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Catarsis de Destrucción 35

No conocía mejor forma de liberar tensión que no fuera lastimando mi cuerpo una y otra vez hasta el amanecer, ensangrentando las paredes de esta pringosa habitación con mi asquerosa sangre humana y fantaseando con la idea de sacarme el corazón y ofrecerlo a los demonios que atormentaban mi alma.

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Abrázame lo más fuertemente que puedas y no me sueltes por nada del mundo, pues esta será la última vez que puedas hacerlo, ya que, en cuanto el sol se oculte, habré puesto punto final a esta absurda pesadilla llamada vida.

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Solía fornicar todas las noches con eso, untando mi rostro con sus fluidos viscosos y decorando mis entrañas con sus negruzcas garras, pero un día me abandonó y no pude hacer menos que extrañar sus visitas nocturnas. Creo que la única manera de traer de vuelta a aquella entidad es ya no tomar esas tontas pastillas que me recetó el psiquiatra, aunque tal vez eso haría que me encerraran de por vida.

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Sí, también rezo cada noche antes de ir a dormir, pero no por las ridículos razones que lo hacen los demás ingenuos. Yo rezo por la destrucción absoluta de este mundo, por la extinción de la raza humana, por la desaparición de esta dimensión, por el nuevo gran diluvio, por la inexistencia absoluta.

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Mi felicidad, lo sé muy bien, solo la conseguiré cuando al fin haya cesado mi deplorable y banal existencia. Mientras continúe respirando en este ominoso mundo, imposible me será atisbar una mínima pizca de satisfacción.

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No, no quiero que me ames; eso me repugnaría demasiado. Lo que quiero es que me odies, que me odies con todo tu ser, que me odies tanto como para quitarme la vida, pues solo así podrás apaciguar nuestra sed de ira, muerte y destrucción.

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Catarsis de Destrucción


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