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Encanto Suicida 46

En el fondo, ser uno mismo tampoco significaba nada; era solo otra de las infinitas percepciones de la verdad que conducían, una y otra vez, al mismo y eterno destino: la muerte.

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Aquí estás de nuevo… Melancólico, embriagado de soledad y suplicando por un poco de tiempo para ser amado, ¿no es así? Me enferma tanto saber que has creído en las mentiras del mundo, pues tu dolor me persigue hasta el sitio donde la luz y el abismo ya no pueden separarse.

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Imaginemos que existe una sola cosa que sea valiosa y sagrada en la existencia, y que no se parezca a eso que absurdamente se llama amor, sexo o poder en este mundo de repleto de sangre, lágrimas y corazones putrefactos. Pero solo imaginemos, porque claramente algo así nunca podrá existir…

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Amarme a mí mismo: esa fue siempre la búsqueda más complicada en mi vida, pero culminó la noche en que comprendí la verdad de mi reducida y humana percepción… Y por la mañana, creo que la mujer a quien creía amar también decidió escuchar los gritos de la sombra demente y suicida en la que me había convertido.

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¿Quién puede amar a otro ser y no detestarlo al mismo tiempo? ¿Quién puede seguir existiendo y no soñar con el suicidio a cada momento?

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Cuando ella volvía en la madrugada, ebria y drogada, ya ni siquiera le preguntaba dónde y con quién había estado. Había decidido amarla, cuidarla y protegerla a pesar de todo. Yo comprendía que ella necesitaba a un hombre de verdad, alguien que la hiciera sentir sexualmente especial y carnalmente deseada; única cosa que yo, en mi impotente condición, no le proporcionaba. Pero podía al menos abrazarla y consolarla, intentar amarla, aunque se acostara con otros hombres; podía, todavía, sentir que su alma no había dejado de amar a la mía. Al fin y al cabo, cada quién se podía autoengañar con lo que quisiera por el tiempo que quisiera.

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Encanto Suicida


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