Tuve que asesinarla aquella noche, no tenía otra opción. La verdad es que no podía permitir que su inefable belleza perteneciera a alguien más ni que su ínclito cuerpo fuese auscultado por un simple mortal. Me condenaría de por vida por haber derramado su sangre, pero estaba dispuesto a pagar el precio o el castigo por tal osadía. ¡No me espantaba el infierno, peor habría sido verla con alguien más!
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Y, cuando creemos que de verdad podemos comenzar a amar, nos percatamos de que ya ni siquiera estamos enamorados. Tal es la eterna contradicción que se presenta en cualquier ámbito de la existencia, y por supuesto que el amor no podía ser una excepción.
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No sé qué era más horrible: saber que hoy tampoco podría morir o saber que ella ya no volvería al anochecer. De cualquier modo, no debía rendirme todavía en mis anhelos suicidas.. Debía luchar con todas mis fuerzas y aniquilar esos malditos deseos de vida que todavía infectaban mi humano interior.
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Los desvencijados muros de esta casa sombría susurran tu nombre y la sangre que escurre siempre contiene tu sibilino reflejo. ¿Cómo demonios se supone que podré olvidarte cuando absolutamente todo aquí evoca tu magnificente y prístina esencia, misma que ahora le pertenece solo a la muerte?
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Las gotas de esta melancólica lluvia adornan el triste y fatídico escenario que ahora se me plantea. Y recuerdo todavía tus últimas palabras, tus últimos besos y caricias, tu nota suicida… Recuerdo cómo solía ser todo antes de aquella tarde donde ambos nos destruimos espiritualmente y donde el intercambio de máscaras terminó por asesinar nuestros corazones.
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Catarsis de Destrucción