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El Halo de la Desesperación 43

Así son los títeres que nos rodean: seres que adoran, por encima de todo, la banalidad de su miserable y fétida existencia; basada por completo en sexo, poder y dinero. Lo más irrelevante es para ellos lo más importante, por eso jamás podrán comprender lo místico detrás de cada sinfonía del caos y las constantes ilusiones del tiempo. Nacieron para ser esclavos de la pseudorealidad y sobre todo de ellos mismos; y así es como también, irremediablemente, habrán de desaparecer por fortuna y para siempre. ¡Qué horrible y vomitiva es la humanidad, algo verdaderamente digno de la más siniestra y aberrante pesadilla existencial!

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¿Qué era la existencia en este plano ilusorio sino el blasfemo producto de un gran trabajo de adoctrinamiento mental facilitado por la natural estupidez y miedo a la libertad de los humanos? Y es que, de hecho, nada aterraba tanto a las personas como el ser libres por primera vez en sus mediocres e insulsas vidas; nada los hacía sentir más infelices que el que otros (instituciones, gobiernos, religiones o incluso simples personas como ellos) no les indicasen qué camino seguir, cómo comportarse o qué decisiones tomar en todo momento… ¡Qué horrible y grotesco era esto, pero sumamente cierto! El ser no estaba preparado para ser libre, mucho menos para conocer su verdad.

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Todo este galimatías de estupidez e ignominia que es la existencia humana ya me tiene harto; es un sinsentido absoluto, un agónico y putrefacto estado de agonía suicida. Mas ¿qué otra opción resta sino matarse? No veo ninguna otra alternativa, ningún otro camino que extirparse de esta insensatez encarnada por siempre. ¿Seguir adelante? Y ¿para qué? Si más allá de los noches de embriaguez, las mujeres hermosas o las sustancias prohibidas, ¿qué otra cosa se puede hacer aquí para sentirse vivo solo por tan efímero tiempo?

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La humanidad es, a todas luces, un error de proporciones estratosféricas que debemos enmendar cuanto antes. Sí, antes de que sea demasiado tarde, pues aún tenemos oportunidad de mejorar la situación. Si tan solo tuviéramos el poder, lo usaríamos para salvar el mundo; pero no, pues la pseudorealidad ya casi ha ganado… ¡Es tan fuerte la sombra que proyecta sobre nuestras desvencijadas y ridículas vidas! Y ¡es tan atroz y absurda la manera en la que hemos renunciado a nuestras almas a cambio de lo más irrelevante y aciago! La lucha está perdida indudablemente, ahora la cuestión es: ¿por qué demonios seguimos adelante? Supongo que, después de todo, para existir lo único que se requiere es olvidar que lo estamos haciendo; esto es, volverse un animal y refugiarse en los instintos más básicos. ¡Ay, el ser no es sino una anomalía abandonada por los dioses y consumida por la insustancialidad!

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No hay forma, no podemos hacer nada… Y eso también es parte del inmenso absurdo de la existencia, del divino halo de la desesperación que nos consume al tiempo que nos alimenta de desesperanza y desilusión. Solo podemos entrenarnos para ser dignos del suicidio sublime y ya, pues este mundo está condenado. No podremos vencer a la pseudorealidad a un nivel global, solo individualmente, y eso aún está por verse. Las palabras, quizá, no signifiquen gran cosa en el momento definitivo en que tengamos que actuar y sostener cada uno de nuestros anhelos fulgurantes.

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No sé si tenía que aceptar que me estaba volviendo loco cuando la existencia comenzó a hacerse cada vez más intolerable. Solo estaba seguro de algo: cuando ya las sublimes mujerzuelas, la bebida o la juerga no pudieran satisfacerme lo más mínimo, lo cual eventualmente ocurriría, el único destino asequible sería el suicidio. Hoy sé que no me equivoqué, que todo lo que mi alma atormentada pedía era ser libre y volar muy lejos de este infierno aciago para fundirse con la nada por la eternidad.

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El Halo de la Desesperación


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