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Obsesión Homicida 19

Cuando el ser se descubra a sí mismo, cuando logre purificarse y desintoxicarse de todas las ideologías implantadas y de todos los repugnantes espejismos que distorsionan su percepción, entonces se percatará de su brutal y enfermiza naturaleza; una tan retorcida y malsana que seguramente lo primero que querrá hacer será quitarse la vida o quitársela a sus semejantes.

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La muerte es buena, aunque demasiado misericordiosa y reconfortante para una bestia inmunda como lo es el ser humano. Creo que, en realidad, nada será suficiente para purificar la intrascendente y vomitiva esencia de tal criatura.

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Ellos nunca lo entenderían… Esa fue la frase que me repetí toda mi vida y efectivamente nunca me equivoqué. Los humanos no estaban preparados para vislumbrar tan complejas condiciones de incertidumbre, pues desde su nacimiento se les había doblegado la personalidad y se les había enseñado a ser miserables, a no ir más allá de las exigencias materialistas de este mundo pestilente y aciago diseñado el peor de los creadores.

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Humanidad es lo que deseo despojar de mi esencia, pues es el impedimento que no logro superar por más divino y superior que sea mi pensamiento. Mientras tenga un cuerpo, jamás lograré la sublimidad que tanto añoro. Por eso debo destruirme, para que de ello renazca mi verdadero yo; ese que ha permanecido en las sombras y que suplica por legítima libertad.

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El homicida no podía evitar cierto instante de reflexión, pero pensaba que se sentía demasiado cansado de su depravación, de sus locuras y sus obsesiones. Ya habían pasado unos días desde que había asesinado, sin saber realmente por qué, a su familia. Sí, había liquidado sin dudarlo a la mujer que le había apoyado y amado todo este tiempo; también a esos pequeños que se había atrevido, de manera estúpida a traer a este atroz mundo. No obstante, reconocía que las cosas no podían haber sido de otro modo y que justo ahora podría al fin empezar a vivir siendo él mismo.

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Pero ahora eso no significaba ya nada, pues él los había liquidado sin sentido alguno, solo porque esa noche el asco de existir le había nublado la mente, haciendo que ese otro yo que tanto reprimía en su interior surgiera finalmente. Y fue débil o, quizás, era lo que en el fondo también deseaba, y por ello no hizo nada para impedirlo. En fin, ya no podría postergar más la poesía embriagante, ya no había marcha atrás. Ellos estaban muertos, pero él seguía existiendo. Era irónico que siempre había añorado lo opuesto, pero quizás esa era la naturaleza de la vida misma: la contradicción.

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