Disertación Frustrante

Hastío, deformidad de la realidad obtenida con el degenerado líquido de las virtudes contradictorias en el mítico y estocástico río de los murmullos. ¿Qué conseguía después de haber existido en esta pestilencia vituperable considerada como la única verdad? Desterrado de la calidez arropadora y del embelesador ensueño reconfortante, camino sin rumbo por las avenidas pringosas de la vida, vomitando a cada paso por la interrupción onerosa y absurda de los sucesos caliginosos que se atreven a interrumpir el sendero hacia el cadalso, mismo que recorro con inexorable agonía y tímida sinceridad. Cómo quisiera nunca haber existido en este mundo nefasto y confuso, pues resulta tan ignominiosa la estancia en él, tan cansada y agobiante esta experiencia absurda y abyecta en todas sus formas, que no considero justo y acertado el vivir sin haberlo solicitado.

Por eso había ciertos instantes en que odiaba a mis padres por haberme concebido, por haberme inculcado sus tontas y ridículas creencias, las cuáles defendían ferozmente, tal como el resto del rebaño, a pesar de que les fueron implantadas solamente para aceptar la mentira universal y poder integrarse a una sociedad más que sometida y en decadencia extrema. ¿Por qué no podía ser libre, matarme antes de sufrir la ignominia de existir? ¿Qué clase de regocijo hallaba el humano para permanecer vivo y glorificarse en este impertérrito y eviterno sinsentido? Cualesquiera que fueran las razones no las comprendería nunca, ni siquiera la muerte podría aclararme el porqué de mi existencia y la de este desdichado error tergiversado de concordancia. ¿Acaso tenía algún sórdido y siniestro propósito el que un experimento fallido como la propagación del virus humano continuara ensuciando y destruyendo el afable entorno de un planeta desproporcionadamente entristecido y marchito? No había ninguna maldita razón, desde mi perspectiva miserable, para que un ser mediocre y consumido por sus vicios experimentara la supuesta realidad de la vida.

Sin embargo, nada podía hacerse para evitar tal comportamiento insulso e irracional. El humano continuaría emitiendo su perfidia e inmundicia extrema, contaminando los mares, explotando los recursos naturales, extinguiendo a las demás especies, destrozando el ambiente donde, por desgracia divina, existía, idiotizándose con toda clase de bagatelas y pantallas, ambicionando bienes materiales, cebándose de efímero y vomitivo poder, venerando al falso dios e inclinándose ante el primer ídolo que le permitiera esclavizarse con dignidad. Pero, sobre todo, el funesto humano proseguiría reproduciéndose, en un arrebato estúpido por perpetuar una equivocación que jamás tuvo sentido de ser, por creer que es el amo del hormiguero y el dueño del terreno sombrío cuando, en realidad, no es sino el candidato perfecto para demostrar que la creación fue solo un acto desesperado por arruinar el silencio etéreo que espera pacientemente el extermino y la purificación para volver a su reino.

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Libro: Repugnancia Inmanente


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