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Desasosiego Existencial 67

Y, si lo analizamos detenidamente, nos daremos cuenta de que, más allá de todo lo externo, no tenemos ningún motivo intrínseco para seguir existiendo. Todo lo que hasta ahora nos ha sostenido son meras tonterías y puras mentiras: doctrinas, teorías, filosofías, libros, templos, ciencias, tecnologías, ideologías de todo tipo y color… ¡Yo escupo en todo esto! ¡Yo defeco en todo esto mil veces seguidas y más! ¡Cómo me enferma esta estúpida pesadilla que debo llamar vida! ¡Qué asco siento de pertenecer a la raza humana! Mi alma quiere ser libre, quiere traspasar los límites de este cosmos insondable y misterioso, quiere ir hacia lo divino e integrarse con ello más allá de toda perspectiva y concepción. Es simplemente que ya no soporto, que ya no puedo ni quiero seguir adelante… Y aun si pudiera, ¡no, maldita sea! Es ese el mismo cuento de siempre, la misma fábula mediante la cual se ha enfermado mi espíritu y se ha trastornado mi razón. ¡Yo escupo en todo esto, un millón de veces y todavía más! ¡Yo detesto este mundo, a la humanidad, a mí mismo, a los dioses, a los demonios y cualquier clase de existencia o universo tangente! Detesto todo esto infinitamente, tanto que no puedo concebir cómo es que puedo detestarlo así. Pero así es y no podría ser de otra manera; pues ya lo único que quiero es desaparecer sin dejar rastro alguno y sin que jamás ningún otro humano o existencia vuelvan a fastidiarme.

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En realidad, la existencia siempre es horrible. A veces menos, a veces más, pero siempre absurdamente horrible. Y a veces más absurda que horrible; casi que raya en lo ridículo y tragicómico. Pese a todo, henos aquí a todos nosotros: sus fieles marionetas, siempre dispuestas a un nuevo y mayor dolor o angustia con tal de evadir la incertidumbre del más allá. ¡Y qué cobardes somos todos nosotros, cuánto solemos engañarnos con incierta melancolía! Somos seres sumamente adoctrinados para amar, adorar y proteger aquello que más y mejor nos desfragmenta desde el interior; para abrazar el pie que nos patea y la boca que nos escupe. Quizá nosotros mismos no queremos aceptarlo, aunque lo sepamos y de muy buena manera: este sistema está solo diseñado para agobiar nuestra alma y ultrajar nuestra esencia más íntima. Aquí no existen la libertad, la verdad ni el amor. ¿Cómo podrían tales cosas ser algo más que meras quimeras del mono en este infierno carnal que no nos concede ni un solo instante de tranquilidad? ¡Bienvenidos sean todos a esta ominosa pesadilla por la que tanto agradecen y en la cual tanto quieren permanecer! El mundo y el mono son ambos igualmente una aberración inenarrable; son, quizá, el complemento perfecto para enloquecer a cualquier dios o demonio.

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Concebir esta horrible existencia como un regalo o algo parecido no podría ser sino el acto de un tonto o de un títere: de un simple y adoctrinado ser humano. Resulta incluso tragicómico el siniestro modo de pensar de estos monos que existen absurdamente en gran abundancia. Los pobres idiotas no pueden percatarse de lo engañados que están, de lo estúpidos que son y de la inmundicia en la que se revuelcan, cual cerdos depravados, diariamente. ¡Cómo quisiera descuartizarlos y que sus gritos coronaran mi sublime obra de aniquilación masiva! Los empalaría a todos sin dudarlo, haría con su sangre un monumento a la divina sabiduría del caos. Y, aun así, exterminar a la raza humana me dejaría insatisfecho; me sabría a muy poco. Lo disfrutaría inmensamente, ¡oh, sí!, pero y ¿luego? Una vez exterminados estos monos de circo, ¿quiénes me divertirían con sus tonterías? ¿De quién me asquearía y reiría en mi trono dual? Creo que así debe razonar quien sea que nos creó, razón por la cual no se atreve a acabar con todos nosotros como las viles y ruines hormigas que somos. Le divierte inmensamente nuestra ignorancia, irrelevancia y extrema tendencia a la mentira; no somos para él sino un pasatiempo para distraerlo de su infinita y perfecta existencia hermafrodita.

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Creo que es imposible salvar al mundo, es mejor destruirlo y que nada vuelva jamás a ser lo que ha sido. ¿Qué salvaríamos, en todo caso? ¿Al mono parlante, a su infame miseria, a su recalcitrante avaricia y al anómalo sistema que ha surgido de la oscuridad de nuestros corazones? ¿Vale realmente la pena salvar algo así? ¿Es incluso natural que algo así de ignominioso y perjudicial continue existiendo? Nosotros mismos, ciertamente, somos parte fundamental de esta miserable pseudorealidad; hemos nacido en ella y en ella moriremos irremediablemente. Todas nuestras perspectivas están impregnadas de sus falacias atroces, orquestadas por sombríos intereses a los cuales les conviene determinantemente que las cosas sigan tal y como hasta ahora. Pero déjame decirte algo que he venido pensando y sintiendo desde hace ya un largo tiempo: este mundo es solo un error nauseabundo; un infierno al cual somos arrojados sin consideración alguna y seguramente como método para purificar nuestras almas mediante toda clase de grotescos estados de sufrimiento físico, mental, emocional, intelectual, espiritual o irreal.

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Me llamaban pesimista por escribir la verdad; yo los llamaba estúpidos por vivir en la mentira y por sentirse felices en ella. Así es, para mí todo en este mundo ridículo y funesto eran solo patrañas y espejismos; y todos los monos parlantes que lo habitaban eran las criaturas más horribles e insignificantes que alguna vez se hubiesen concebido. ¡Qué harto estaba ya de todos ellos y de sus peroratas aberrantes y sin sentido! El amor, ¡vaya gran cosa!, pues el amor no servía de nada. ¡Esto lo había yo comprobado una y otra vez! ¿Qué había obtenido de amar y de haber sido amado por esos tontos monos? ¿Era siquiera lógico intentar amar lo humano? Tan solo sufrimiento, miseria y hastío; solo esquizofrenia infame infestando mis dementes percepciones. ¡Oh, la existencia era solo un sacrilegio estúpido que ya nunca podría olvidar! Quien sabe si muriendo podría desprenderme de toda mi agonía y tristeza, de todos los momentos desagradables que aquí padecí torpemente, de todas las situaciones donde siempre me sentí terriblemente asqueado e infeliz. Los gritos en mi interior, así pues, se unificaban todos en una sola y sublime voz que imploraba por una sola cosa: el suicidio.

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Desasosiego Existencial


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