Sé que ellos jamás lo hubieran entendido, pues sus adoctrinadas mentes nunca les hubieran permitido vislumbrar un poco más allá del cúmulo de mentiras y cadenas que rigen sus absurdas y estúpidas vidas. Realmente no me quedaba ya nada y cada una de mis reflexiones me habían llevado a ese divino momento en donde experimenté un éxtasis que nada en la vida jamás me brindó. Sí, las personas comunes y corrientes, esas que se conforman con las cosas más mundanas y cuyos entretenimientos y alegrías son algo de lo más nauseabundo, nunca lo entenderían; pero es tan cierto que el suicidio siempre fue mi única opción.
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El verdadero pecado de esta raza blasfema y patética conocida como humanidad es haberse reproducido. Más aún, seguirlo haciendo es la peor de las herejías; una para la cual ningún castigo, salvo solo una masacre mundial, sería suficiente.
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¿Como intentar amar a la humanidad cuando los humanos hacen todo para ser odiados? Quizás, incluso se encuentre impresa en su infame genética la excelsa predisposición a la estupidez, la ignorancia y el sinsentido; pues son estos elementos y no otros los que destacan en el absurdo ser cuyo exterminio sería más bien una bendición.
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Por suerte, existe la muerte para terminar con esta vomitiva cadena de insustancialidad que es nuestra humana existencia. De otro modo, solo en la más recalcitrante locura podríamos refugiarnos eternamente.
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¿Qué es la vida sino una constante y casi infinita sucesión de horrendas y ridículas acciones donde la primera fue haber nacido?
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Este mundo es, a lo más, solo una absurda tragicomedia donde los aberrantes actores (nosotros) hacemos todo lo posible para evadir nuestra tragicómica condición, aunque, irónicamente, solo la fortalecemos más.
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Manifiesto Pesimista
