Te detesto… Sí, te detesto, pero no me lo tomes a mal. Te detesto por tantas razones que ni yo podría explicarlas, pues son tan variadas como intensas. Detesto escribirte poemas, detesto que tu centelleante mirada me cautive de esta inefable manera; detesto que tu misteriosa boca me haya generado tan delirante adicción, detesto que tus brazos sean ya el único refugio en el cual me siento ligeramente feliz. ¡Cómo detesto esta sensación tan abrumadora de querer estar a tu lado todo el tiempo y de extrañarte así, tan desesperadamente! Sí, detesto tu voz, tus ojos, tu nariz, tus orejas, tus dientes, tu lengua, tu boca, tus cejas, tus pestañas, tus cachetes, tu cuerpo, tus brazos, tus manos, tus pies, tus dedos, tus piernas, tu cintura, tus caderas, tus rodillas, tus cabellos. Pero, sobre todo, detesto infinitamente tu hermosa alma. Y ¡cómo detesto escuchar tu risa y mirarte sonreír con tal majestuosidad! Es algo que detesto con todo mi ser. Te detesto tanto porque antes de conocerte me sentía tranquilo y, aunque triste e infeliz, mi interior estaba en paz; sin esta tormenta de inexplicables y contradictorias emociones.
Y entonces te conocí, sin saber los riesgos que ello implicaría, sin saber todo lo que en mí ocasionarías. Te detesto tanto porque le diste un giro absoluto a mi existencia como nadie lo había hecho. Te detesto porque no comprendo, por más que lo intento, como es que atrapaste así mi corazón, y cómo es que ni siquiera osas devolvérmelo un poco, aunque la verdad es que tampoco lo quiero de vuelta. Te detesto porque en mi trastornada mente ya solo estas tú; tan profundamente que ni siquiera vale la pena intentar olvidarte, pues, entre más trato, más te impregnas en cada uno de mis obsesivos pensamientos. Te detesto porque nunca había sentido tanta felicidad al lado de alguien y, aunque no lo exprese ni lo demuestre, en verdad me siento tan feliz con el simple hecho de sostener tu etérea mano. Te detesto porque hiciste, en tan poco tiempo, que odiara por completo mi antes amada soledad; que rechazara vehementemente esta vida decadente en este lúgubre y absurdo lugar. Te detesto sobremanera porque me hiciste extrañarte sin necesitar de una razón en particular. Detesto que me gustes tanto, pues ni yo comprendo cómo es que puedes cautivarme a este grado, pero es mágico sentirte cerca, pues tu presencia es para mis ojos algo sagrado.
Detesto pensar también que algún día podría atreverme a enlazarme contigo, que me animaría a unirme en todo sentido contigo; y es que la simple idea de que seas para mí es algo que me embriaga a tal punto que podría olvidarme del mundo, la humanidad y la existencia, de todo en este putrefacto y nefando holograma tan solo para decirte cuán bello sería estar a tu lado por la eternidad. Y, por cierto, hablando de eso, y de antemano pidiéndote una disculpa por usar tal termino de manera tan poco sutil, solamente quiero pedirte una cosa, y esa es toda la verdad: cambia todos los «te detesto» por los «te quiero”, “te adoro” y hasta los “te amo». Lo que sea, lo que mejor suene o se acomode; lo que creas más conveniente para ti. Finalmente son solo palabras, abstracciones mediante las cuales intento hacerte entender que, desde el primer momento y sin que me importe si lo crees o no, me enamore locamente de ti y te convertiste en absolutamente todo para mí. Sí, solo tú con ese resplandor incomparable y esos ojos tan preciosos que fulguran como los de una deidad estelar.
Pero, por lo que en verdad sí te detesto, es porque me haces sentir tanta desesperación, ansiedad, temor y hasta un poco de celos. A mí, justamente a este pobre loco que había prometido jamás volver a sentir eso. Y es que me había vuelto, según yo, totalmente indiferente, pero veo que no es así. También detesto cada vez que pareces no extrañarme, que pareces no divagar en un mar multicolor con todas estas sensaciones. Te detesto porque jamás creí que quisiera estar con nadie tanto como quiero estar contigo. Detesto cuando no puedo hablarte por culpa de la esclavitud y la absurda forma de vida en este mundo putrefacto. Detesto pensar que algún día solamente seremos amigos a pesar de todo lo que hemos pasado, pues no podría aceptar algo así. Y detesto esa asquerosa idea que me tortura y que me vuelve loco al susurrar que seremos tan solo algo pasajero, aunque sé que todo cambia y tan solo quisiera poder contemplar tu perfección y tu hermosura de aquí a mi entierro. Sí, te detesto con todo mi corazón, pero, al mismo tiempo, quiero confesarte algo: yo te amo más allá de todo lo que existe en esta absurda y caótica dimensión.
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Melancólica Agonía