Pero más te detesto porque jamás creí que quisiera estar con una persona para siempre, pero contigo sí, y entonces también me detesto yo. Sí, te detesto tanto, y no sé por qué maldita razón quisiera tanto poder ser para ti algo importante, poder en tu vida significar algo más que el absurdo y el tedio; y eso es hasta misterioso para mí, pues no había surgido ese sentimiento en muchos años. Y detesto pensar que todo esto al final podría ser solo parte de otra historia más en nuestras vidas, que tú y yo no seremos sino un encuentro más. Detesto pensar que algún día podrías besar la boca de alguien más, que podrías acariciar otra piel que no sea la mía; detesto tanto pensar que podrías jalar otros cabellos que no sean los míos. Detesto, sobre todo, imaginar que serán otros ojos en donde se refleje tu inmarcesible hermosura y que en otros desiertos vagará sin rumbo tu alma ávida de amor, sabiduría y desbordada pasión. Detesto pensar en todo esto, porque entonces solo quiero matarme.
Detesto pensar que yo no soy suficiente para ti y que solo me ves como a un triste perdedor que muere por un poco de tu amor. Te detesto porque, tal vez, no puedas nunca darte cuenta de que nadie te miraría, te querría, te adoraría, te protegería y te cuidaría como yo. Y ¡cuánto detesto pensar que algún día, en algún otro universo, a quien le digas te amo no sea yo! Detesto imaginar que en los brazos de otro hombre podrías estar, justo ahora mientras escribo tan apasionadamente para ti. Detesto este ridículo sentimiento de pertenencia que surge tan repentinamente cuando pienso en ti, porque entiendo a la perfección que todos somos libres de elegir. Detesto estos celos tan desquiciantes que me consumen tan solo al concebir que hay otros que, sin merecerlo, pueden escuchar diariamente tu voz; que pueden atisbar tu perfecta sonrisa, percibir tu embriagante olor y que, a pesar de todo, no aprecian, en su ignorancia y estupidez, tu inmarcesible, única divina e inefable belleza sobrehumana. Sí, no apreciarían jamás a la más sublime y exquisita creación: tú.
Te detesto cuando, con inaudito temor, vislumbro ese fatal día donde me digas: ya no quiero verte, ya no quiero estar junto a ti. Y en verdad detesto la idea de perderte, porque entonces tendría que, con todo el dolor de mi ser, la vida arrebatarte. Pero lo que más detestaría es no ser yo tu elección, no ser yo la persona a quien algún día puedas llegar a querer e, incluso, a amar. Y te detestaré con todo mi ser el día en que me abandones, en que alguien más me robe tu amor, en que algún patético mortal me arrebate lo más sagrado, bonito y real que creo tener: tú. Sí, tú eres todo en lo que yo pienso, lo que más sueño y amo. Te detestaré incluso cuando esté muriendo y pudriéndome en mi dolor, porque, sin ti, mi eterno e imposible amor, ¿qué más me quedaría sino el triste aroma del suicidio? Sin tus besos ni tus caricias, no tengo ninguna otra razón por la cual permanecer en esta triste y absurda vida.
Y esperaré por ti el tiempo que sea necesario, pues no podría existir ninguna otra felicidad para mí que no sea a tu lado, despertando con tus besos y durmiendo entre tus brazos. Porque tú eres la supernova que contemplo tan sublimemente desde mi recalcitrante e incuantificable tristeza, tú eres la única mujer por quien yo haría cualquier cosa con tal de verte sonreír; tú eres el único motivo por el cual aún quiero permanecer vivo, tú eres para mi cuerpo todavía más necesaria que el aire que respiro. Sí, tú eres tan jodidamente hermosa en todo sentido que, por ti, prolongaría mi suicidio el tiempo que tú estés conmigo. Tú eres la persona a la que nunca me cansaría de escuchar, a la que querría ver una y otra y otra vez por la eternidad. Tú eres a quien yo quiero para ser el amor de mi vida en cualquier universo, realidad o plano. Y, finalmente, quiero decirte que tú eres la razón de mi poesía, de todos mis versos, de todas mis obsesiones, locuras y paranoias. Tú eres lo que yo más amaría, sin importar cuántos seres más existieran, en cualquier galaxia, constelación o dimensión.
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Melancólica Agonía