Los vicios son bastante buenos cuando ya nada es capaz de apaciguar momentáneamente el halo de la desesperación que tortura nuestro ser. Es casi como si, en la embriaguez, en las drogas y en las mujerzuelas pudiera hallarse algo mucho más espiritual que en todas las enseñanzas consideradas sagradas por una raza tan patética e inferior como la humana.
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A aquellos dementes que se atreven a desdeñar todo lo que el mundo es, que se rebelan ante una existencia tan absurda y materialista como la que hoy en día impera, que permanecen en auténtica soledad y que se niegan a relacionarse con los demás humanos, a esos locos excéntricos lo único que realmente nos dará vida será la muerte.
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Prefiero ser odiado y continuar con mis postulados misántropos y nihilistas hasta el fin antes que ser idolatrado por una caterva de monos adoctrinados quienes solo siguen los patrones que otros han implantado sin cuestionar nada, sin escuchar jamás la voz de su verdadero yo y sin preguntarse siquiera una sola vez si su estupidez existencial merece prolongarse aún más.
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Lo único que confirmo con el pasar del tiempo es la belleza que existe en la soledad y en el deseo suicida. Por otro lado, también me convenzo sobre lo absurdo y execrable que resulta la compañía de cualquiera de esos idiotas de los que está infestado este mundo.
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Es bueno perder la fe en la humanidad, aunque resulte, en primera instancia, un golpe de realidad duro, pero también uno muy necesario para continuar el camino del verdadero poeta hacia el vacío suicida.
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El Halo de la Desesperación
