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Corazones Infieles y Sumisos XV

–Lo lamento –exclamó Alister, inclinando la cabeza y acercándose a Mindy.

Se recargó en su espalda y pidió disculpas nuevamente, mientras acariciaba los brazos de aquella tonta indiferente. Lentamente, pegó su pene al trasero de esta. Se sentía tan bien y tan caliente. Podía oler esos cabellos perfumados y rubios, y eso era exquisito. Con sus manos, tomó los senos de Mindy y los apretujó, los sacó de ese vestido negro tan transparente y los pellizcó.

–¿Qué haces? ¿Por qué sigues con esto? Yo solo intentaba mantenerme al margen. No sigas, te lo suplico.

Pero Alister ignoró las palabras de la mujerzuela de labios relucientes. Su pene ya rozaba la cola desnuda de aquella mujer. Se excitaba más y más al imaginar a Mindy siendo preñada por su anterior esposo, y aún más al imaginarla con aquel cerdo que contemplase en la entrada, pues era obvio que tuvo que haberla follado con violencia.

–Espera, tú no sabes quién soy yo. No debes besarme tampoco, tengo gonorrea y sífilis, no querrás que se te forme un horrible chancro. Estoy toda sucia de la vagina, acaban de follarme tres negros ancianos y se corrieron dentro.

El trágico amante hizo caso omiso de aquellas sentencias; de hecho, hicieron de su excitación un mayor delirio. Tomó a Mindy entre sus brazos y la apretó, introduciendo su lengua hasta el fondo de su garganta, rozando una especie de pared rasposa, quizá fuese su enfermedad, pero ¿qué importaba ya? Ahora su mayor sueño se cumplía: cogerse a una prostituta libremente. Mindy soltó la jeringa con la que se estaba proveyendo de una dosis elevadísima de heroína y gimió, se retorció y besó con más intensidad a Alister, quien desgarró su vestido e introdujo su mano derecha en la vagina de la mujer, sintiendo una verruga, un borde ingente, pero esto no lo detuvo, sino que lo prendió más. Así fue como la masturbó, atiborrando su vagina con su mano entera hasta que Mindy se corrió y gimoteo delirantemente. La tocaba tan desmesuradamente y se pegaba tanto a ella por la espalda que incluso llegó a levantarla. Su mano ya se atisbaba por el estómago de su nueva princesa oscura, cuyos senos revoloteaban más que nunca. El maquillaje le escurría y ella podía tragarlo, sus cabellos mojados se agitaban, su respiración ensimismada era ingente, su posición indignante, y su vagina tan abierta que, llevada por un acto de locura, introdujo todo el brazo de Alister, lo cual le ocasionó un orgasmo demencial.

–¿Te gusta, maldita ramera? –inquirió Alister con lascivia.

–¡Tú qué crees, ni siquiera tienes que preguntarlo! ¡Tan solo cógeme como jamás cogerías a tu novia! Lo sé perfectamente porque tu corazón es infiel y sumiso.

En esos instantes algo en el subconsciente de Alister despertó, un recuerdo ya muy lejano. Eran un rostro y una voz, una figura, pero no reconoció de quién y continuo con el pecaminoso e inevitable acto. Desgarró por completo la poca ropa de aquella hermosa y golfa prostituta, toqueteando sus preciosas piernas. Sentía su pito a reventar, incluso le había ya desgarrado el pantalón. Nunca había sentido tal excitación, tal deseo que ni siquiera él era capaz de controlar. Se hallaba temblando y suplicando por sentirse dentro de esa mujer, como si eso compensara una deuda más allá de esta vida.

–Pero ¿por qué hacemos esto, Mindy? ¿Esto es lo que somos solamente? ¿Aquí converge la existencia? –preguntó Alister agitado, mientras se posicionaba sobre ella.

–Esto es lo que tú quieres. Los instintos humanos nos destruyen internamente si no se satisfacen. Nuestra naturaleza no es la pureza ni la divinidad, sino todo lo contrario. Deseamos aquello que nos lastima, mataríamos por abrazar los demonios más oscuros de nuestra mente. Aunque todos los nieguen y lo repriman, muy en sus adentros, más allá de los confines de su subconsciente se hallan deseos y perversiones, incestos, orgías y todo tipo de parafilias y demás. La mente humana es el único lugar donde se pueden mezclar la belleza y la tristeza, la suciedad y la pureza, la razón y la locura, las personalidades que conforman el ser eterno.

–Y tú ¿cómo sabes eso? ¿Cómo estás tan segura?

–Eso ¿qué importa ahora? ¡Penétrame ya, maldito cabrón, que no resisto más! Necesito sentir tu pene adentro, moviéndose en todas direcciones, intentando fundir algo más que lo físico.

Alister olvidó esas meditaciones tan ridículas y complejas. Sostuvo los senos de Mindy y los apretujó hasta sacarles leche y sangre. Acto seguido, introdujo su pito con tal violencia que la sometida soltó un grito horroroso. Entonces comenzó a follarla y a desgarrarle lo poco que le quedaba de vida, incluso la cama se rompió. Todo el lugar parecía un infierno, la música sonaba con más fuerza, los cuerpos estaban pegajosos, el esperma de humanos, animales y quién sabe qué otras bestialidades infames soltaba su peculiar aroma. Y el excremento y el vómito adornaban las paredes del lugar. Mister Mimick permanecía en su trono, una enorme silla con dos escuadras cruzadas y en la cima una pirámide gigantesca que fulguraba un extraño matiz azul muy oscuro. Al parecer, se estaba preparando para entrar en acción, pues se hallaba levitando.

–¡Más, más por favor! ¡No pares, desgárrame los intestinos! ¡Hazme trizas el útero, reviéntame las ampollas de la sífilis!

Alister se hallaba en un estado de demencia tal que gozaba rozando su pene con las verrugas infecciosas de Mindy, quien ya tenía empapadas las sábanas, pues se había venido más que nunca. Y ni siquiera con esos negros, con ese asqueroso cerdo adicto a la pornografía, con esos animales y bestias, con ninguno de ellos había alcanzado un placer igual. Ahora comparaba la cogida que estaba recibiendo del joven de ojos impecables con la iluminación que sintió al recibir el esperma de Mister Mimick en su boquita y haberlo tragado todo.

–¡Chúpame la vagina! ¡Hazlo, anda, que quiero correrme en tu boca! ¡Necesito que pruebes mi chancro para poder tener un orgasmo como nunca! –vociferó Mindy empapada en sudor.

Alister ni siquiera lo dudó, se lanzó contra aquella asquerosidad impregnada de enfermedad. Lamió una y otra vez, mordió y tragó incluso las excreciones que se mezclaban con el líquido vaginal. Degustó con locura aquella mezcolanza infame y se calentó más, recordando relatos de hombres que irresponsablemente habían hecho lo mismo con mujerzuelas, pero ¿qué más daba ya? Igual la vida no tenía sentido alguno, era preferible aquello que el tedio cerval de la existencia. Finalmente, Mindy acabó y al infiel sumiso le pareció que bebió más de un litro de corrida. Sabía tan delicioso aquello que emanaba a borbotones de esa vagina infectada, quizás hasta tragó una de aquellas ingentes verrugas, pero eso lo prendió más todavía.

Seguido de lo anterior ambos se besaron como nunca, para después Mindy lanzarse e introducirse el pito de Alister en su boquita. Lo llevó hasta su garganta, lo devoró tanto y tan bien. Lo hacía pensando cómo su esposo nunca pudo satisfacerla de ese modo, pero ahora era indiferente a todo, incluso a ser la mayor puta alguna vez conocida. De pronto, fue tan enferma la manera en que arremetió contra ese trozo hirviendo que Mindy regurgitó, vaciando una pestilente mezcolanza de cuanto había ingerido horas antes en el duro pedazo de Alister. Lejos de detenerlos, esto los excitó aún más, si es que se podía. Y así, bañado en vómito, la ramera desquiciada se colocó en cuatro patas, para recibir por su ano aquel miembro que la llevaba a la locura.

Lejos de aquella depravación en la que había caído Alister, se hallaba una mujer cuyos sueños en la vida se habían visto frustrados por un hombre que jamás había amado. Ahora, creía tener una oportunidad de ser feliz, si tan solo…

–Es muy guapo e inteligente, lo tiene todo para triunfar y ser feliz –pensaba Vivianka en su tiempo libre en su consultorio–. Si tan solo lo hubiera conocido antes… En verdad él tendría que ser mi novio, ¡qué lástima, qué desperdicio!

|–¿Qué haces? ¿Tienes tiempo de revisarme? –inquirió una voz que abrió la puerta de golpe ¡Se trataba de ella misma, de Vivianka, pero más joven!

–Sí pasa, ahorita no tengo pacientes –respondió Vivianka sin saber qué hacer.

La Vivianka joven se acomodó y esperó. Vivianka, la dentista aviejada, dispuso todo en orden para la revisión. Al cabo de poco tiempo se percató de que solo era necesaria una ligera curación. Se hallaba en trance ante su misma yo de hace años.

–Y a ti ¿no te parece que Alister es demasiado guapo?

–¿Para quién? ¿Para Erendy? –replicó Vivianka, la vieja, confundida.

–No, no es eso. Lo que quiero decir es que nosotras nunca hallamos a alguien como él. Yo tuve oportunidad de ser feliz con otras personas, pero quizás el destino me llevó a esto, a esta miseria para conocerlo a él.

–Tú te estás volviendo loca –afirmó Vivianka, la vieja, desternillándose–. ¿Qué acaso no eres feliz con tu marido?  Digo, no es lo mejor que hay, pero ya tienes responsabilidades.

–Yo podría decir lo mismo de ti. Además, no tiene algo de malo pensar cosas, es diferente a hacerlas.

–Cálmate, pérfida. Yo pienso que eres una mujer madura y guapa, muy responsable, y que seguramente podrás hallar a alguien que te aprecie. Tan solo divórciate o, sino, ¡mátalo! Es preferible eso, que busques a alguien de tu edad y dejes a tu marido, en vez de perturbar otras relaciones.

Vivianka, la vieja, se quedó pensativa, se levantó y se miró en el espejo. Tenía ya arrugas y lucía cansada, pero era hermosa con su piel blanca, sus bellos ojos tan relucientes y negros, sus cabellos y ese contraste que hacían con sus labios rosas y carnosos, sus dientes impecables. Se sonrojó y creyó en lo que su yo joven había dicho. En el fondo, sabía que su corazón ahora solo velaba por un hombre.

–Supongo que tienes razón, pero dime algo de forma sincera. ¿Tú no has sentido atracción por Alister, aunque sea un mínimo?

La Vivianka joven se puso seria y guardó silencio, luego recupero su característica sonrisa y su cara se tornó en una mueca pícara.

–Pues no lo sé. La otra vez lo pude observar mirándonos fijamente las piernas, parecía embobado. No he comentado algo de eso a Erendy, seguramente no lo creería.

–Y a ti ¿te gustó que te viera las piernas? –preguntó Vivianka, la vieja, ahíta de curiosidad.

En realidad, Vivianka siempre había sido muy religiosa, nunca había vestido indecentemente. Siempre seguía los preceptos que le fueron inculcados, asistía a misa, estudiaba, no provocaba de ninguna forma a sus pacientes, era muy seria y comprometida, además de fiel y honrada. De hecho, había perdido la virginidad hasta su luna de miel. Por otra parte, en su interior era todo lo contrario. Había soñado con perder la virginidad tan pronto como pudiese, se acostaría con bastantes hombres y hasta mujeres, según decía. Gustaría vestir provocativamente y coquetear con todo mundo, aunque respetaría las relaciones ajenas. ¡Cuántas cosas se había guardado con tal de perdurar en su falsa moral! Y es que el peso de sus padres en su educación le impedía ser libre y desbordar su imaginación, su potencial estaba siendo contenido por viejos preceptos.

–Pues eso tampoco lo sé. Todos somos un mundo, las sensaciones son peculiares. Pero, si tengo que responder, te diría que sí me excitó un poco que contemplara nuestras piernas, aunque intentar algo con él jamás sería una posibilidad para mí.

–Ya veo, pero esto queda entre nosotras dos, ¿no es así?

Vivianka, la vieja, terminó de curar a la Vivianka joven y se quedó en su cuarto cavilando mientras esta última se marchaba. ¿Por qué ella, que siempre había sido como una monja, ahora deseaba a un hombre prohibido? ¿Qué clase de cosas ocurrían en su mente? ¿Por qué no podía simplemente desechar esas fantasías tan ignominiosas? No lo comprendía por más que lo pensaba. El timbre sonó y ahora un nuevo paciente esperaba. Vivianka entonces interrumpió de momento sus elucubraciones y tan solo suspiró, imaginando qué estaría haciendo Alister en esos momentos. Cuando despertó, o creyó hacerlo, se aterró al pensar que era víctima de alucinaciones y una demencia mal parapetada.

–¡Reviéntame de una vez! ¡Párteme como un demonio! ¡Viólame, malparido! ¡Lléname de ti! –exclamaba Mindy, vuelta una auténtica demonia de la concupiscencia.

Alister ni siquiera podía pronunciar palabra alguna, estaba endiabladamente excitado. Sentía que algo en él iba a explotar, su pene estaba más erecto que nunca. Lo sacó entonces del ano de la floreada, se hallaba embadurnado de excremento, vómito y fluidos. Acto seguido, Mindy lo chupo y ambos volvieron a besarse ominosamente.

–¡Nadie me lo había hecho como tú, y ahora quiero que me penetres la vagina una vez más, tan duro como puedas, tan violentamente que me desangre por dentro!

Diversas posiciones fueron adoptadas: Mindy sentada sobre él, pegando su sudoroso trasero a las piernas de Alister y enterrándose cada vez con más fuerza. Se sentía casi empalada, gemía vilmente como una perra que brama en deseos de ser follada. Luego, evidentemente más versada sobre estas cuestiones, enseñó al sumiso infiel otras tantas posiciones que este jamás hubiese imaginado.

–¡No lo saques, por favor! –pidió Mindy con los ojos en blanco y los senos ensangrentados y morados–. ¡Déjalo ahí, échamelos adentro! ¡Necesito sentir tu esperma caliente escurrir por mi vagina!

–Pero es peligroso, ¿qué tal si…? –replicó Alister en tono modesto–. O ¿es que acaso tú no puedes?

–¡Eso no importa, cariño! ¡No podría tener un hijo, me estorbaría! ¡No te preocupes por eso ahora, solo imagina que me preñas!

Alister dudó, pero no paró. Ya no resistía más, toda esa barahúnda de emociones y deseos habían salido a flote. Incluso su máximo anhelo, su perversión más delirante, se estaba cumpliendo. Ya no se reconocía a sí mismo, a ese joven poeta con esperanzas de cambiar el mundo, a aquel que conocía la verdad, que distorsionaba la realidad y soñaba con utopías inmarcesibles.

–¡Ya córrete! ¡Ya no puedo yo más! ¡Préñame! ¡Hazme un hijo! ¡Quiero sentir cómo se une tu esperma con mi óvulo! ¡Quiero tener un retoño tuyo y que me violes estando embarazada!

Eso fue lo que detonó en Alister aquella endiablada excitación. Sin resistirlo más, dejó escapar la mayor corrida de su vida, embruteció cada ser interior que en él se hallaba, descargó con todo el ahínco y emoción de que era presa ese líquido espeso y blanquizco, llenó el interior de esa ramera con su semen. Quizá la había ya preñado, o se había contaminado de alguna enfermedad, pero no importaba, era absurdo igualmente. Tal como ambos lo añoraban, el esperma, ya menos espeso, escurrió por las piernas exquisitamente, mientras Mindy seguía aún revolcándose debido a los orgasmos tan inimaginables que había experimentado. Ambos se recostaron unos momentos, muy breves de hecho, para luego mirarse fijamente y ponerse de pie.

Alister entonces observó a Mindy indiferentemente y le pareció una mujer de lo más hermosa, pero sintió lástima por ella, y más por él. Ya había satisfecho su torvo deseo y ¡de qué forma! ¡Ya había cogido a una puta y la mejor de todas! Tal como lo esperaba, su vacío fue mayor aún. Todos los recuerdos de Erendy y esa dulzura, esa sinceridad, aquella beata figura que había presenciado al comenzar a penetrar a Mindy, los besos, las caricias, el entendimiento, el amor… Lo había perdido todo. Se había convertido en un humano más, en otro ser común presa de sus pensamientos sexuales.

–No debes sentirte mal por esto –exclamó de pronto Mindy–. Los humanos somos así, ya te lo dije.

–Pero yo no quiero pertenecer a la humanidad –replicó el joven con lágrimas en los ojos.

–Eso es imposible. Además, alguien como tú debe vivir y aprender muchas cosas.

Alister parecía estar en trance, todo lo que podía ver en su mente era el día en que Erendy y él se habían conocido.

–Pero ¿se puede amar a alguien y, aun así, desear a otra persona? 

–Yo no soy quién para contestar esa pregunta. Soy una adicta y una puta ninfómana, ¿por qué supones que yo sabría eso? Búscalo en tu interior, tú sabrás la respuesta y entonces un gran peso caerá de tus espaldas.

Tan pronto como apareció se fue la mujer de las contradicciones, dejando únicamente el fugaz recuerdo de sus besos, su cuerpo y sus ojos rebosantes de laderas eviternas. Tan solo dio un beso en la mejilla a su compañero de cama, impregnando su peculiar perfume, y se largó tan rápidamente como había entrado en su vida, tan indiferentemente como lo era para ella la filosofía, el sexo, el dinero, la vida, la existencia, el universo y él. Quién sabe, quizás alguna lección tendría que aprender, tal vez solo estaba mostrándose tal cual debía ser la imaginación envilecida y nublada por la realidad.

Pasado un supuesto periodo de tiempo, sonaron unas trompetas, el cuarto comenzó a vibrar. Alister entonces sintió un sinfín de cosas revolotear en su cabeza, estaba demasiado confundido y mareado. Repentinamente, unos seres entraron, parecían flotar, sus pies no tocaban el suelo. Llevaban unas máscaras de animales, sus cuerpos eran delgados, parecidos a un extraterrestre, sus manos esqueléticas tenían un color anaranjado. Cuando se quitaron las máscaras, el carcomido solitario pudo experimentar un horror más allá del cósmico, pues esos infames hombrecillos representaban lo horripilante en su máxima expresión. Lo sujetaron de los brazos y lo llevaron consigo, se elevaron hacia un mundo distinto. Se alejaban cada vez más y más hacia un desolado paisaje perdido en la inmensa y espesa niebla absurda. Y tal sitio en decadencia espiritual, según escuchó, era llamado el mundo humano.

Al despertar, Alister se hallaba en un lugar que le era familiar. Comenzó a moverse, indagó y halló en las banquetas a muchos borrachos, virando más allá pudo divisar mujerzuelas y clientes ansiosos. Entonces tuvo plena consciencia de dónde estaba, justamente en donde comenzó toda esa aventura. Como un loco, trató en vano de hallar el número del edificio en donde vivió aquella travesía tan adusta. Se percató de que sencillamente no existía tal sitio, pero quizás él tampoco, así que se tranquilizó. No podía haberse tratado de un sueño, claro que no, pues las sensaciones fueron más bien superiores a las de esta vida. Además, su cuerpo tenía marcas, se sentía adolorido y débil, y su miembro parecía haber sido empapado por una cantidad inmensa de fluidos. ¿Podría ser todo solo una gran confusión? ¿Acaso experimentó una realidad en otro universo? El tiempo, tal como lo imaginaba, se hallaba en su estado irreal tras su desaparición; esto es, se había congelado, y ahora incluso era extraño sentir que su cuerpo obedecía a los mandatos de aquella sugestión. Sin hallar respuestas para tan intrincadas cuestiones, optó por regresar a casa sin ser ya él mismo.

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Corazones Infieles y Sumisos


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