horrible realidad.
*
Nunca comprendí quién era yo, simplemente me acostumbré a un extraño que habitaba un cuerpo y poseía una mente. Me resigné a ser mi propia sombra, supongo que era lo máximo a lo que se podía aspirar. No podía ya comprender nada y nada quería comprender ya, porque, en realidad, nada había por comprender… Las trampas de la lógica eran la manera más segura de enloquecer, puesto que las limitaciones de nuestra mente humana no podían sino desfragmentar nuestra cordura lenta y dolorosamente. ¿Qué era la locura sino precisamente el lamento del alma al ser oprimida una y otra vez por la incomprensible esencia del destino? En estas palabras puede haber todavía una gran arrogancia, un inmenso deseo de odiarse a uno mismo en lugar de amarse; un pecaminoso susurro de tormento autoinfligido que destruye el tiempo y recrea al instante una nueva ilusión todavía más potente. En estos reinos nos hemos perdido nosotros, aquí es donde ya no extrañamos nuestra melancolía y donde la verdad se metamorfosea en arte de muerte y en melodías de inconfundible destrucción espiritual.
*
No dejo de pensar cómo le hacen esas personas que gustan de relacionarse con cualquiera todo el tiempo y entablar las más absurdas y estúpidas conversaciones. ¿Cómo es posible ser así? ¿Cómo pueden esos gusanos volver a sus casas y sentirse a gusto consigo mismos? ¡Yo los detesto a todos ellos, les escupo en la cara con irónico placer! Yo bailo sobre sus tumbas absurdas y me desternillo ante sus patéticos recuerdos; ellos son todo aquello que yo más desprecio, solo entidades destinadas al color de la nada… Y, aun así, puede que, en el fondo, haya algo en ellos que yo pueda apreciar. Sí, algo que, ciertamente, puede ser bello dentro de lo más nauseabundo; algo espiritual, místico y hasta divino. De lo divino a lo más humano, recorriendo el amplio espectro de emociones y sensaciones que se prolongan hasta el infinito y que, quizá, culminan solo en los ecos de inefable eternidad ante los cuales nosotros no podríamos siquiera imaginar la más mínima de sus contradicciones. En los espejos que murmuran poesía suicida quiero yo cortarme las venas y matizar su pureza con mi sangre envenenada de decadente embriaguez, de una sutil mueca de sonrisa inmortal parecida a la de los dioses cuando se aburren de sus creaciones menos oportunas.
***
Sempiterna Desilusión