Elucubración Blasfema

Este cambio, esta ironía pésimamente matizada de verdad. No sé si soy ciego y sordo, o si el mundo se terminó hace tanto y los monos se aferran a su ilusorio entorno. El caso es que, tan doloroso como inquietante, es el considerarme vivo dudando de mi propia humanidad. Porque entonces aparece el cambio, el defensor de la escasa sublimidad, de los restos de divinidad obsequiados por las estrellas mensajeras. El polvo blanco invade mi pensar y me convierte en un esclavo más. Un conminado a la abrupta diseminación de los escarabajos agujerados que escaparon del castillo enjoyado. No quería venir, ¿quién me ha llamado? Este es el cambio que había esperado, pero ¿por qué aquí y ahora? ¿No podía haber otro lapso para despellejarme desde dentro?

No sé cómo es que perdí mi yo, tal vez por abandonarlo en esta suciedad de la cual termino por ser parte. La verdadera broma consiste en aferrarse a lo ajeno, a lo que nunca tendrá dueño, hablo del prójimo y del dinero. Pobres monos, pobres de los hijos de la nada, desamparados y ciegos corren desnudos y cargados de pesadillas para sostener el trozo de pan más blasfemo. Limitándome solo a rasguñar su superficie, conformándome con quebrar pequeños fragmentos para no descuidar los más grandes tormentos. Ladrillo por ladrillo iré removiendo esta muralla labrada por todo lo implantado, por el abrumador acto de acondicionamiento tan bien ataviado como nacimiento.

En mis adentros solo hay un líquido que se derrama sin posible contención, se esparce el parásito de la magnificente incertidumbre al saberme de vuelta en su maldición. Cada vez escapaba, no por gusto, sino para aniquilar a los mendigos de su condición. Alterando el análisis persiste el bicho y carga consigo al destructor; necesitaba, y ¡cómo no!, deshacerme de unos cuántos trozos que arrojé hacia el cementerio. En su propósito por entenderlo todo, la mano reconfigurará el orden establecido por las ocultas mentes del éter. Qué risa me produce aquel sujeto orgulloso de sus posesiones en la jaula inmarcesible, arremetiendo y blasfemando, sosteniendo la marca de los caídos y el símbolo de los oprimidos. Llegará el día, puedo estar seguro, en que ya no tenga pavor por soltarla, por hacerla partícipe de mi percepción.

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Libro: Repugnancia Inmanente


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