Mientras exista la asquerosa raza humana, el mundo jamás será un buen lugar para vivir. Nosotros somos el inconmensurable error que ha infestado este planeta y no existe ya cura alguna para ello sino el declive total y permanente de todo lo que somos como especie.
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¡No, no y no! ¡Mil veces no! ¡Esta existencia no puede ser algo bueno ni valioso! Y, quien piense lo contrario, que primero acabe con todo el sufrimiento y el malestar que imperan en el mundo y luego que me contradiga, si es que puede.
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No hay peor sensación que la de saber que mañana despertaremos y todo seguirá igual, tan aburrido y absurdo como siempre. Ahí estarán las personas con sus estúpidas caras y sus banales pláticas, el sol con su molesto reflejo, las oficinas con sus abusivos horarios laborales, el maldito tráfico de mierda, las tontas obligaciones diarias, la existencia en sí misma siendo un asco…
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El hartazgo y la náusea de existir se incrementaban cada día que pasaba en este miserable mundo plagado de estúpidos seres adoradores del sexo y el dinero, incapaces de atisbar la sublime belleza que se parapetaba en la poesía suicida o en la reflexión inmanente.
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La verdadera desesperación es considerar la horrible posibilidad de que, al morir, no acabe para siempre esta absurda existencia; es más, que continue en una realidad aún peor. Tan solo concebir esta aberrante posibilidad me produce infinitas náuseas al punto de ya no poder conciliar el sueño por varias noches hasta haberlo olvidado momentáneamente.
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Lo único que añoro con todo mi ser es la inexistencia absoluta, aunque, con inmanente melancolía, contemplo tirado en mi cama la inexistencia de tal condición. Y eso, ¡maldita sea!, me trastorna infernalmente.
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Catarsis de Destrucción
