La vida no tenía ningún sentido, esa era la inevitable conclusión de tantas noches de insomnio y reflexión. Entonces solo quedaba algo por hacer, una última poesía por escribir, una última pintura por plasmar, una última sinfonía por componer… Y todo apuntaba irremediablemente al suicidio.
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Y sí, para soportar la existencia efectivamente había que autoengañarse de una u otra manera, pues sino, ¿cómo no suicidarse en esta realidad tan blasfema tan pronto como comenzamos a tener consciencia del martirio que simboliza existir?
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Estoy tan aburrido de todo que tengo miedo de que también me aburra la muerte, pues es ya lo único que espero.
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Los sentimientos humanos son la cosa más patética y fútil que existe. Por eso, es mejor deshacerse de ellos cuanto antes si no se quiere sufrir todavía más.
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Al fin y al cabo, después tantos tratamientos psiquiátricos y terapias, solamente tenía ya un problema: existir. Y, desgraciadamente, no había cura para ello; al menos no en vida.
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No recuerdo la última vez que fui al psiquiatra, solo recuerdo que hubo algún tiempo donde no todo era gris. Y es que las pastillas, pese a todo, conseguían suavizar un poco la tormenta de psicóticas y depresivas ideas que tanto atiborran mi mente.
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Catarsis de Destrucción
