Es mejor no hacer nada, ni siquiera levantarse de la cama; y es preferible buscar la fortaleza y el modo para suicidarnos cuanto antes en lugar de proseguir en esta anodina existencia cuyos supuestos placeres y entretenimientos no son sino meros engaños.
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Esta vida no vale la pena, pues todo cuanto hagamos en ella no perdurará ni será relevante. Mejor deberíamos buscar la auténtica trascendencia en la muerte, ya que al menos, hasta donde se sabe, esa sí es eterna.
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La muerte nunca muere, la vida sí. ¿No es entonces más bella y poderosa la primera? Entonces ¿a qué viene que estemos tan aferrados a la segunda? Como sea, la muerte terminará riendo al último y nosotros terminaremos hechos polvo.
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Aquellos títeres de la pseudorealidad jamás podrían entenderlo. No, claro que no. Ellos estaban totalmente ciegos, enfrascados en irrelevancias y bagatelas, hambrientos de sexo, dinero y poder. La humanidad era tremendamente horripilante y su extinción era más que indispensable, pero sé que ellos jamás entenderían nada de esto. Al fin y al cabo, eran solo títeres del sistema cuyas patéticas vidas siempre habían transcurrido así: sin sentido, sin dudas, sin alma.
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Si se me diera a elegir, elegiría nunca haber conocido nada ni a nadie; nunca haber venido a este mundo ominoso y absurdo, nunca haber habitado este cuerpo humano y, sobre todo, elegiría nunca, pero nunca haber existido.
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Para sobrellevar mínimamente esta execrable y absurda realidad es necesario estar un poco loco, pero para tolerarla por completo es menester haber enloquecido por completo.
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Desasosiego Existencial
