No logro comprender las vicisitudes de la existencia, pues al parecer las aborrezco y las requiero al mismo tiempo. A veces, quisiera solo ser el fatal personaje de una novela suicida y existir en cierto universo donde jamás pudiera sufrir ni aburrirme como en este, aunque sé que tal cosa es únicamente una nostálgica y lastimera quimera. Quisiera tanto saber aquello que ha sido negado al ser en su humana ignorancia y luego desaparecer con el sonido del último melifluo cósmico. Sí, que mi esencia se diluya para siempre en el catártico abismo de la nada y que mi consciencia se esparza por los recovecos del halo de la desesperación.
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No necesito apreciar todo el tiempo tu inefable rostro ni sentir todo el tiempo tu divino cuerpo, ya que he conservado tu sempiterno brío en mi delirante mente y he atesorado tu inmaculada esencia en mi contrito corazón; los he guardado en mi interior, justo donde ni toda la miseria de este mundo aberrante podrían tocarlos o difuminarlos ni tan siquiera un poco.
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El amor humano, aunque ilusorio, es, al fin y al cabo, el único medio que tenemos para atenuar un poco la perversa soberanía que la pseudorealidad y sus maléficos artificios esparcen sobre nosotros durante el trayecto de nuestra profana existencia. No somos más que unos tontos, demasiado necios para comprender los secretos del universo y demasiado mundanos para intentar superar nuestra propia humanidad.
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Este mundo está enfocado a neutralizar y eliminar aquello que aún resta de valioso en las personas, si es que tal cosa existe o en verdad alguna vez existió. Por mi parte, lo dudo sobremanera. No concibo cómo la especie humana puede llegar a ser relevante desde perspectiva alguna. Pareciera ser, ciertamente, que estamos hechos solo para soportar ingentes cantidades de sufrimiento, desesperación y aburrimiento en formas tan variadas que, de ser plenamente conscientes de todas y cada una de ellas, seguramente enloqueceríamos en ese preciso instante.
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Vivir tan banalmente no es diferente a ser como las personas que contaminan el mundo, aunque tal vez ya no tengamos de otra en nuestra incalculable y psicótica desesperación. ¿Qué más queda por hacer para nosotros los poetas-filósofos del caos sino esfumarnos de aquello que ya no podemos soportar por más tiempo: la realidad? ¿Para qué intentar un cambio que bien sabemos no acontecerá? De nada sirve luchar contra las oscuras y putrefactas fuerzas que gobiernan este lúgubre plano carnal, porque el resultado será siempre el mismo: la caída.
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Obsesión Homicida