Capítulo XXI (LCA)

Lezhtik caminaba rumbo a la facultad, era ya la penúltima semana antes de que terminara el periodo escolar. No estaba para nada tranquilo con las muertes de tres estudiantes y el encierro de Paladyx, todo daba vueltas en su cabeza. Pensó que necesitaba platicar con alguien y se le ocurrió el profesor Fraushit. Al final de las clases, iría a su cubículo para conversar un poco. Se apresuró y visualizó la puerta de entrada, con las características filas para la revisión. Mientras esperaba, Lezhtik cavilaba sobre lo mismo: que los estudiantes eran tratados como reclusos, literalmente. Así había sido este periodo, aunque lo más extraño era la cantidad de protestas que cada vez disminuía más y más. Tal parecía que en un comienzo la mayoría desaprobó el nuevo orden, pero conforme se les concedieron ciertos entretenimientos, paulatinamente fueron cediendo las críticas y las inconformidades.

Recordaba muy bien que todo había comenzado con la implementación de los videojuegos, lo cual causó gran regocijo e hizo que los alumnos solo pensaran en ello, que estuviesen dispuestos a soportar la opresión de cada día con la ilusión de la hora en que podrían sentarse frente al televisor y enfrascarse en esa realidad ficticia que reemplazaba a la suya tan miserable. Y, luego, vino el viernes social en combinación con el alcohol donde todo era una gran fiesta, ciertamente. Todos los días se escuchaban pláticas concernientes a tal fecha, especialmente los jueves, donde ya se masticaban las uñas para que fuese viernes, para poder distraerse un poco y olvidarse de su deplorable situación existencial. Todo era como natural, como propio; así lo sentían los estudiantes, a excepción de unos cuántos. Quién sabe qué nueva locura les esperaría para el próximo periodo. De alguna manera, algo tenía que hacerse, no podía ser que la educación en todo el mundo llegase a tal extremo.

En el transcurso de la jornada, Lezhtik tomó sus clases normalmente, sabiendo que había aprobado todas las asignaturas sin dificultad alguna. No dejaba de pensar en el libro que el profesor le había dado. ¿Qué otra clase de libros prohibidos guardaría aquel maestro? La ansiedad por saberlo lo enloquecía. Quería divulgarlos, que todos los leyesen, que todos se enterasen de que la vida no tenía un sentido, y que todo era gracias a la forma estúpida en que consciente e inconscientemente el humano experimentaba la vida. En cuanto se permitió la salida de las clases, corrió al cubículo del profesor Fraushit, emocionado por solicitarle más libros y comentarle todas las cosas que deseaba escribir cuanto antes en sus ensayos nocturnos.

–¿Ya has visto los carteles de la reunión de fin de año? –preguntó una jovencita a otra, la cual sostenía un lápiz labial y se miraba vanidosamente en un espejo de bolsillo.

–Desde luego que sí, ¡será increíble! Parece como si se tratase de una fiesta, es grandioso que algo así ocurra aquí.

–¡Ni que lo digas! Sin duda, este nuevo director es asombroso. Y pensar que en un principio a nadie le agradaba. Ahora que lo pienso, el anterior era demasiado aburrido.

Antes de arribar al cubículo del profesor, Lezhtik se detuvo para escuchar el coloquio de aquellas dos muchachas atascadas de maquillaje. Eran las que siempre hacían la barba a los profesores y parecía no importarles en lo más mínimo aprender, sencillamente usaban sus estudios para presumir, algo asaz común en la actualidad.

–Sí, todavía lo recuerdo. Con él todo era estudiar y leer cosas raras. Y ni hablar del fin de periodo, jamás hizo algo como esto. Todo lo que nos organizaba era un estúpido concurso de ensayo filosófico, como si no bastase con venir aquí a estudiar estas cosas. Me alegra que haya sido reemplazado, ha sido una decisión sin igual.

–Ni que lo digas –replicó la más alta de las inicuas jovencitas al tiempo que se delineaba las cejas–, este director hasta fiesta nos organiza. Además, nos da juego, cerveza, entretenimiento, televisión, diversión y demás. También nos ha quitado los libros aburridos y nos ha ya conseguido empleo cuando salgamos. Sencillamente, nos ha brindado todo lo que importa, le debemos demasiado.

Casi le hacía devolver el estómago a Lezhtik tales imbecilidades habladas por aquellas dos infames mujeres. No podía concebir que, en realidad, personas como ellas se hicieran llamar filósofas, pero le pareció más lamentable aún el hecho de que gran parte de la facultad, y también muy probablemente de las universidades de todo el mundo, se encontraban bajo las mismas circunstancias de estupidez inducida. Parecía que a las personas les agradaba ser recompensados miserablemente, a toda costa tratarían por cualquier medio de defender lo que los destruía. Eran dependientes de un sistema artificial diseñado por seres (quizá no humanos) en el que su adoctrinamiento denotaba la perdición del ser.

La educación se hallaba irremediablemente tan corrompida y enfocada para perpetuar la pseudorealidad que imperaba en el mundo; esto es, el sistema que extinguía los sueños e imponía el dinero en conjunto con todas las demás falacias como forma de control. Los principales componentes de dicha pseudorealidad eran la religión, los gobiernos, las guerras, las aberraciones sexuales como la prostitución y la pornografía, la violencia, el entretenimiento, el fútbol, entre otras; todo parte del eterno y nauseabundo juego propuesto por el capitalismo y la globalización. En fin, existían formas cada vez más sofisticadas de privación de la libertad y manipulación de las mentes. Pensando de tal manera, Lezhtik continúo por las escaleras yendo hacia el tercer piso, donde se hallaba el cubículo del profesor Fraushit, el único que seguramente seguía defendiendo los ideales sublimes entre aquel tropel de viejos imbéciles que se hacían llamar doctores y presumían de sus estudios en el extranjero. Llamó a la puerta en repetidas veces, pero sin recibir respuesta.

Subrepticiamente, Lezhtik sintió cómo una sombra se posaba a sus espaldas, haciéndolo sentir totalmente inerme en su posición. Quiso voltear, pero un pánico abrumador lo paralizó. Colegió que tal vez se tratase del director o de alguno de aquellos misteriosos hombres tan elegantemente ataviados de negro. Por unos instantes no supo qué hacer, estaba temblando ante la posibilidad de ser el siguiente en la lista de los rebeldes que debían ser eliminados. Se aterró ante la idea de voltear y hallarse cara a cara con alguna criatura infame. El pasillo lucía desierto, pues era el último piso y exactamente a esa hora ya los profesores del turno matutino se habían ido y los del turno vespertino llegaban hasta dentro de una hora. ¿Quién podría ser? ¿Quién estaba detrás de él? ¿A quién pertenecía aquella sombra alargada que se proyectaba demoniacamente sobre el suelo?  Sintió cómo una mano se posaba sobre su hombro, una sensación familiar lo invadió, una energía que ya había sentido antes. Cuando viró, haciéndose de valor y más reconfortado por la sensación beata que le produjo el toque de aquella misteriosa mano, sus ojos fulguraron al descubrir quién era el causante de su espanto.

–¡Filruex! ¡Regresaste! ¡Pensé que jamás volveríamos a vernos!

–Sí, soy yo. El mismo Filruex que conocías desde siempre.

–Pero ¿en dónde demonios te has metido? Apuesto a que ya te han dado de baja en todas las asignaturas.

–Eso es lo que menos me importa. No me interesa ser parte de esta facultad, de este sistema, de esta pseudorealidad. Me sentiría extraño siendo normal y estando a gusto en un mundo tan podrido. Hay cosas más importantes que hacer, y creo que ya sabes a qué me refiero.

–Sí, seguro que sí. Han pasado tantas cosas, algunas verdaderamente tristes.

–Se encuentran todos bien, ¿cierto? Dime que sí.

Pero la respuesta de Lezhtik no llegó, pues el sonido de un celular sonando los interrumpió, proveniente del interior del cubículo. Y ¡era precisamente el del profesor Fraushit!

–Entonces ¡sí está adentro! Pero ¿por qué no abre?

–No lo sé, Lezhtik, pero esto no me huele bien. Hazte a un lado, voy a derribar la puerta y veremos qué está pasando.

Filruex dio una fuerte patada a la puerta, que cedió fácilmente ante la violenta fuerza imprimida en el golpe. Lo que vieron, empero, los dejó perplejos, les heló la sangre, los acercó tan vorazmente a la locura innombrable. Y no era para menos, pues frente a los jóvenes soñadores apareció un sacrilegio de la peor calaña: el profesor Fraushit yacía en su silla, con el cuerpo ensangrentado, lacerado, raspado y quemado en algunas partes. Su rostro mostraba un aire de dolor, como si hubiese sufrido demasiado antes de llegar a su posición actual. Estaba desnudo, con excepción de unos calzoncillos que eran rasgados por un crucifijo en el que parecía haber sido empalado. Sus ojos saltaban de sus cuencas, moscas entraban y salían de su cabeza, la cual estaba abierta y dejaba ver el cerebro húmedo, parecía como si lo hubiesen usado como la víctima de algún ignominioso ritual por parte de alguna secta maldita y abominable.

Lezhtik salió de su trance, cerró los ojos y volvió a abrirlos. Pudo entonces ver la realidad, lo mismo que Filruex veía. Lo anterior no había sido más que su subconsciente jugándole una broma, sus temores expresados, como los de cualquier ser humano. Pero la verdad no era menos cruel, pues los pies del profesor oscilaban de un lado a otro, el charco de sangre caía sobre unos libros de filosofía que mostraban autores no conocidos por los jóvenes; seguramente libros prohibidos. El profesor Fraushit, ese brillante hombre, se había colgado en su cubículo, con la única compañía de su amarga soledad.

–¡Se ha suicidado! Pero ¿por qué lo ha hecho? –musitó Filruex con angustia.

Lezhtik ni siquiera acertó a pronunciar palabra alguna, todo lo que sabía era que una de las pocas personas con consciencia en la facultad, y quizás en el mundo entero, había fenecido. Sí, uno de los pocos amigos y opositores de la inmundicia que había contaminado el mundo entero había abandonado la desgastante y eterna lucha. Se echó para atrás rápidamente y corrió lo más que pudo, no sin antes tratar de llevarse a Filruex consigo, pero éste no se movió, se quedó ahí observando. Lezhtik sabía que debía avisar a las autoridades cuanto antes, aunque fuera inútil, al menos para que se llevara a cabo todo el proceso y se les eximiera de toda culpa o complicidad en aquel funesto acto. Le preocupaba demasiado el hecho de que las autoridades creyesen que ellos habían matado al profesor.

Al fin, se tranquilizó y acudió con el personal correspondiente. Sabía que Filruex también se habría retirado, no era tan torpe como para permanecer ahí. Sentía curiosidad por saber qué había estado haciendo, parecía haber logrado sus objetivos, al menos por su expresión. Ya tendría tiempo de platicar con él más adelante. Una vez que hubo terminado de contar lo que vio, los paramédicos fueron llamados, todo siguió su curso. El tercer piso se cerró aquella tarde, aunque nadie prestó mucha atención. Para los estudiantes, el profesor Fraushit era un enemigo de lo que ellos adoraban. Llegó el personal pertinente con una apatía bárbara para recoger el cuerpo del profesor, aunque, mientras lo hacían, algo extraño llamó su atención.

–¡Oye! ¡Quiero que le eches una mirada a esto, compañero! –dijo uno de los paramédicos al otro, al tiempo que señalaba el cuello del profesor.

–Sí, lo noté desde hace un momento, pero no quise decir algo al respecto. Esas heridas no fueron causadas por la cuerda.

–Así es, resulta tan extraño. Además, mira su aspecto, parece como si hubiese visto algo terrífico antes de suicidarse.

–Quizá justamente eso lo llevó a tomar esa decisión, pero ¿qué pudo haber sido? ¿Qué pudo haber visto el profesor que lo dejase en tal estado?

–Bueno, a mí no me lo preguntes. Posiblemente se drogó o estaba haciendo otra cosa, dicen que era un profesor muy extraño.

–Sí, eso es lo que he escuchado de los murmullos.

–Me causa una gran curiosidad averiguar quién o qué le ha causado esta herida en el cuello. No parece haber sido ocasionada por un humano, sino más bien por un animal –dijo uno de los paramédicos, el más avezado del par.

El otro se acercó y analizó. Permaneció en silencio, como intentando cuadrar aquello con lo que su lógica le dictaba. Y es que en verdad la herida era tan diferente, como si hubiese sido ocasionada por una boca enorme y unos dientes aterradores y puntiagudos, además de que el olor desprendido era insoportable conforme más tiempo transcurría. Una especie de gelatinosa baba escurría mezclada con la sangre del profesor, y eran tan pegajosa que parecía impregnarse en el suelo y en todo lo que entrase en contacto con ella.

–Parece que tienes razón –asintió solemnemente el otro paramédico–. Aunque no lo entiendo, no parece tener signos de un forcejeo. Tú sabes que, si una criatura lo hubiera atacado, tendría otras marcas en el cuerpo.

–Además, hay otro factor –replicó el paramédico más avezado, cada vez más intrigado por el misterio–, ¿cómo podría haber entrado la bestia aquí? Todo parece en orden, tal vez se haya producido en algún otro lugar. No sé, el Bosque de Jeriltroj, por ejemplo. Y quizá solo trajeron su cadáver hasta su cubículo.

–¿Por qué se molestarían en traerlo aquí? En todo caso, parece que se lo hubieran aventado a alguna bestia, pero ésta lo hubiera devorado…

–Esto más bien parece como si un ser no humano lo hubiera hecho intencionadamente. Quizá los análisis nos den la respuesta, por ahora es mejor no realizar conjeturas absurdas.

–Tienes razón, pero mejor vámonos ya, que tengo bastante hambre.

Los sujetos trasladaron el cuerpo del profesor a la ambulancia, no sin antes percibir, de nueva cuenta, algo raro. Unos sujetos ataviados elegantemente, con lentes negros, demasiado altos, con la piel pálida y un aspecto maquinal, se hallaban merodeando la ambulancia. Su comportamiento impertérrito casi les hacía parecer estatuas, pues ni siquiera parecían respirar ni daban impresión alguna de vida.

–¿No te parecen extraños esos sujetos? Hay algo en ellos que no cuadra, no parecen ser humanos.

–No digas tonterías, compañero. Probablemente se trata de la policía o alguna agencia de esas. Ya sabes, siempre buscan este tipo de casos misteriosos. No te dejes intimidar, haremos nuestro trabajo y luego nos iremos a comer.

–Bueno, supongo que sí. Pero algo aquí no me deja tranquilo, siento que esto no está bien.

–Todo estará bien, ya deja de imaginarte cosas. Es solo un profesor muerto, no puede haber gran misterio detrás. Esta escuela es un lugar seguro, nada anormal podría ocurrir aquí.

El que era más avezado terminó por resignarse, aunque, al mirar en la dirección donde empezaba el Bosque de Jeriltroj, sus ojos y oídos le jugaron una broma. Resolvió no decirle nada a su compañero, pues siempre era escéptico ante ese tipo de cuestiones. Sin embargo, a través de los árboles y los arbustos, le pareció ver unas sombras que se arremolinaban en un fantasmal espectáculo, combinadas con luces fluorescentes e infernales. Todo aquello reía demencialmente, o eso creyó escuchar. Hasta le parecía como si fuesen unos reptiles danzando o algo por el estilo.

–No es algo anormal, solo mi imaginación. Debo estar alucinando por el hambre, tal como dices –farfulló hacia su compañero y limpió el sudor frío de su frente recargándose en la ambulancia, tomó aire y suspiró profundamente para calmarse.

Luego, abordó el vehículo y se puso en marcha con su colega a un costado. Seguramente todo aquello no tenía nada de extraño, aquel profesor demente se había matado para demostrar que su rebeldía estaba por encima de todo. ¡Que el diablo se lo llevara! Ahora solo importaba comer y después ir a fornicar a alguna prostituta.

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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