Pensaba que era yo un ser demasiado absurdo que no conocía otra forma de contrarrestar el absurdo mismo sino siendo cada vez más absurdo y viviendo de modo cada vez más absurdo. De cual manera, mi muerte sería igualmente absurda y mi espíritu no conocería otro destino que el vacío más absurdo.
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Al fin y al cabo, meditaba durante aquellas noches de ebriedad y placeres mundanos, lo único que realmente me pertenecía era mi propia miseria y la sublime oportunidad de acabar con ella cuando yo quisiera. Tales reflexiones, curiosamente, me proporcionaban una inefable sensación de tranquilidad que nada más en la vida podría brindarme. Así vagaba durante horas bajo la oscuridad de las estrellas y con la lluvia empapándome el alma, brutalmente ebrio, acompañado de alguna hermosa mujerzuela y en pleno estado de éxtasis sexual y suicida.
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Solía tener la humana y estúpida idea de que nada podría hacerme más feliz que estar contigo, pero hoy descubrí, tras haber llevado a cabo el inefable acto suicida, que estar muerto no tiene comparación alguna en términos de felicidad, y que nuestro amor, aunque fue demasiado bueno, jamás fue suficiente para que quisiera permanecer en este mundo ruin.
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Ya casi no te extraño, ya casi no pienso en ti, ya casi te he olvidado por completo… Ya casi he olvidado tu aroma, tu cuerpo, tu rostro, tus ojos, tus labios, tus orejas, tu nariz, tus cabellos, tus caderas, tus piernas, tus pies, tus manos, tu alma… Sí, ya casi te he olvidado por completo… Pero lo más importante de todo es ya casi no titubeó al decirle a todos, especialmente a mí, tan melancólica mentira.
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¡Cuánta falta me haces, mi eterno e imposible amor! Lo digo de la manera más sincera posible, aunque me rompe el corazón saber que jamás volverás ya. Y, aunque sabía que tenerte conmigo me consumía y me hacía tanto daño, no puedo evitar extrañarte como el vil alcohólico a la bebida. Y sí, lo admito, te odiaba demasiado, quizá casi tanto como te llegué a amar y te amaré por siempre, pues tú fuiste, eres y serás, de aquí hasta la eternidad, mi más dulce y placentera tortura.
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El día en que finalmente me separé de ti y te vi marcharte a lo lejos sabiendo que no habría vuelta atrás y que jamás tus manos volverían a acariciar tan dulcemente mi compungido rostro, ese día, lo sé muy bien, mi alma murió y mi cuerpo continuó existiendo tan solo por mera inercia, buscando con implacable desesperación la oportunidad para morir de verdad.
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El Color de la Nada