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Desasosiego Existencial 63

Soy humano y eso me impide ser yo mismo, pues denota la infinita cantidad de limitaciones que tan solo podría superar mediante el encanto suicida. Solo su sibilino fulgor y su melancólica sinfonía podrían hacerme olvidar que alguna vez existí en este mundo infausto y que con los humanos tuve que relacionarme en grado alguno. Sí, hubo algunas cosas agradables y hasta demasiado hermosas; mas todas eclipsadas por las tinieblas de lo terrenal y lo material, todas siempre matizadas en mayor o menor medida por el falso dios dinero. Estar con los humanos solo me ha servido para saber cuánto detesto serlo y cuán alejado me hallo todavía de mi inmanente divinidad, de esa voz interna que se manifiesta siempre que más hundido o confundido me siento. Y esa voz, más sabia que cualquier enseñanza o espejismo del exterior, solo me pide una sola cosa: volver a mí y hallar en mí mi propia verdad.

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No quería ser igual a otros, no quería ser como la humanidad, pero ¿qué opción tenía? Sin importar cuanto tratase, al final terminaba siendo yo tan jodidamente humano como cualquiera; un títeres sin convicciones propias y con deseos implantados por la pseudorealidad, acondicionado como todos para cumplir su funesto papel en este plano aciago y luego morir en el mayor de todos los sinsentidos. Así ha sido la patética existencia de cada ser hasta ahora y así lo será hasta el final de los tiempos; la rueda que gira sin parar nos consume a todos por igual y de cada uno extrae siempre lo más puro y sagrado para convertirlo en desilusión y lamentos. Solo matarse queda entonces, pues solo esto podría recordarnos que alguna vez tuvimos sueños, esperanzas y creímos (quizá ilusamente) haber sido felices.

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Es curioso cómo la gente religiosa siempre humaniza a Dios y cree estar tan segura de cómo actúa, piensa y es; la irrisoria certeza con la que comprenden los designios de aquello que no pueden ver ni comprobar sino supuestamente solo sentir me parece algo que debería envidiar cualquier erudito o filósofo. Pero esto es una aberración en sí, ya que nuestra limitada y estúpida lógica humana jamás podría compararse a la de un dios o algo divino. Entonces todo lo que podamos creer que es Dios no es más que un conjunto de delirios patéticos y terrenales; otro desvarío más de nuestras mentes necesitadas de alguna verdad sea impuesta o no. De la iglesia como institución ya mejor ni decir algo, el chiste se cuenta solo. No comprendo como es que hoy todavía puede haber iglesias en pie, deberían haber sido derrumbadas todas junto con ese dios que ellos mismos se han creado y la manera tan horrible en la que asumen que debe ser alabado. Más quimeras para los desahuciados, aunque esto puede que al menos sea un falso refugio para aquellos que nunca han podido encontrar en ellos mismos a ese dios que otros deben imponerles en conjunto con sus nefandas y arcaicas leyes.

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Decir que la vida es bella y estar agradecido con ella es como aceptar que nos escupan en la cara y encima agradecer por ello. Quizá jamás comprenderemos por qué tuvimos que experimentar esto y cómo fue que terminamos tan deprimidos y solos, pero tampoco creo que sea nuestra culpa del todo. ¿Cómo podría serlo? Simplemente un día aparecimos aquí, tuvimos consciencia de ser nosotros y de lo horrible que era la realidad. Justamente ahí fue cuando comenzó este tormento supremo, cuando todas las esperanzas se vieron consumidas por el vacío y cuando nuestra sincera percepción se vio raptada por las fatales oquedades de la pseudorealidad. Hemos pasado tanto tiempo divagando en las sombras, en las catacumbas de la razón y la duda, pero ya es hora. Sí, ya es hora, mis hermanos… ¡Hoy todos conoceremos nuestro verdadero destino, uno que va más allá de lo humano y que se entrelaza con los símbolos de la muerte!

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También Dios se mató, pues ni siquiera él pudo soportar la barbarie resultante de su ominosa e impertinente creación. Y yo lo comprendo, incluso lo habría matado si él mismo no se hubiese dignado en suicidarse previamente. Ahora la triste humanidad vaga sin rumbo y se entretiene con argucias poco convincentes, con circos de indecente crueldad e ideologías obsoletas. Es una pena, supongo, pero ya a nadie le importa lo que le ocurra a este tétrico mundo ni a sus patéticos habitantes. No sé si eso es bueno o malo, o si tan siquiera me importe averiguarlo. Todo lo que quiero es acompañar a Dios en el infierno, reunirme con él, tomar un par de tragos juntos y fornicar con algunas putas. Quizás el diablo también se nos quiera unir, ya que seguramente ha de estar desempleado tras la insolencia del libre albedrío en el mono parlante. El destino y el tiempo, ¡oh, esos dos viejos y necios amantes!, ¿cómo es que todavía pretenden seguir adelante? ¿Cómo es que la rueda gira todavía sin que nadie ose detenerla? Esta existencia debe ser una oda magnificente al sufrimiento; o, en su defecto, un lloriqueo de alguna entidad demasiado deprimente. Y nosotros somos sus marionetas; sí, sus preciosas marionetas de carne y hueso para quienes nunca es suficiente ningún placer, lamento o tristeza. Siempre volveremos, acaso bajo otra faceta, otro cuerpo y otra personalidad; pero siempre buscando desaburrirnos temporalmente de la eterna y divina integración con Dios.

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Desasosiego Existencial


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